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Un búnker, un grupo de WhatsApp y cuatro semanas sin dormir: así fue posible el escape de decenas de mexicanos de la guerra en Ucrania

La embajadora Olga García Guillén narra la historia detrás de la huida de la comunidad mexicana y cómo ha impactado en su vida la invasión rusa

La embajadora Olga García Guillén (a la izquierda) con un grupo de mexicanos tras salir de Ucrania, el 1 de marzo.
La embajadora Olga García Guillén (a la izquierda) con un grupo de mexicanos tras salir de Ucrania, el 1 de marzo.Secretaría de Relaciones Exteriores
Elías Camhaji

Olga García Guillén no ha dormido de corrido en cuatro semanas. No tiene tiempo para que los sentimientos la desborden. Ni puede hacer caso a los instintos y las reacciones involuntarias de su cuerpo cuando escucha una sirena o cuando pasa un avión a lo lejos. Físicamente, la embajadora de México en Ucrania está sentada en el Hotel Ramada de Bucarest, la capital de Rumania. Pero su cabeza está en una oficina en Kiev que tuvo que abandonar a pocas horas de que estallara el conflicto, en cómo lograr que una bebé que no tiene pasaporte pueda llegar a casa, en casi una decena de mexicanos que siguen atrapados en la guerra. En mil cosas. Todas urgentes. “La verdad, no he dejado Ucrania”, confiesa. Durante poco más de media hora, sin embargo, se da una tregua y lo revive todo en exclusiva: los primeros bombardeos, el autobús que abordó con otras 20 personas para cruzar la frontera y detalles que por primera vez salen a la luz de operativos de evacuación que se fraguaron en un búnker y se abrieron paso desafiando los retenes y los toques de queda.

“Cuando uno se da cuenta de que puede perder la vida en cualquier momento, eso te hace pensar muchas cosas; en primer lugar, como persona y en segundo, como servidor público”, afirma. García Guillén escuchó las primeras detonaciones en la madrugada del pasado 24 de febrero mientras dormía. “A las 4.45 de la mañana sonó la primera bomba”, recuerda. Los sonidos todavía se escuchaban a lo lejos y la embajadora trató de acostarse otra vez. “A los 10 minutos volvió a sonar una nueva bomba y ahí fue cuando me levanté”, comenta.

En ese momento, se asomó por la ventana para ver qué estaba pasando. “No veía ráfagas, no veía incendios, no veía nada, pero sí alcanzaba a oír las detonaciones”, dice la diplomática, “supuse que eran fuera de la ciudad, cosa que después supimos que así fue”. “¿Lo escuchaste?”, le preguntó a Miguel Ángel Uribe, un miembro del servicio exterior mexicano que recibió su primer nombramiento en la Embajada en Ucrania y que desde el estallido de la guerra ha sido una pieza clave en la protección consular de la comunidad mexicana. “Para las cinco o seis de la mañana, hablé con varios embajadores y todos lo habían escuchado”, relata. “Ahí fue cuando dije: ‘tenemos que prepararnos”.

Uribe y García Guillén buscaron desplazarse hacia la Embajada, pero un agente de seguridad les advirtió de que los restos de un avión derribado por el Ejército ucranio cayeron e impactaron un edificio cercano y que el acceso estaba prohibido. Fue la última vez que pudieron acercarse a la sede oficial, en el corazón de Kiev. La embajadora en Ucrania venía de ser directora Servicios Consulares durante nueve años en la Secretaría de Relaciones Exteriores, pero nunca se imaginó que iba a vivir una guerra hasta que quedó atrapada en una.

“Tuvimos que empezar a trabajar desde la residencia”, cuenta la embajadora. “Bajamos unos colchones al sótano y ahí pusimos nuestro propio búnker”, afirma. Su mano derecha explica por separado que, en realidad, es un cuarto de unos 20 metros cuadrados, a lo mucho. Incluso con la falta de espacio y los problemas para que la señal de internet llegara al subsuelo, ambos encontraron un refugio. “Abajo los bombardeos se oían menos y eso nos ayudó mucho a estar menos nerviosos”, comenta García Guillén. “Aun así, se escuchaban cada vez más las bombas y las sirenas sonaban cada vez más seguido”, agrega.

