¿Es el verano la época ideal para favorecer el alejamiento de los hijos del entorno familiar?
La edad óptima para que los menores pasen tiempo fuera de casa, incluyendo noches, está en torno a los 5 o 6 años, pero hay que respetar los ritmos de desarrollo de cada menor. Una vez dado el paso, los niños y adolescentes potencian su autocuidado y mejoran sus competencias sociales y emocionales
Durante el verano, el trasiego de los integrantes más jóvenes de las familias suele ser frecuente. Idas y venidas de niños y niñas que se incrementan durante este periodo vacacional. Abuelos y abuelas que acogen a nietos en sus casas aprovechando su estancia en el lugar de veraneo. A veces, los amigos de los padres también engrosan el número de miembros de su prole porque reciben a sus hijos. En definitiva, la estación estival se convierte en una época idónea ―aunque no siempre― para favorecer el alejamiento de los retoños del ámbito familiar a otros entornos de confianza.
El incremento de la autonomía durante la infancia debe apoyarse de manera paulatina desde que nacen. “Lo ideal es que durante el primer año haya una continuidad en los cuidados y que las separaciones sean breves, ya que los bebés necesitan sentir la seguridad y cercanía de sus figuras de apego para poder crecer adecuadamente”, explica Elena Pérez Llorente, psicóloga clínica del Hospital Infantil Universitario Niño Jesús. Eso sí, hay que tener siempre presente que estimular ese alejamiento debe hacerse respetando la edad y las características propias de cada niño.
No existe un momento idóneo para promover la separación de los padres porque cada niño posee unos ritmos diferentes de desarrollo que hay que respetar. “El hecho de que puedan quedarse con un amigo o amiga dependerá de la edad y no tiene por qué ser en verano, es más, lo ideal sería que durante el año hayan tenido experiencias previas de separación para que no llegue el verano y lo tengan que hacer de forma brusca o no tengan aún recursos para manejar tanta autonomía repentina”, indica Pérez. Lo más adecuado es iniciar el proceso con pequeñas separaciones, según la edad del hijo, para que este pueda tolerarlas sin angustiarse demasiado. “En realidad, en el día a día ya lo hacemos, cuando los niños van al colegio y los padres a trabajar, o cuando los padres tienen que ir a algún evento o actividad y los niños no van con ellos, y cuando fomentamos la autonomía en las rutinas diarias”, añade. Si no se han experimentado este tipo de separaciones, es más difícil que los niños puedan disfrutar de un campamento o de algún otro tipo de actividad que implique estar con otros adultos que cuiden de ellos.
La edad óptima para que los niños pasen tiempo fuera de casa en actividades donde no hay un familiar cercano, incluyendo noches, “está en torno a los 5 o 6 años, edad en la que los hitos evolutivos ya están más asentados a nivel de sueño, alimentación, relación con los otros, tranquilidad si no están sus padres cerca...”, sostiene esta psicóloga. Cuando los niños pasan tiempo con otras personas, como familiares cercanos o amigos del entorno de los padres, crece su autonomía, según prosigue, porque potencian su autocuidado, como puede ser la limpieza y aseo personal, cuidar de su ropa, de sus cosas u ordenar su habitación.
“Además, adquieren competencias sociales, aprenderán a pedir cosas solos, resolver conflictos y todo esto es básico para ellos”, explica Diana Sánchez, psicóloga sanitaria especializada en perinatal. Pero, antes de proponerles pasar algún día fuera de casa, es conveniente “dejarles salir a la calle a comprar (primero acompañados) cosas que vayan necesitando, como, por ejemplo, para sus tareas escolares; ir solos a su colegio (si es posible); pedir agua o la comida en un restaurante...”, asegura. La negativa de los hijos a pasar unos días fuera de casa también debe valorarse positivamente en cuanto que se entiende como un refuerzo a esa autonomía, “ya que, si no han aprendido antes a expresar lo que quieren, a decir que no, estas salidas pueden ser pesadillas para ellos”, mantiene Sánchez.
Ayudarles a ser más independientes y autónomos se adquiere en el día a día. La puesta en práctica de actividades en familia puede revelar a los tutores cómo de seguros se sentirán fuera de casa. “Uno de los factores que ayudaría a decidir dejarle en otros contextos es si cuando salen de su casa con los progenitores duerme bien o mal, si se acomoda con facilidad. El siguiente paso sería animarle a dormir en casa, por ejemplo, de los abuelos”, manifiesta Arantxa Ortiz, coordinadora de la Unidad de Psiquiatría Infantil y de Adolescencia del Hospital Universitario La Paz. Posteriormente, si el niño ha dormido bien y se le ve contento, hay que empezar a probar con los amigos de más confianza, de manera progresiva. “Al principio, por ejemplo, dejándole para que juegue algunas horas, de modo que coja confianza poco a poco y se puedan ampliar los tiempos de permanencia con ellos”, expone.
Ese proceso en el que los hijos se van desligando de sus tutores debe ser también un aprendizaje para los adultos en el que comprendan que “los niños pueden y deben explorar el mundo solos. De esta manera, los padres vivirán de forma más saludable, sin ansiedad o miedo, el hecho de que sean independientes”, dice Sánchez. Si se les facilitan herramientas y se les ayuda a confiar en ellos mismos y en sus decisiones, “desarrollarán habilidades para su edad adulta, con valores que estarán con ellos siempre, y fomentando el desarrollo intelectual, social, emocional y psicológico”, afirma Ortiz.
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