Volver a la orilla del lago de Texcoco
Entre dudas por el presupuesto, México proyecta uno de los parques urbanos más grandes del mundo donde habían iniciado las obras de un aeropuerto para la capital
En la plaza principal de San Salvador Atenco, un poblado a media hora de Ciudad de México, Joel del Valle señala lo que ya no está a la vista: “No hay mariposas, ¿ven? No hay abejas”. Hasta hace poco, tampoco había agua en el lago Nabor Carrillo, uno de los pocos que quedaban en la zona. Se secó para empezar a construir un nuevo aeropuerto en la capital, pero el Gobierno de Andrés Manuel López Obrador detuvo la megaobra en 2018 y ahora proyecta allí uno de los parques urbanos más grandes del mundo. Del Valle repite la historia que le narraron sus abuelos sobre el gran lago que había allí hace siglos, como si la recuperación de la zona fuera un destino necesario: “Atenco significa a la orilla del agua”.
El hombre, de 40 años, quiere ver listo el espacio ecológico que ha anunciado el presidente antes de defenderlo a ciegas, pero lo que sí sabe es que lo prefiere al aeropuerto de 13.300 millones de dólares que se había empezado a construir a diez minutos de su casa. “Era un exterminio y hubiera sido muy costoso”, critica Del Valle, que votó no en la consulta ciudadana impulsada por López Obrador para acabar con el proyecto estrella de su predecesor, Enrique Peña Nieto. Desde que el líder de Morena planteó detener la construcción de la terminal, el tema le generó un estire y afloje con los grupos empresariales del país y los constructores, y el mandatario prefirió trasladar el costo a un plebiscito en el que solo participó el 1% de la lista nominal del país. Cuando se canceló, la obra había llegado a avanzar un 20% en el fondo de lo que alguna vez fue el lago de Texcoco, desecado hace cuatro siglos, y dejaba tras de sí toneladas de material y 4.200 millones de dólares de deuda emitida por el anterior Ejecutivo.
La construcción del Parque Ecológico del Lago de Texcoco inició en julio pasado y pretende restaurar 12.200 hectáreas de terrenos y lagunas durante ocho años con un costo total de 17.700 millones de pesos (800 millones de dólares), de acuerdo con el proyecto de inversión presentado ante la Secretaría de Hacienda. Para 2020, sin embargo, los encargados de la obra solo disponen de 550 millones de pesos (25 millones de dólares), que serán “suficientes” para completar la primera etapa, según asegura el arquitecto director del proyecto, Iñaki Echeverría, en una entrevista con EL PAÍS. La pandemia golpeó el presupuesto de este año y deja en el aire el del próximo año, que todavía están negociando con Hacienda.
Una primera sección del parque se abrirá al público los domingos en 2021 y será accesible de forma permanente a partir de 2024, según Echeverría. Para Guadalupe Suárez, de 64 años, “será una distracción barata” que aprovecharán ella y sus diez nietos. “Nos hace falta un parque, Chapultepec está muy lejos”, explica desde el puesto en el que vende desde calabazas criollas hasta aceites para el dolor muscular. Lo tendrá a media hora de su casa, en San Juan de Tezontla, en el municipio de Texcoco, que como el resto de las comunidades de los alrededores tiene una “deficiencia generalizada” de zonas verdes per cápita, de acuerdo con el Índice de Ciudades Prósperas de ONU-Habitat.
Las máquinas ya están trabajando en la zona. Levantan tierra y apisonan tezontle, una piedra volcánica con la que se rellenaron estos terrenos pantanosos para construir el aeródromo. El material se extrajo de minas a cielo abierto cercanas y dañó decenas de cerros que todavía permanecen con las entrañas a la intemperie. Ahora, cientos de camiones trasladan ese material para reutilizarlo en la construcción de la plataforma de un gigantesco vivero de más de 10 hectáreas que estará listo en diciembre.
Cerca de allí, una veintena de trabajadoras protegidas con cascos de obra y chalecos fluorescentes empaquetan tierra en bolsas negras y meten esquejes de pasto salado. El plan contempla que la mitad de todos los empleados sean de municipios de la zona. Las mujeres, sentadas en la sombra, alistan los ejemplares que reforestarán el área. Se plantarán, sobre todo, especies encontradas allí, asegura el director de las obras. Algunas variedades incluso han sorprendido a los expertos, que no esperaban encontrarse palmeras y orquídeas naranjas en esas tierras salitrosas.