Su rutina se convirtió en un permanente bajar y subir de la planta baja al sótano. Con cada sirena. Con cada bombazo. Con cada mensaje de alerta. Eso, durante el día. De noche, lo esencial era quedarse en la parte más baja del edificio, con el riesgo de no tener una conexión estable a internet: la forma más efectiva de saber lo que pasaba afuera y la única manera de atender llamadas de auxilio que se multiplicaban. En esas primeras horas, se empezaron a escuchar misiles y disparos: las tropas rusas habían entrado en la capital. “Cuando no estás acostumbrado a la guerra, te inquietas muchísimo, Miguel y yo nos volteábamos a ver y pensábamos: ‘¿Y ahora qué sigue?”, admite, “y ese es el problema, que no sabes qué va a pasar”.

El equipo de la Embajada en Kiev tenía solo cuatro funcionarios mexicanos, que eran apoyados por personal local. Uno de ellos, el administrador Roberto Rodríguez, ya se había ido con el primer contingente de una veintena de integrantes de la comunidad mexicana que había sido evacuado a la ciudad de Ivano-Frankivsk, en el oeste del país, desde el 16 de febrero. El jefe de la sección consular, sin embargo, estaba tratándose una enfermedad grave. Solo quedaban en la capital García Guillén y Uribe. “Le dije, sabes qué necesitamos estar juntos porque si algo pasaba tenemos que salir cuanto antes”, recuerda la embajadora. “Miguel llegó a la residencia con una backpack, prácticamente solo con sus documentos, ya no pudo regresar a su casa”. Cuatro personas para dar certidumbre y apoyo permanente a una colonia de 220 mexicanos en Ucrania.

Olga García Guillén, embajadora de México en Ucrania, en Bucarest (Rumania), el 13 de marzo de 2022.
Olga García Guillén, embajadora de México en Ucrania, en Bucarest (Rumania), el 13 de marzo de 2022.Mauro Pedraza (SRE)

La evacuación no implicó convoyes diplomáticos ni enormes cantidades de dinero. Para responder ¿cuál fue la herramienta clave?, García Guillén levanta su teléfono: “Creamos un chat con todos los mexicanos que teníamos registrados y tenemos una base de datos a partir de ese grupo que nos permite comunicarnos mucho más rápido, las aplicaciones de mensajería instantánea nos han ayudado muchísimo”.

Originalmente, todo estaba listo y pagado para que saliera un segundo autobús de la residencia de la embajadora en Kiev hacia la frontera con Rumania el 25 de febrero, menos de 48 horas después de que empezara la guerra. Pero la compañía canceló de un momento a otro. “Lo teníamos pagado desde 10 días antes, nos pidieron esperar, llegó el toque de queda y después nos dijeron que no lo iban a hacer, que los conductores tenían mucho miedo de manejar hasta la frontera”, narra García Guillén. Pasó todo el fin de semana y fue hasta el lunes que se logró conseguir otro vehículo. “Obvio, los precios se dispararon cinco veces más”, lamenta. La buena noticia es que se logró que saliera lo más pronto posible: el martes 2 de marzo por la mañana.

“Tenía anotadas alrededor de 70 personas que se querían subir”, revela. Pero había pocas horas para atravesar la ciudad: sin taxis ni transporte público y con el metro convertido en un refugio. “A la hora de la hora llegaron solo 25″. A quienes sí pudieron moverse, se les ofreció que pudieran quedarse en la residencia: unas 15 personas cenaron el 1 de marzo en el pequeño búnker del sótano. Todo mundo llevó lo que pudo para que alcanzara la comida: sopas instantáneas, galletas, pan, frijoles y botana. “A pesar de todas las adversidades, fue uno de los momentos más bonitos que pasamos, se sentía una solidaridad enorme y una necesidad de disfrutar estar juntos, en medio de todo los peligros que había allí afuera”, cuenta Uribe. A la mañana siguiente desayunaron huevos con salchichas, negociaron con el cuerpo militar ucranio que estaba apostado frente a la residencia y partieron en el bus a las nueve de la mañana.

