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Opinión
Columna
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El México que merecemos

En tres años de Gobierno de López Obrador, el país ha cambiado de manera importante, pero seguimos pareciéndonos demasiado al país que decidimos rechazar en la elección del 2018

Viri Ríos
Partidarios de Andrés Manuel López Obrador celebran su triunfo en el Zócalo capitalino
Partidarios de Andrés Manuel López Obrador celebran su triunfo en el Zócalo capitalino al finalizar la jornada electoral de 2018.Pedro Mera (Getty Images)

Este es un manifiesto por el país que podríamos tener y contra el que tenemos. Siendo los principales socios comerciales de Estados Unidos y la décima quinta economía más grande del mundo, los mexicanos tenemos el potencial y la posición comercial estratégica para tener una clase media 58% más grande que la que tenemos y un poder de consumo al menos 8,4% superior.

Es tiempo de discutir por qué no somos lo que podríamos ser.

López Obrador ganó la elección prometiendo ese México al que todos aspiramos. Uno que pusiera primero a los pobres, donde se separara el poder político del poder económico y donde la corrupción fuera erradicada desde las más altas esferas del poder hasta todos los rincones del actuar público y privado.

Su campaña tocó a la mayoría de los mexicanos. En todo nivel socioeconómico, región y género López Obrador fue el más votado. Su promesa fue simple y poderosa: ser lo que sabemos que podemos ser.

A tres años de su Gobierno México ha cambiado de manera importante, pero insuficiente. Los salarios han aumentado, las leyes laborales se aplican con más fuerza y muchos de los más grandes evasores fiscales han sido puestos de rodillas. Sin embargo, aún con ello, seguimos pareciéndonos demasiado al país que decidimos rechazar en la elección del 2018.

Lo que nos toca

Tengo consciencia de que no es posible terminar con décadas de abuso y de colusión entre el poder político y el económico en tres años de Gobierno. Sin embargo, también sé que para efectivamente lograr esa tarea tan trascendental para México se necesitan más que buenas intenciones. Se necesita tener un rumbo claro, una estrategia innovadora y una ambición social sin precedentes. No veo que este Gobierno lo tenga.

Habrá quien diga que ningún Gobierno lo ha tenido y en ello tienen razón. Ese es precisamente el problema que hoy toca resolver.

Toca darnos cuenta de que el México que merecemos no llegará como un regalo cuando haya otro partido en el poder. Ya hemos cambiado de partidos múltiples veces. La única constante de la alternancia electoral mexicana son sus pobres resultados.

Tener el país que merecemos requiere salir de nuestra zona de confort. Dejar de pretender que el problema son nuestros políticos y darnos cuenta de que muy probablemente, el problema es cómo nos relacionamos nosotros con ellos. Requiere dejar de hablar de López Obrador, de Ricardo Anaya, de Manuel Bartlett y de todos ellos. Y comenzar a hablar de nosotros. Del cambio profundo que necesitamos en las reglas del juego y en cómo funciona México.

El problema

Es por eso que hoy quiero retar la idea copiosamente difundida de que el problema es quién nos gobierna. Pienso que no es así.

El problema es más grave: es que, no importa quién nos gobierne, qué partido esté en el poder, qué político gane las elecciones, el mexicano promedio carece de mecanismos claros para demandar un plan estratégico, ambicioso e innovador para construir una sociedad más justa desde abajo. Para demandar como ciudadanos.

A lo largo de mi carrera como académica y experta en política pública mexicana he entendido las estrategias que existen entre múltiples grupos organizados para demandarle resultados al poder. En su mayoría estas son obscuras, pero muy efectivas.

Para los grandes empresarios y sus cabilderos, la política se juega a puerta cerrada, en reuniones de lujo donde se promete ayuda mutua. La ayuda puede ser la generación de ciertas inversiones, el pago de gastos de campaña o simplemente, una promesa de que la economía mexicana seguirá avanzando sin contratiempos –sin que nadie le ponga el pie–.

Los cabilderos más efectivos no prometen nada abiertamente, simplemente se disfrazan. Disfrazan ideas que benefician a sus clientes corporativos como si beneficiaran a todo México y venden estas ideas a todo legislador que carezca de conocimientos reales sobre el tema. El legislador se convence (o se deja convencer) de que el cabildero busca un beneficio mutuo y así se aprueban leyes a modo.

Entre algunos sindicatos tradicionales los acuerdos son más desfachatados. Con descaro se prometen votos, “paz laboral” o relativa estabilidad en los contratos. Los empresarios o los gobiernos aceptan y con ello acceden a mirar al otro lado cuando los líderes sindicales se enriquecen. Los agremiados acceden a lo mismo porque han perdido esperanza de poder hacer otra cosa.

Los ambulantes, los taxis piratas y las organizaciones de barrio también hacen política, pero demandando demasiado poco. Los líderes locales les prometen acceso a ciertos programas, a tinacos, cemento o simplemente, les dan la certeza de que se les “permitirá continuar trabajando”. Los ciudadanos aceptan y ven pasar e irse a políticos. No importa. A cierta distancia todos los partidos son iguales. El barrio ve al político como un representante, pero también como un mal necesario para darle vuelta a una ley que no está pensada para ellos –para los de abajo–.