El día claro deja ver la cumbre del volcán Iztaccíhuatl desde el lago Nabor Carrillo, del que hablaba Joel del Valle en la plaza de San Salvador Atenco. Fue creado en 1982 y logró atraer más de 250 especies de aves, pero se secó en 2018 para evitar la posible colisión entre pájaros y aviones. Una de las primeras acciones del equipo de Echeverría ha sido recuperar ese cuerpo de agua de 1.000 hectáreas, que ya se ve prácticamente lleno y cubierto de patos y garzas.
Lucía Oralia, profesora de Ecología en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM), explica que la zona “es muy importante porque es el vaso regulador de la ciudad”. El espacio, aunque se ha ido degradando, es crucial para captar agua en temporada de lluvias y controlar las inundaciones en los municipios cercanos. Oralia asesoró al equipo de Iñaki Echeverría en una propuesta previa para la zona, que se presentó en el Gobierno de Felipe Calderón. “La idea era que hubiera muy poco impacto humano, pero no me queda muy claro si el nuevo proyecto realmente tiene esa idea”. La experta advierte que debe darse prioridad a la preservación ecológica y no convertir el lugar en “un Disneylandia”.
De acuerdo con el plan de inversión presentado a la Secretaría de Hacienda, el parque estará dividido en cuatro grandes áreas que contarán con canchas deportivas de todo tipo (de béisbol a squash), una ciclopista elevada, un huerto urbano, granjas solares y espacios para hacer conciertos y organizar cines al aire libre. Pero todavía faltan muchos detalles por conocer porque el proyecto ejecutivo, que este períodico ha solicitado sin respuesta, “se encuentra en proceso de elaboración”, de acuerdo al informe.
La protección ambiental que recibirá la zona, en duda
Del celular de una de las mujeres que trabaja a la sombra sale música de Becky G. Así animan la mañana bajo una malla sombra mientras a su alrededor sigue la construcción del parque ecológico. Según las predicciones del equipo de Echeverría, cuando esté listo captará hasta 2,76 millones de toneladas de dióxido de carbono al año y evitará las tormentas de polvo en las zonas desecadas. Surgen dudas, sin embargo, sobre el mecanismo de protección ambiental con el que contará el parque: una Zona de Restauración Ecológica vía decreto presidencial para las 12.200 hectáreas y una serie de áreas de refugio para especies acuáticas y aves. Los encargados del proyecto aseguran que, debido a la degradación del área, no se podía crear allí un Área Natural Protegida, la figura más común para blindar este tipo de lugares.
El área ya había sido decretada como zona federal en 1971 para preservarla, pero eso no impidió que empezara la construcción del aeródromo. Con ese antecedente, algunas comunidades vecinas desconfían de que la Zona de Restauración Ecológica sea suficiente para evitar en el futuro desarrollos inmobiliarios o incluso un nuevo megaproyecto. Arturo Cando, un ingeniero forestal de Tepetlaoxtoc, a una media hora del que será el nuevo parque, teme que “el título sea una pantalla para decir que se está protegiendo”.
El ingeniero, miembro del grupo “Yo prefiero el lago”, achaca una visión “urbanística y sesgada” del plan presentado y se queja de que atenderá una zona “muy pequeña”: “El impacto de la minería abarcó más de 45 municipios, es preocupante que después de dos años de trabajo se anuncie un proyecto de restauración dejando todo esto fuera”. El deterioro de los cerros, explica, “irrumpió el ciclo natural del agua” y los niveles, que son bajos desde hace años, han descendido aún más.
A los vecinos de San Salvador Atenco, el agua les llega solo algunas veces a la semana. No es el día que le toca a la cocina de María Guadalupe Estrada, que este jueves da de comer a tres mesas muy separadas entre sí en un amplio patio de paredes blancas. “Si así sufrimos del agua, con el aeropuerto nos iba a afectar más. El ruido, la contaminación, la sobrepoblación…”, empieza a enumerar. Está convencida de que la recuperación de la zona va a traer “la misma derrama [económica] y perjudicar menos” que el aeródromo. Tiene un ejemplo en la familia: su prima ha empezado a trabajar en las obras del vivero.
Además, ya no va a tener que gastar 100 pesos por cabeza (4,6 dólares) para ir a la capital ni hacer varios trasbordos. “Va a ser como un Chapultepec y los del Estado de México con recursos más bajos vamos a poder ir”, asegura. En realidad, va a ser como 15 veces Chapultepec o hasta 36 veces el Central Park de Nueva York. “Si quedan los mismos accesos del aeropuerto, nos topamos con la puerta derechito”, piensa Guadalupe. De ahí, a la orilla del lago, tendrá unos minutos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.