“Nos dejaron salir sin problema, pero estábamos siempre con el temor de que desde arriba nos pasara algo, porque yo pensaba que si nos veían como un grupo de personas formadas iban a pensar que era un motín o algo”, asegura la embajadora. “Afortunadamente no pasó nada”, agrega. En los casi 600 kilómetros de camino de Kiev a Siret, en la frontera con Rumania, pasaron múltiples retenes del Ejército de Ucrania, que buscaban evitar que algún hombre ucranio en edad de reclutamiento dejara el país. Ninguno pasó a mayores. Pero cuando empezó a caer la noche y se acercaba el toque de queda, la delegación mexicana se topó ante una nueva encrucijada: “El chofer me preguntó: paramos o seguimos”, cuenta García Guillén. “No lo pensamos demasiado y decidimos seguir, la verdad nos arriesgamos mucho con el toque de queda”, admite. Pasaron pueblos desiertos y puestos policiales durante nueve horas. Finalmente, llegaron a las cuatro de la mañana a Rumania.

Atravesar Ucrania durante el toque de queda significó una ventaja al final del trayecto: no había nadie en la aduana y lograron pasar la frontera en prácticamente 10 minutos. “Sentí mucho alivio”, afirma García Guillén. Las idas y venidas de Bucarest a Siret han sido constantes: el embajador en Rumania, Guillermo Ordorica, platica en el lobby que el contador de su coche registra más de 3.000 kilómetros recorridos en la última semana.

Los integrantes de la comunidad mexicana, sin embargo, no han parado de salir por sus propios medios. Ismael Torrentera, un informático de Tlaxcala, organizó una ruta de escape en una camioneta que pudo contratar de un día para otro después de buscar y buscar en Google. “Cuando el agua te llega al cuello dices ‘más vale aquí corrió que aquí quedó” y sentíamos que nos comía el tiempo”, cuenta Torrentera, que agarró camino tras ponerse de acuerdo con García Guillén y este domingo está por cumplir una semana en Rumania. En tres días, hubiese cumplido ocho años en Kiev. Él, su esposa Anyela y otras cuatro personas lograron huir. Otra camioneta llegó hace dos días con una familia.

“Cada uno de nosotros tiene una pieza de rompecabezas para contar esta historia”, afirma Torrentera, afuera de su albergue. Es un rompecabezas inmenso. Alrededor de 150 mexicanos y sus familiares de otras nacionalidades han escapado de la guerra: con coches de alquiler que no pudieron devolverse y con vehículos prestados por quienes no podían irse, gracias a personas que no habían visto nunca en su vida o en momentos en que todo parecía una sentencia, todo parecía perdido y sin saber cómo, pero lo lograron. “Vemos cómo la gente tiene que dejar a miembros de su familia, dejar su casa, dejar su mundo”, comenta García Guillén. “Es muy difícil, realmente es una tragedia, una experiencia dolorosa”, reconoce.

Y entonces vuelve a blindarse otra vez para seguir adelante. “Yo siempre digo que hay que tener la cabeza fría y los pies sobre la tierra para poder sacar este trabajo, aunque podría contar mil historias”, afirma antes de terminar la entrevista. El segundo avión que ha mandado México a Rumania está por salir en menos de 48 horas.

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Sobre la firma

Elías Camhaji
Es reportero en México de EL PAÍS. Se especializa en reportajes en profundidad sobre temas sociales, política internacional y periodismo de investigación. Es licenciado en Ciencia Política y Relaciones Internacionales por el Instituto Tecnológico Autónomo de México y es máster por la Escuela de Periodismo UAM-EL PAÍS.

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