Carlos Slim, billonario hecho en México
El hombre más rico de Latinoamérica es reflejo prístino del extractivo modelo económico mexicano
![Carlos Slim en Ciudad de México, el 10 de febrero de 2025.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/BWUTA27Z2RHDZCOT3AF2GVXZU4.jpeg?auth=bc816d31257a6256e48f76d060753cc92adec7d5e3c73f1beee9e5b1d552f86e&width=414)
Los premios Nobel de Economía, Daron Acemoglu y James Robinson, tienen un diagnóstico demoledor sobre México. En su libro “Por qué fracasan los países”, lo describen como una nación donde las instituciones fueron tejidas para “empobrecer a las mayorías” y cimentar el poder económico de las élites.
En el centro de tal retrato, como símbolo de todos los males que una economía como la mexicana es capaz de crear, los economistas describen a Carlos Slim. Una fortuna que no brotó de la innovación o el mérito, “sino de un monopolio en telecomunicaciones que le fue entregado íntegro en 1990”.
Slim, argumentan Acemoglu y Robinson, tejió su imperio utilizando herramientas legales como el “amparo”, una figura que permite exceptuar a unos pocos del peso de la ley. Y a la que los autores con incredulidad bautizan como “la falta de estado de derecho hecha ley”. Billonario hecho en México. Slim es el retrato perfecto de la economía extractiva mexicana y todo lo que ella conlleva. Mientras Warren Buffet y Bill Gates han abrazado con convicción el compromiso de donar al menos la mitad de sus fortunas, Slim se resiste, desafiante, a ese gesto. Para él, la idea de dar a otros no es más que una “tontería”, un acto carente de sentido. En público argumenta que no tiene por qué desprenderse de nada, pues al final, nada se llevará consigo a la tumba.
A diferencia de otros billonarios que promueven los impuestos redistributivos, como Abigail Disney o Valerie Rockefeller, Slim se alza en contra de ellos. Argumenta, con una certeza que choca con la evidencia, que cualquier aumento en impuestos es contrarrestado por sus efectos inflacionarios. Y que la mejor forma de distribuir la riqueza es reducir las tasas de interés, una declaración que contraviene toda la teoría económica.
México ha creado billonarios que no son empresarios en el sentido clásico del término, sino que son operadores de un sistema diseñado para beneficiar a unos pocos. Síntomas evidentes de una economía enferma, donde la riqueza se asigna no por talento, sino por conexiones y lazos consanguíneos.
En México, navegar las aguas turbulentas de la economía no requiere talento, sino el apellido correcto. Por eso, a diferencia de billonarios como Michael Bloomberg o Michael Dell, que le han confiado los cargos directos más importantes de sus empresas a profesionistas destacados, los billonarios mexicanos suelen dárselos a su yerno favorito. Quizá por ello, mientras que en Estados Unidos la lista Forbes es un listado de individuos, en México es uno de familias.
Pero si algo define, por encima de todo, a los billonarios mexicanos, es su relación enfermiza con el poder político. Un vínculo que oscila entre la adulación y el desprecio. En la misma conferencia donde Slim alabó a la presidenta Sheinbaum por su preparación, inteligencia y temple, también dejó escapar su desdén por lo público. Según expresó, él pudo haber vendido Telmex al gobierno con sus extraordinarios pasivos laborales y pensionarios, y el gobierno lo habría aceptado gustoso. Si no les ha visto la cara de tal forma es porque tiene principios.
Slim, desde su poder, se ve al espejo y se percibe magnánimo por el simple hecho de no aprovecharse del resto.
Realmente cuesta trabajo imaginar un billonario en cualquier otra parte del mundo que pudiera decir estas cosas sin pudor. Pero esto es México. Y Slim es el pez grande que hemos creado. El billonario que sugiere que si el regulador le requiere dejar de acaparar el mercado, dejará de invertir en México. El hombre que abiertamente reconoce que no quiso llevar servicios a las comunidades más marginadas de México porque el regulador no aceptó cambiar la forma en la que medía su preponderancia de mercado.
Slim se alza frente a la prensa a ofenderla. “Entiende español”, espeta a un periodista que le debate. “No sé si más o menos entiendas”, minimiza a otro. “Ya quedamos, a menos de que no sepan sumar, que Telmex no es preponderante”, concluye como recordatorio de que, en su mundo que es México, las reglas las pone él y el resto las sigue.
Hubo sin embargo, entre todas las declaraciones que hizo Slim, una que dio en el blanco. Si en las últimas décadas México hubiera crecido 2% más al año, dijo, el ingreso de todos los mexicanos se habría triplicado. Seríamos un país distinto. Y tiene razón. Solo olvidó mencionar que según la OCDE, de no haber existido monopolios como el de telecomunicaciones, México habría crecido 1.8% más al año. México sería otro país y Slim también.
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