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Elecciones en México
Columna
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Precampaña: primera parada

Hasta el primero de marzo, tendremos un mes y medio de relativa calma. Cuarenta y dos días en que los partidos únicamente podrán difundir mensajes relacionados con sus principios e ideología

Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez
Claudia Sheinbaum y Xóchitl Gálvez en eventos de precampaña.Cuartoscuro

Precampaña, intercampaña, campaña, periodo de reflexión… ¡Elección, última parada!

El vagón de la precampaña electoral se aproxima a la estación. Sesenta días habrá durado su travesía. Eso sin contar los —al menos— tres meses de preludio electoral que comenzaron en el restaurante El Mayor, en el Centro Histórico de la Ciudad de México, en junio del año pasado, apenas se confirmó el triunfo de Morena en el Estado de México.

La siguiente etapa —la campaña— iniciará el primero de marzo. Mientras tanto, disfrutaremos del ojo del huracán: un mes y medio de relativa calma bautizado como intercampaña. Cuarenta y dos días en que los partidos únicamente podrán difundir mensajes relacionados con sus principios e ideología y enjuiciar la condición actual del país. Xóchitl Gálvez no dudará en abanicar el fuego: continuará denunciando el supuesto desastre nacional y cómo solo ella puede salvarnos. Claudia Sheinbaum, por su parte, seguirá resaltando las hazañas de la Cuarta Transformación. Durante este periodo, las candidatas no podrán tentarnos con visiones del futuro: están prohibidas las propuestas y llamados al voto.

La intercampaña llegará a su fin con el registro oficial de las abanderadas ante el INE. A partir de entonces, dejaremos de pretender que algo no es lo que sí es. Las llamaremos por su nombre: candidatas presidenciales.

En tiempos de intercampaña como los de ahora, pero en 2012 y 2018, cuando Peña y Andrés Manuel López Obrador, respectivamente, encabezaban la contienda, la elección ya estaba decidida. El líder nunca cedió su posición. Hoy, el escenario se antoja similar: las últimas encuestas (El Financiero) destacan una ventaja de 22 puntos para la candidata obradorista sobre su contrincante. En los inicios de la intercampaña de 2012, Peña superaba a Vázquez Mota por 17 puntos (Buendía), mientras que, en 2018, la diferencia entre el primer lugar y Ricardo Anaya era de 19 puntos (El Financiero). La historia se repite.

¿Hay algo que pueda hacer Xóchitl Gálvez para colocarse al frente del pelotón? ¿Existe algún encantamiento para conjurar la victoria? El dedo de la historia se agita horizontalmente indicando negación: las campañas marcadas por notables diferencias de puntos tienden a generar un desplazamiento aún mayor del puntero. Su posición no se altera, se confirma.

Al cierre de la campaña en 2018, las encuestas marcaban una diferencia de 24 puntos (Reforma) entre López Obrador y Ricardo Anaya. El resultado final de la elección los separaría por más de treinta puntos; el margen no hizo sino ensancharse. En cuanto al ascenso en las preferencias electorales de Peña Nieto —en aquel lejano 2012—, si bien este no fue constante, siempre mantuvo la delantera sobre López Obrador y Josefina Vázquez Mota.

Ganar elecciones con brechas notables depende más de la habilidad del primer lugar para evitar errores significativos que de las acrobacias y cambios de estrategia del segundo puesto. La clave del éxito parece residir en la percepción de estabilidad y capacidad que proyecta al electorado una campaña —casi perfecta— del puntero. Un buen ejemplo de cómo una candidatura puede desmoronarse por errores importantes lo encontramos en 2006, cuando López Obrador decidió no asistir al primer debate presidencial de esa campaña. Su atril vacío lo usaron hábilmente sus adversarios.

Para que Claudia Sheinbaum pierda el impulso que la proyecta hacia la silla presidencial, deberá hacer algo que no acostumbra: equivocarse. Hasta ahora, solo podemos mencionar, si acaso, el reclamo público a Alfonso Durazo por la recepción de los seguidores de Marcelo Ebrard en el cónclave morenista para definir la candidatura presidencial. Como segundo desatino, está una pésima entrevista con un medio local de Tabasco en la que mostró su lado menos tolerante a la crítica. Todo ello en el verano pasado. Desde entonces, ha llovido mucho.

El concepto nadar de muertito —flotar sin esfuerzo— utilizado por algunos, no podría describir de manera más inapropiada lo que Claudia Sheinbaum deberá afrontar desde este momento y hasta el dos de junio. La —ya casi— candidata deberá zambullirse de lleno. Ser aplicada y precisa.

A Xóchitl Gálvez, por su parte, desde que aterrizó en la arena presidencial, la hemos visto cambiar de atuendo, colores, escenario y estrategia. Es natural, comprensible. Su objetivo era darse a conocer, revertir la tendencia que favorece a su contrincante y, de paso, conquistar a los indecisos.

Las cartas parecen estar echadas. Primero, porque el mismo 10% de personas que no están familiarizadas con Sheinbaum desconocen también a la candidata opositora. La coyuntura favorece al obradorismo. En tanto más gente conoce a la ex jefa de Gobierno, más la aprueba. Segundo, porque la ex jefa de Gobierno mantiene su tendencia al alza, ganando 6 puntos desde octubre, en tanto Gálvez comienza a revertir lo logrado, perdiendo un punto en comparación con noviembre. Por último, están los indecisos, aquellos que aún no expresan un apoyo firme a ningún candidato y que ascienden a un 11%. Se trata de un número considerablemente bajo si los comparamos con el 38% que aún no sabía a quién votar a estas alturas del 2018.

Primero afirmaron que faltaban los spots de radio y televisión para cambiar las preferencias. No fue así. Ahora, argumentarán que faltan los debates que observaremos en abril y mayo. El efecto de ellos se ha analizado a profundidad: con pocas excepciones, como en el proceso de 1994, no influyen significativamente en las preferencias electorales. Los espectadores suelen ser personas altamente politizadas con decisiones de voto ya tomadas.

En política dos más dos no son cuatro. Aún queda terreno fértil a ser colonizado por Gálvez o por el candidato presidencial de Movimiento Ciudadano que conoceremos esta semana. Ahí están los no informados, los indecisos y los abstencionistas que ascienden al 8%. En todos esos huecos —y en los posibles tropezones de Sheinbaum— hay espacio para crecer. El último vagón tiene trecho por delante.

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