Rafael Cauduro, el muralista solitario que caminó a un costado de sus contemporáneos
Un nuevo libro y una exposición reúnen la obra del artista mexicano y revelan su forma de creación matemática y obsesiva
Cuando los ministros de la Corte Suprema de Justicia de la Nación llegan a trabajar ven –no pueden evitarlo– escenas de la violencia que permea en México: el mural que sube tres pisos con la espiral de la escalera muestra a una mujer violada, hombres lanzados al vacío, manifestantes atravesados por lanzas, o los archivos de casos como estos que se apilan sin seguimiento en una sala asfixiante. El artista mexicano Rafael Cauduro pintó esos paneles entre 2006 y 2009; Un clamor por la justicia. Siete crímenes mayores es, quizás, su obra maestra. Pero poco se conocía hasta ahora del proceso creativo del muralista en este y otros trabajos. Un nuevo libro y una exposición reúnen más de 400 obras, bocetos y anotaciones inéditas que permiten entender cómo creaba este pintor que marcó su camino a un costado de su generación.
Rafael Cauduro nació en Ciudad de México hace 72 años. Estudiaba diseño industrial cuando decidió que dejaría la universidad para ser pintor. Aunque ilustraba y dibujaba caricaturas desde chico, nunca tuvo un aprendizaje artístico formal. Los académicos que estudian su vida y obra opinan que esa fue la razón de su arte solitario, un pintor que trabajaba ajeno a las corrientes pictóricas de su época. El crítico Juan Rafael Coronel señala en Aquí ‘estubo’ Cauduro, un libro editado por Trilce con ensayos de historiadores y escritores, que las expresiones del artista “lindan con la rareza”: “Extraño es aquello que nos relata una historia que es de fuera; quizás por eso también sus contemporáneos lo veían distinto”.
“Él ha sido un outsider”, define Deborah Holz, editora de la publicación, que se presentó este jueves. El libro de casi 500 páginas se fraguó a lo largo de más de siete años a partir de entrevistas con el pintor, que está enfermo y se mantiene alejado de la vida pública, y del acceso que la familia dio a obras, diarios y bocetos desconocidos. Una parte de esas piezas se muestran hasta el 26 de junio en el Colegio de San Ildefonso, en Ciudad de México, en la exposición Un Cauduro es un Cauduro. Era más de lo que Holz esperaba: “Creíamos conocer su obra pero nos dimos cuenta de que no teníamos ni idea”. La faceta del artista como dibujante fue una de las más reveladoras. La investigación les permitió conocer “el complejo proceso” que seguía el pintor para plasmar su arte. Un método matemático, casi obsesivo, sin espontaneidad ni improvisación, reflexivo.
Cauduro es difícil de clasificar. En sus primeros años, ensayó con el abstraccionismo y el geometrismo. Un ejemplo es El patinador, un cuadro de 1979 donde una figura vertical se desintegra en elementos tridimensionales disparados hacia los bordes del lienzo. La experimentación lo llevó a salir de la bidimensionalidad y a jugar con la perspectiva, a crear composiciones de varios planos, espacios imposibles con personajes fantasmagóricos y, en algunos casos, seres monstruosos, o ángeles. A principios de la década de los noventa, por ejemplo, creó Escenarios subterráneos en la estación de metro Insurgentes de Ciudad de México. La obra, que tiene un tratamiento realista, presenta, sin embargo, contradicciones ópticas, como asientos sentados sobre personas o cuerpos translúcidos o en desgaste.
Aunque para los expertos no hay una trayectoria lineal en la obra de Cauduro, hay elementos constantes, como el uso que hizo de los materiales. El artista compraba los insumos que necesitaba en la tlapalería: resinas, pegamentos, piroxilina o esmaltes que le permitían fabricar ladrillos que no eran ladrillos, madera que no era madera. En esta exploración colaboró con la artista Carla Hernández, fallecida en 2016, con quien estuvo casado. La mirada sarcástica y crítica del pintor también aparece como una constante. El error en el título del libro publicado por Trilce –la b en lugar de la v– hace referencia a faltas ortográficas que Cauduro introdujo, adrede, en algunas de sus obras. “Aquí estubo Cauduro”, firmaba, como si estuviera vandalizando una pared. Era también un guiño al pintor flamenco del siglo XV Jan van Eyck, quien en sus cuadros incluía una inscripción similar: “Van Eyck fuit hic”.