La nueva democracia

La gran mayoría de la sociedad mexicana ha quedado fuera de esta democracia oscura. Sin canales reales de comunicación con el poder hemos hecho de las encuestas de opinión nuestra única voz y por tanto nuestra debacle política. Hacemos política con nuestros pies (yéndonos a vivir fuera de México), con nuestra cartera (contratando servicios privados que deberían ser públicos) o con nuestro desdén (leyendo los periódicos mientras hacemos caras feas).

Me parece que es momento de aceptar el reto de subirle la temperatura a la democracia mexicana y demandar cabida para la agenda de la mayoría. Hacernos escuchar más allá de las elecciones y demandarles a los políticos, quien quiera que estos sean, una estrategia innovadora, un rumbo claro y una ambición social sin precedentes.

La democracia no debe ser escoger entre lo que los políticos nos ofrecen sino pedirles más de lo que aspiran a darnos.

El momento es hoy porque la temporada electoral ya ha tocado a la puerta de México. Absurdamente temprano, la oposición y Morena han comenzado a mostrar sus cartas y ninguna de ellas es una opción ganadora para la mayoría de los mexicanos. Vendrán antagonismos y luchas. Se avecina la construcción de aliados y la separación de quienes creíamos que irían juntos.

En todo este juego el ciudadano mexicano debe tener claro qué es lo que quiere. Más allá de partidos. El centro deben ser las ideas.

El mayor desafío

Considero que existen cambios impostergables y urgentes para acercarnos al México que nos merecemos. Es decir, a un país de mejores trabajados, de un capitalismo en competencia y de un Estado que provea para todos. Un país donde ser clase media sea lo normal y no un raro triunfo.

El desafío más grande es aumentar la ambición de las acciones públicas a fin de atemperar los efectos negativos de la ambición privada y propagar los positivos. Debemos demandar un Gobierno que comprenda que la pobreza no se reduce fuera del mercado sino dentro de este, mediante buenos empleos. Y que ello requiere cambiar la ley laboral, fiscal y de competencia para filtrar los empresarios que solo buscan su enriquecimiento personal de aquellos que son socialmente positivos. A los primeros hay que quebrarlos, a los segundos, multiplicarlos.

Multiplicar los buenos empleos y las buenas empresas requiere de acciones públicas porque el mercado por sí solo no genera muchos campeones sino muchos perdedores. El Gobierno debe brindar capacitación a empresas pequeñas para que se vuelvan productivas y debe velar porque dicha productividad se traduzca, no en ganancias de capital para los dueños, sino en buenos salarios.

Ello requiere demandar un Gobierno que deje de tener por meta reducir la pobreza y comience a tener por meta ampliar la clase media. Los programas sociales de transferencia directa son necesarios para ello, pero son solo una de múltiples herramientas.

La herramienta más importante es la distribución del poder. Las personas no van a salir de pobres cuando las mentes más brillantes de México diseñen mejores programas sociales, sino cuando los pobres tengan el poder de demandar una democracia que funcione bien para ellos. El Gobierno debe tener por meta empoderar a quienes hasta hoy no han tenido el poder.

Por ejemplo, es urgente tener una conversación pública sobre cómo vamos a lograr que las mujeres y las personas de tez más morena no se encuentren en perpetua desventaja para alcanzar sus sueños. La exclusión y la discriminación de grandes partes de la sociedad mexicana nos afectan a todos porque nos impide crear un mercado amplio de consumidores. Ser mujer debe dejar de ser un deporte extremo. Tener la tez morena debe dejar de ser un lastre.

Salir del absurdo

La absurda visión opositora de que todo esfuerzo público y toda inversión de Estado nos acerca a ser Venezuela es tóxica, sobre todo para la oposición misma. La deja hablándose a sí sola. Ninguna discusión analítica inteligente hoy en día asume que el mercado puede dar resultados justos o deseables por sí solo.

La izquierda de López Obrador también tiene trabajo que hacer. El principal es dejar de creer que todo empresario es rico y explotador porque no es así. En México el 45% de los empresarios no alcanzan a terminar la quincena. Esos empresarios no pueden ser alienados de la agenda de izquierda sino atraídos a ella. En México la mayoría de las personas más pobres no son trabajadores subordinados, son microempresarios de autoconsumo.

Pero, sobre todo, es momento de invitarnos a pensar un México que revolucione sus objetivos. Que deje de ser un país que aspira a ser maquilador de Estados Unidos y que comience a ser su socio. Ello requiere del gobierno para brindar el entrenamiento, el capital y el empuje a empresas pequeñas para que se vuelvan exportadoras, y a empresas medianas para que compitan con las grandes.

Tener el Gobierno que necesitamos y con la capacidad de realizar las labores antes mencionadas requiere recursos. Por ello, es impostergable hacer que los ricos y las empresas paguen sus impuestos y cumplan su responsabilidad con un México que les ha dado tanto. La transformación requiere que todos comprendamos que la forma en la que hoy funciona el país nos afecta a todos. A la mayoría.

Sueño con tener un día el México que merecemos. Ni más, ni menos. No tengo duda de que podemos tenerlo si nos avocamos a acrecentar nuestra honestidad intelectual y sobre todo a organizarnos para elevar la temperatura de nuestra democracia y la ambición de nuestros gobiernos. México puede muy pronto ser lo que debemos ser.

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