Europa se narra a sí misma: la literatura abraza la honestidad de las lenguas maternas
Los escritores José Luis Peixoto (Portugal), Nora Ikstena (Letonia), Karmele Jaio (País Vasco, España) y Adina Rosetti (Rumania) comparten su visión sobre la diversidad del continente en la FIL de Guadalajara
La hija adolescente de la escritora Adina Rosetti, rumana como ella, le ha preguntado multitud de veces por qué no escribe en otro idioma, por ejemplo, el inglés. “Es el futuro, mamá, tienes que actualizarte”, pone en su boca, con humor, la madre, que participa en el foro de este lunes sobre literatura europea de la FIL. Sus compañeras Nora Ikstena, de Letonia, y Karmele Jaio, del País Vasco (España), han escuchado la misma pregunta una y otra vez. Las ventajas parecen claras: llegan a un público más amplio, prescinden de las traducciones y tienen mayor capacidad para competir con escritores cuya lengua tiene más fuerza para imponerse en el mercado. El problema es que la literatura no tiene atajos, y la lengua materna es algo más que el idioma con el que se comunican. Es lo que el filósofo Emilio Lledó bautizó como lengua matriz: aquella que nos constituye.
“Lo que el idioma te permite decir condiciona tu forma de pensar. Escribiendo en otro idioma vas a decir cosas distintas y pensar de manera distinta, aunque sea sutil”, concuerda con sus colegas el portugués José Luis Peixoto. El suyo no es un idioma pequeño, pero también representa su forma de anclarse al mundo, de mirarlo. “Es difícil tener la sensibilidad con un idioma ajeno al propio. La literatura supone ese esfuerzo de ir más allá de la expresión, y para eso no podemos conformarnos con tener un conocimiento funcional”, argumenta. Karmelo Jaio es un caso evidente de cómo la personalidad de la lengua moldea el propio contenido de lo que se enuncia. “Cuando me traduzco al español, tengo la necesidad de expresarme de forma diferente”, explica la autora, que escribe tanto en euskera como en castellano. Una manera de sentir diferente requiere una solución estética distinta. “Ese es el valor de Europa”, resume Ikstena: “Y es la única forma de pertenecer como escritores”.
La Europa de hoy ―y su cristalización política, la Unión Europea (UE)― es, quizá, lo más cercano en la actualidad a aquel sueño del mundo antiguo que representó la Biblioteca de Alejandría: un experimento que permitía abolir las fronteras, aunque fuera simbólicamente, y convocar en armonía una infinidad de culturas que, fuera del ámbito de la literatura, se volvían un arma de división y enfrentamiento. El camino de cada país hacia esa utopía común, sin embargo, está marcado por una historia y una identidad profundamente locales. “En los últimos cinco siglos, Portugal ha estado mirando hacia fuera de Europa, porque nos quedamos en ese rincón rodeados de España, que a veces es como un océano, por eso a veces también nos sentimos como una isla. Y Europa, durante mucho tiempo, ha sido una aspiración”, relata Peixoto. Frente a la conexión con Latinoamérica y África, históricamente fuertes, siente que la relación con Europa todavía está desarrollándose: “Queda mucho trabajo para que nos conozcamos, y la FIL es una oportunidad para ello”.
Ese sentimiento de Europa como aspiración es compartido por las escritoras, que han reivindicado la literatura como un espacio de libertad, frente a las dictaduras que dominaron sus respectivos países en el pasado. “Algunos escritores no tenían otra opción que combatir el régimen con su escritura, que era su única herramienta”, recuerda Rosetti sobre Rumania. Quizá por eso, cuando el presentador y embajador de la UE en Honduras, Jaume Segura, les ha preguntado por la palabra que les viene a la mente al pensar en Europa, ella ha respondido con aquella que lo concentra todo: esperanza. También su colega letona, Nora Ikstena, se ha inclinado por las posibilidades que ofrece el continente y ha sugerido la palabra derecho en su opción más amplia, es decir, el derecho a tener derechos. Para Jaio ha sido la diversidad y Peixoto ha optado por la cultura, aunque ha añadido una segunda imprescindible para la gastronomía regional: la pizza.
El gran puente de comunicación que es la literatura les permite, más allá de las historias particulares, conectar con lo universal. En las historias de la letona se abren paso las relaciones entre madres e hijas que, contadas desde la honestidad, conectan con todas las madres y las hijas que deciden acercarse a ellas. En las familias de la autora vasca se explora el significado de las cosas que no se dicen: “Con el silencio se comunican muchas cosas sin necesidad de palabras. Cuando escribo quiero entrar en ello, es una especie de venganza contra la rutina”. El del portugués es un juego de distancias en el que los lugares más remotos le permiten ver y hablar con mayor claridad de los más cercanos, como su pequeño pueblo de 1000 habitantes en el sur de Portugal.
Solo la escritora rumana, Andina Rosetti, escribe para los más pequeños, a los que les cuenta historias sobre su país natal. “Escribir para niños es una cosa muy seria. No somos lectores, nos convertimos en ellos”, ha reivindicado: “A veces se entiende como un género menor y no estoy de acuerdo. Es el primer paso hacia convertirse en lector”. Tras ese primer paso, les espera todo: un horizonte abierto y un futuro en común.
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