Novelas convertidas en películas o series: las plataformas de ‘streaming’ disparan la fiebre por las adaptaciones
El mundo de la cultura vive una nueva época dorada con cada vez más obras de la literatura llevadas al audiovisual. Tres de los últimos éxitos editoriales mexicanos ya han dado el salto
La escritora española Elvira Lindo recuerda que una tarde, después de salir de una reunión con un equipo de trabajo de la industria del cine para adaptar uno de sus libros, su esposo, el también escritor Antonio Muñoz Molina le dijo, notablemente molesto, que no la veía “lo suficientemente deprimida” después de que aquellas personas destrozaran su obra. Era una de las reuniones a las que la escritora ya estaba acostumbrada. Las adaptaciones de libros al cine no son nuevas, existen desde que la invención misma de esa industria, pero actualmente experimentan una especie de auge por el impulso de las plataformas de streaming y el trabajo de promoción cada vez más arduo de las editoriales. En México, por ejemplo, en este 2023, se han adaptado tres de los libros más emblemáticos de la literatura nacional: Temporada de Huracanes, de Fernanda Melchor, Recursos Humanos, de Antonio Ortuño y No voy a pedirle a nadie que me crea, de Juan Pablo Villalobos.
Aquella tarde, tras la caótica interacción a ojos de Muñoz Molina, Elvira Lindo explicó que para poder hacer guiones, tanto el escritor como el guionista han de tener “cierta humildad”. “Yo veía cómo su cara se iba quedando cada vez más enfurecida, porque no entendía que me dijeran desde el primer momento que tal vez un personaje no funcionaba, que en tal parte perdía fuerza la acción. ‘Deja este mundo’, me dijo, ‘es un mundo en el que van a humillarte constantemente’. Y yo pienso que ese es el oficio, y hay que entender que en el guion todo el mundo va a meter cuchara”, relata. Varias obras de Lindo han sido llevadas al cine, pero también ella misma ha adaptado y escrito guiones originales. La mayor parte del miedo que no solo experimentan los escritores, sino también el público que es fiel a las obras de sus autores y autoras predilectas, radica en la forma en la que esas historias, contenidas en las páginas de los libros, se proyectan ahora, con gente de carne y hueso y con claros estímulos visuales en la pantalla grande.
En México, este 2023 tres libros exitosos han llegado a las pantallas de los cines y de las plataformas. De ellos, el que más expectativa causaba entre el público era Temporada de huracanes (Random House, 2017), de la veracruzana Fernanda Melchor, por lo complicado que parecía el entorno y la recreación del mundo interior de sus personajes. La novela, ambientada en Veracruz, retrata un escenario que puede ser posible en casi cualquier rincón de México, con personajes que encarnan en sí mismos la miseria, la pobreza, el abandono, la homofobia, el maltrato y las distintas problemáticas graves que vive la sociedad mexicana en medio de la explosión de violencias que experimenta el país desde hace ya varias décadas.
Elisa Miller, la directora, trabajó codo a codo con Melchor y logró trasladar a la pantalla parte de esa sordidez y de esa perspectiva amarga que las páginas del libro plantea. Miller escuchó un día a la autora decir que comenzó la construcción de sus personajes imaginando que un demonio los poseía y a partir de ahí pudo contarlo todo: “Si la cámara estaba ahí es porque el diablo estaba ahí. Con esa excusa nos permitimos hacer movimientos que normalmente no habría hecho”, ha dicho la directora en una entrevista a este diario.
El escritor y cineasta uruguayo Pablo Casacuberta explica que la complejidad en adaptar un libro al cine responde a cómo la percepción de los sentidos mismos de las personas construyen una experiencia única que no puede compararse: “En la lectura se produce una virtualidad donde uno está sentado en el sillón, pero al mismo tiempo está desdoblado. Y pasa una cosa increíble y es que el estímulo para que eso pase tiene una bajísima sensorialidad. Uno está sentado en el sillón y de hecho, cuanto menos sensorialidad hay, mejor. Uno quiere que no haya ruido, que no haya estímulos, no quiere sentir calor ni frío. Entonces, eso que se produce es una suerte de espacio íntimo que la película no tiene. La película es de un nivel de sensorialidad inmersivo”.
