Parlamento abierto: lo que pudo ser y no fue
La polarización sobre la reforma energética permeó a un ámbito en el que se debería de haber priorizado la discusión técnica y los argumentos con datos y evidencia
Todos queremos que le vaya bien a México. Eso supondría que desea cualquier persona que aquí viva. Esa fue una de las pocas conclusiones que se obtuvieron de los foros de parlamento abierto sobre la reforma energética. Lugares comunes, más que conclusiones. La idea de debatir abiertamente los cambios constitucionales que cambiarían el sector energético suena, sin duda, atractiva y deseable en un entorno democrático por el impacto que una reforma de esa magnitud tendría sobre la competitividad del país y la vida de sus ciudadanos.
Pero los foros se convirtieron rápidamente en espacios donde no cabían los grises. Solo había blancos y negros, a favor de la reforma o en contra de ella, los buenos contra los malos, los conservadores enfrentándose a ¿quiénes? La polarización, tan evidente en las redes sociales, permeó a un ámbito en el que se debería de haber priorizado la discusión técnica, el debate real y los argumentos con datos y evidencia.
Se puede estar en contra de la iniciativa de reforma y reconocer que el sistema actual tiene fallas importantes en el diseño. En los foros iniciales de este ejercicio se presentaron expertos que dieron datos, argumentos, cifras, con los que se pretendía transmitir la relevancia del tema, pero rápidamente se notó que el objetivo no era debatir o siquiera analizar con más detalle los problemas que tiene el sistema actual ni la situación a la que nos llevaría la iniciativa en caso de ser aprobada. Muy pronto en el ejercicio prevaleció la tendencia de ver al mundo en blanco y negro, y esto mismo propició que la amplia gama de grises fuera desapareciendo. Para hacer las posiciones más extremas pronto los foros de parlamento abierto se llenaron de mentiras y de posturas ideológicas que hicieron la búsqueda de acuerdos prácticamente imposible.
El tema es en sí mismo complicado. El lenguaje técnico en poco ayuda a una comprensión generalizada de cómo opera el sistema actualmente y el impacto que tendrían los cambios que se proponen en la iniciativa. Las mentiras se prestan para simplificar esa comunicación y la lleva, una vez más, a los extremos. Ese extremismo en la discusión impidió que se analizara de manera más sensata las fallas del actual modelo o que se buscaran soluciones alternativas.
La participación de la iniciativa privada en un sector estratégico para el país debe ser discutida, analizada y regulada. Pero también debe serlo la participación del Estado. Las finanzas públicas en México están cada vez más presionadas por el incremento que se tendrá que hacer para cumplir con las obligaciones pensionarias en un país cuya población envejece. En ese contexto, el uso de los recursos de los contribuyentes debería de ser más cuestionado que nunca para procurar su eficiencia. En esa realidad presupuestaria se debería de reconocer el costo fiscal que tendría la reforma. El argumento se hizo y las respuestas de las partes que estaban a favor de la iniciativa hacían referencia al “subsidio” que le damos los ciudadanos mexicanos y la Comisión Federal de Electricidad (CFE) a las sociedades de autobasto, una mentira de tal magnitud que ha sido desmentida por la propia CFE (Jesús Carrillo lo explica con más detalle aquí). Intentar ver los matices en discusiones complejas cuando los formatos de la discusión se dirigen hacia los extremos es de poca utilidad, pero debatir escuchando mentiras hace las discusiones francamente inútiles.
Dudo que los foros de parlamento abierto hayan modificado la intención de voto de algún legislador, no sé si desde la concepción del foro los legisladores pretendían escuchar los argumentos o era más bien una escenificación más de la polarización de la sociedad.
Si en algo contribuyeron los foros fue para dejar testimonio de los diferentes puntos de vista sobre la iniciativa. Funcionaron, también, para articular a personas y organizaciones que desde diferentes trincheras están trabajando por un mejor país más allá de ideologías o filiaciones políticas. No es un logro menor.
El parlamento abierto debería de convertirse en un ejercicio recurrente para discutir iniciativas relevantes. Sin embargo, el formato debería de repensarse desde su inicio. La duración, la agenda, los ponentes, el objetivo. Un parlamento abierto puede ser una práctica democrática interesante, pero para que lo sea, se debe privilegiar el diálogo y la escucha de posiciones divergentes. El reciente ejercicio de parlamento abierto para discutir la iniciativa de reforma energética no fue eso. Tenía el potencial de serlo, pero se optó porque no lo fuera. El camino de la polarización no tiene buen destino.
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