Entre aquel mural de los años noventa y el que le siguió, en la Suprema Corte de Justicia, la diferencia, dice Gonzalo Vélez, poeta y autor de uno de los ensayos del libro, es la “experiencia de vida” del pintor. “Es el mismo gran artista en un momento diferente de su trayectoria”, asegura Vélez. En el primero, “Cauduro muestra todo de lo que es capaz”. Cuando llega la comisión del alto tribunal ya no tiene que demostrar nada: “Es una obra de madurez”. “Pasaron muchas cosas en su vida que lo fueron sensibilizando: la muerte de su padre, su propia paternidad, un accidente que casi lo mata…”, cuenta el poeta.
Los ministros de la Suprema Corte de Justicia querían revestir las escaleras del edificio con un mural que contara la historia de la justicia en México. En la misma sede, José Clemente Orozco había empezado a pintar una obra por encargo en 1941. El muralista había decidido representar a la justicia como una mujer indiferente a la corrupción de los funcionarios. Llevaba poco más de un tercio de la pintura cuando su contrato fue rescindido. Quizás por ese antecedente, cuando planteó un proyecto que desafiaba la consigna inicial, Cauduro creyó que no lo aceptarían.
El artista se había entrevistado con criminólogos, abogados, víctimas y testigos de la violencia, y su propuesta se enfocaba en mostrar las “limitaciones, fallas y problemas no resueltos” de la justicia, según explicó en el texto que acompañó su proyecto. Lo eligieron pese al caracter crítico de la propuesta y empezó su obra maestra: 280 metros cuadrados y tres niveles. En esos años, el muralismo “había caído”, explica Vélez, se había vuelto un “movimiento panfletario, decorativo”. Lo que hace Cauduro es “una especie de renovación”.
Inframundo, tierra y cielo
El mural está organizado en tres niveles: el inframundo, la tierra y el cielo. En el primero, que coincide con el sótano del edificio, Cauduro ubicó un tzompantli, una construcción prehispánica a base de cráneos. El espectador continúa el ascenso y observa a una mujer amarrada a una silla, con los pantalones bajos; también archiveros altos donde ya no caben carpetas. En el descanso, la transición hacia el primer piso, Cauduro creó la tierra con imágenes de homicidos, tortura y secuestros. Y en el último nivel, el cielo. Este capítulo muestra cárceles sobrepobladas en penumbras y represión. En el muro más grande del conjunto, un tanque ocupa el centro y aplasta; las personas corren; por encima, las figuras de policías se traslucen a través del vidrio.
Cada uno de los paneles se creó en La Tallera, la casa-estudio que ocupó David Alfaro Siqueiros en la ciudad de Cuernavaca antes de morir. Los bocetos reunidos en Aquí estubo Cauduro muestran los ensayos y el análisis fotográfico que hizo el autor. En la obra terminada, el espacio se presenta alterado. El resultado es escalofriante.
Sobre este mural existen pocos trabajos académicos. La historia del muralismo, según criticó la académica Dina Comisarenco en la presentación del libro este jueves, ha sido contada de forma “parcial e incompleta” en México. Más allá de José Clemente Orozco, David Alfaro Siqueiros y Diego Rivera –a veces, también, Rufino Tamayo– poco se ha dicho. “Rafael Cauduro es un ejemplo significativo de algunas de las graves injusticias cometidas por la historia del arte nacional”, dijo Comisarenco. La investigadora lo atribuye a “prejuicios” derivados del éxito temprano del artista, que en los ochenta ya tenía la atención del mercado y de las galerías internacionales; de la institución que comisionó el mural –la Corte Suprema de Justicia–, y del estilo realista de la obra, que sin embargo cuestiona y engaña.
Cauduro había expresado ya con sarcasmo su posición sobre la cualidad realista de sus pinturas. Lo que intentaba en sus cuadros, había escrito, era “hacer una mentira comprensible”. “Siempre que se habla de mi obra se incluyen palabras como realidad, o peor aún hiperrealidad. ¿Superior a la realidad o esencialmente real? Es como estar excesivamente muerto”, expuso. En el texto, Cauduro concluye que, más que realismo, en su obra hay perversión: “Etimológicamente pervertir quiere decir ‘gran vuelta’, ‘gran derribe’, ‘gran cambio’ o ‘gran conversión’. Perverso: dar un giro grande o aumentar a la vez el verso”.
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