Asistentes virtuales: la voz del amo
El mayor triunfo de los asistentes virtuales es que nos dan la sensación de que alguien, en este mundo en que no somos relevantes más que como parte de una clientela, nos escucha, atiende y obedece
No pretendo escribir otro ejemplo de ese subgénero de columnas que pueden ser etiquetadas como “Hombre mayor descubre alguna novedad tecnológica y se queja de ella en tono falsamente irónico”. Voy a cumplir 48 en unos días y, sin presumir, no tengo mayor problema para usar redes, tabletas, smartphones y TV, la nube, apps diversas, que incluyen algunas de Inteligencia Artificial, y demás. Ya hasta me pagaron una colaboración con moneda virtual, aunque con una que ahora vale menos que los frijolitos con que se juega a la lotería. Me sentía muy bien con mi capacidad para adaptarme a la digitalidad desbordante hasta que, la semana pasada, me regalaron un chunche (un gadget, vaya) llamado Amazon Echo, que tiene integrada a la asistente virtual activada por voz que es conocida como Alexa.
Alexa es prima de servicios similares como Siri de Apple o el Google Assistant. No se trata de ninguna novedad en el mundo: Amazon Echo, y Alexa misma, cumplirán este noviembre diez años de haber salido al mercado por primera vez (fechas muy similares a las del desaparecido Cortana de Microsoft, que fue sustituido por la flamante IA llamada Copilot). El primer Google Assistant data de 2016. Siri es mayor que todos y vivaquea desde 2011.
Sé de gente que controla mediante un asistente virtual hasta los focos de su casa. Un conocido, de hecho, cambió todo en su hogar, refrigerador, hornos, lavadora, secadora, luces, cerraduras, televisiones, etcétera, para que su chunche pudiera manejarlo todo. Su casa está vigilada por cámaras y una de ellas le permite observar desde su trabajo lo que hace el perro cuando está solo (básicamente, duerme a pata suelta en cualquier sitio). Los amantes del hipercontrol y la hipervigilancia aumentan cada día. Mi conocido llegó al punto de regalarle a su madre ya jubilada un asistente virtual propio y le ha ido cambiando los aparatos caseros y le ha llenado la casa de cámaras (y me temo que ha descubierto que su madre también duerme buena parte del día). Y todo le parece muy práctico. “Podemos llevar listas del súper actualizadas, poner alarmas, reproducir música, subirle o bajarle a la luz… De todo. Y solo con la voz”. Mi conocido lleva años empeñado en que la empresa en la que trabaja instale un sistema análogo al de su casa, pero a lo bestia. Ha encontrado, sin embargo, resistencias: primero que nada, la de sus superiores, que no quieren desembolsar la fortuna necesaria. Y, en segundo lugar, de sus compañeros, quienes no están ansiosos de que puedan observar sus idas al baño y salidas a fumar y charlas en los pasillos y llevarles una cuenta precisa del tiempo malgastado, como el árbitro encargado del cronómetro oficial en el futbol.
Cualquier persona se habrá dado cuenta de que las tareas que controlan los asistentes virtuales se tratan, en su mayoría, de las que los simples mortales suelen hacer con sus manitas sin que les consuman la vida. ¿Es mejor levantar la voz y decirle al chunche: “X, toca una canción de Soundgarden” (o de Peso Pluma o de Taylor Swift, pues, no se enojen con el ejemplo propio) que picar un par de botones y poner a sonar la música que uno quiere? ¿Tanto cuesta caminar dos pasos y prender un foco?
Hasta ahora, Alexa ha conseguido darme el pronóstico del clima, los resultados del fin de semana de la Euro 2024 y más o menos ha seguido mis instrucciones para reproducir música. Digo más o menos porque para tener un menú completo hay que contratar un servicio musical “plus”, con costo adicional, aunque ya tengo contratados en la plataforma otros servicios “plus”: uno para que me lleguen los paquetes más rápido y otro para tener acceso a una biblioteca virtual bastante extensa.
Puedo equivocarme, pero creo que el mayor triunfo de los asistentes virtuales es que nos dan la sensación de que alguien, en este mundo en que no somos relevantes más que como parte de una clientela, nos escucha, atiende y obedece. ¿Llegarán a ser programas complejísimos que hasta nos enamorarán, como la asistente virtual interpretada por Ana de Armas en la futurista Blade Runner 2049? ¿O acabarán por volvernos unos adictos buenos para nada peor de lo que ya lo hicieron los teléfonos inteligentes? Temo preguntarle a mi Alexa y que me responda. Mejor le pido que se quede tocando a Soundgarden mientras pienso qué pasará.
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