El mexicano Juan Pablo Villalobos es partidario de animar a los lectores y los autores a que no esperen ver en los cines una versión igual a la que ellos construyen con sus libros: “Creo que no hay que hacer comparaciones, hacer comparaciones entre una novela y la película es un falso planteamiento”. El escritor, cuya novela No voy a pedirle a nadie que me crea (Anagrama, 2016) ha sido llevada también al cine recientemente, está próximo a estrenar la adaptación de otro de sus libros: Fiesta en la madriguera. Sobre las tres películas mexicanas que se estrenan en las salas de cine —entre las que está la suya—, dice: “Consiguen crear algo distinto del libro, es decir, que no hay una simbiosis de que no se pueda ver la película sin haber leído el libro o que después de ir a ver la película necesites ir por el libro porque no entendiste algo. Creo que las tres han creado su propio lenguaje y su propio tono y eso es lo interesante”.
No voy a pedirle a nadie que me crea nació cuando el joven director mexicano Fernando Frías —lector voraz y amante de la literatura— leyó el libro en su casa mientras filmaba la galardonada Ya no estoy aquí (2019). Se comunicó vía correo electrónico con Villalobos y trabajaron juntos para afinar los detalles del guion. Incluso, el escritor aparece en una breve, pero reveladora escena de la película, justo dándose un reconocimiento por su libro al personaje que hace de él mismo. Una suerte de juego de metaficción que termina arrancando la suspicacia y la risa de más de un espectador.
Durante cinco años, Villalobos y Frías se intercambiaron mensajes y llamadas telefónicas para que la historia saliera de la mejor de las formas. Ahora, de la mano con el director Manolo Caro (La casa de las flores o La vida inmoral de la pareja ideal) prepara el estreno de la adaptación de Fiesta en la madriguera, una historia que podría decirse más compleja a la hora de llevarse a otro tipo de narrativa, al estar narrada desde la voz de un pequeño que vive en una casa y con una familia envuelta en un misterio que los lectores —sobre todo los mexicanos— descubrirán en las primeras páginas del libro.
Para el jalisciense Antonio Ortuño leer es una experiencia individual, y escribir también, en cambio, el cine, es algo que se hace en colectivo y que, en general, se disfruta también de esa manera: “Uno escribe una novela en su despacho, o en un café, o en su casa, y hay muchos momentos en los que las palabras, la historia le llevan a un cierto grado como de capricho. O decir, yo puedo construir esto con las palabras, y el esfuerzo de construirlo, pues es mi trabajo. Convertir eso en un guion también implica una serie de costos. Que Remedios la bella ascienda a los cielos, con el genio de García Márquez que sale muy bien en papel, pero para el productor, para el fotógrafo, para el director de arte, pues puede ser una pesadilla absoluta”, dice. El autor de Recursos humanos (Anagrama, 2007), adaptada por Jesús Magaña, explica que la experiencia de volver a contar una de sus historias ahora desde otro lugar le resulta muy interesante: “Volver a contar esa historia y en otras circunstancias con otras posibilidades, dice a propósito de la adaptación, pues es un reto y yo lo trato de afrontar de esa manera en lugar de aferrarme.
El precio del cine
Las condiciones económicas definen las adaptaciones cinematográficas. En el cine se requiere una serie de recursos, a veces millonarios, para recrear una situación que plantea en menos de una página el autor de un libro. Los autores aquí consultados han coincidido en que de las cosas que hay que evitar, como escritores, es aferrarse a ciertos personajes, escenas, circunstancias y detalles que para ellos incluso en algún momento de su escritura les parecieron imprescindibles.
El colombiano Antonio García Ángel recuerda cuando junto con la escritora Pilar Quintana escribían el guion de la película Lavaperros (2020): “En un momento el productor nos dijo ‘revisen cuáles escenas de las que se hacen de noche se pueden hacer de día porque nos sale más caro hacer escenas de noche y las de día son más baratas’. Entonces claro, nosotros indignados, pensamos que estaban afectando nuestra creatividad y preguntamos cuánto costaba: ‘250.000 dólares más’dijeron, y ahí nos tuvimos que sentar”.
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