Adolfo Gilly y aquella ‘Nueva Izquierda’
Tal vez no se ha enfatizado lo suficiente que el tipo de intelectual que fue suponía la crítica de la izquierda, sobre todo, cuando es gobierno
En los estudios académicos sobre las revoluciones y movimientos sociales de la Guerra Fría está fuertemente instalado el concepto de “Nueva Izquierda”. Por ésta se entiende el conjunto de organizaciones armadas o no, partidos y programas políticos y grupos intelectuales que defendieron un socialismo diferente al soviético y de Europa del Este entre los años 60 y 70. El itinerario de aquella izquierda, cuyas fuentes provendrían de marxismos alternativos o vernáculos, como el trotskista, el maoísta o el guevarista, atravesó las revoluciones guatemalteca, boliviana y cubana, la lucha contra las dictaduras, las transiciones democráticas y la resistencia al neoliberalismo a fines del siglo XX.
El historiador, ensayista y militante argentino-mexicano, Adolfo Gilly (1928-2023), recientemente fallecido en la Ciudad de México, sería una vida ejemplar de aquella izquierda. Comenzó militando en la corriente trotskista que encabezaba Juan Posadas en la Argentina. Durante los años 50, como el Che Guevara y tantos otros socialistas de su generación, siguió de cerca las revoluciones de Jacobo Arbenz en Guatemala y Víctor Paz Estenssoro en Bolivia, llegando a colaborar con el segundo gobierno nacionalista revolucionario de Hernán Siles Suazo.
La tercera estación de la ruta fue la Revolución cubana y su radicalización marxista-leninista entre 1960 y 1962. Gilly estaba en La Habana cuando la Crisis de los Misiles y pudo constatar la frustración que produjo en la máxima dirigencia cubana el pacto Kennedy-Kruschev, que conjuró la guerra nuclear. Fue testigo de primera mano del gran debate sobre la política económica cubana, entre 1963 y 1964, que enfrentaría al Che Guevara con la corriente pro-soviética. Como se lee en su ensayo Inside the Cuban Revolution (1964), en Monthly Review, sus simpatías estaban con el flanco guevarista, en el que reconocía rasgos trotskistas y maoístas que, a su juicio, debían incorporarse a las guerrillas centroamericanas y caribeñas.
A fines de 1964 Gilly formó parte de la convención guerrillera en el campamento Las Orquídeas, en Guatemala, en la que Marco Antonio Yon Sosa delineó el programa trotskista del Movimiento 13 de Noviembre. El ensayo que Gilly dedicó a la guerrilla guatemalteca, también en Monthly Review, sumado al malestar de los sectores ortodoxos cubanos por su texto sobre la isla, suscitó una agresiva respuesta de Fidel Castro en la reunión de la Tricontinental en La Habana. Castro acusaba a Gilly, a Monthly Review y a los trotskistas de “adoptar la misma posición de los periódicos y las agencias publicitarias del imperialismo”.
En 1966 la Dirección Federal de Seguridad de México detuvo a Gilly y lo encarceló por seis años en Lecumberri. La prisión se convirtió, como diría el historiador John Womack, en el mejor Instituto de Ciencias Políticas del país. Allí escribió Gilly su libro La revolución interrumpida (1971), elogiosamente comentado por Octavio Paz en la revista Plural. Se trataba, como su ensayo sobre Cuba, de una interpretación del proceso revolucionario en clave trotskista: la revolución popular zapatista y villista había sido interrumpida por la burocracia del nacionalismo revolucionario. Lázaro Cárdenas intentó retomar el hilo en los años 30, pero la energía revolucionaria volvió a congelarse.
En 1972 Gilly fue liberado, a cambio de que se trasladase a Francia. Cuatro años después, “terco, quiso volver a México”, país que había hecho suyo en la cárcel. Según su propio testimonio, lo ayudaron a reinstalarse en México, Carlos Fuentes, embajador en París, y Javier Wimer, embajador en Belgrado. En los años 80 se acercaría a la corriente democrática de izquierda, dentro del PRI, que impulsó Cuauhtémoc Cárdenas y dio lugar a la fundación del PRD a fines de la década. Dos evidencias de esa aproximación serían su libro El cardenismo: una utopía mexicana (1994) y su trabajo como asesor de Cárdenas en el gobierno de la Ciudad de México.
No hubo intelectual o académico de las ciencias sociales en México que no sintiera como llamado profundo la rebelión zapatista, en Chiapas, en 1994. Gilly no fue la excepción y, como Luis Villoro o Antonio García de León, vio en el EZLN una nueva oportunidad para refundar sobre bases comunitarias el México contemporáneo. Esa posición en su presente perfiló aún más su mirada al pasado de la Revolución mexicana como movimiento popular radical. Una certeza que reafirmó en su amistad y colaboración con historiadores como John Womack y Friedrich Katz y en uno de sus últimos libros, Felipe Ángeles, el estratega (2019).
Tuvo tiempo Adolfo Gilly de poner en claro su inscripción en la heterodoxia marxista de la Nueva Izquierda con otros dos libros, también publicados por la editorial Era: Historia a contrapelo (2006) y Estrella y espiral (2023). En el primero trazó las coordenadas teóricas de su trabajo como historiador: Gramsci, Benjamin, Thompson, Polanyi, Guha, Bonfil Batalla… En el segundo rindió tributo a sus héroes y amigos: Camilo Torres, Victor Serge, Andre Breton, Friedrich Katz, Octavio Paz, Juan Gelman, Luis Villoro y Bolívar Echeverría.
Se ha repetido en estos días, con razón, que Adolfo Gilly fue un intelectual que siempre militó en la izquierda. Lo que tal vez no se ha enfatizado lo suficiente es que el tipo de intelectual que fue, marcado por esas amistades y esas lecturas, suponía la crítica de la izquierda, sobre todo, cuando es gobierno. Basta leer sus últimos artículos en La Jornada para comprobar que aplicó al presente de México la misma premisa que antes había aplicado a Cuba o a Nicaragua: llegar al poder no significa “abolir toda dominación” sino “establecer una nueva relación de dominación con una nueva élite”.
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