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Crianza
Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Dar mensajes claros, estar serenos y otras claves para educar a los hijos sin gritos

Muchas veces los adultos alzan la voz porque sienten que no pueden manejar una situación, están cansados o saturados. Pero los chillidos pueden deteriorar la relación paternofilial y producir en los menores miedo o dañar su autoestima

Educar niños sin gritos
Los gritos no educan, aunque el comportamiento del menor varíe como reacción a ellos.SOL STOCK LTD (Getty)

Fui una niña bastante traviesa a la que le costaba mucho respetar las normas, especialmente las que no acababa de entender. Siempre encontraba un buen motivo para ir a contracorriente, para llamar la atención o hacer lo que no tocaba. En clase, los profesores me regañaban a menudo porque no dejaba de hablar con mis compañeros, perdía el tiempo embelesada en mis pensamientos o distorsionaba las explicaciones haciendo tonterías para que todos se rieran y ser así el centro de atención. Tuve la suerte de tener unos padres y maestros muy pacientes que me aceptaban tal y como era e intentaban hacerme comprender que no podía hacer siempre aquello que me apetecía. Ahora que soy madre y profesora admiro mucho más la paciencia que tuvieron conmigo.

Si algo no funcionaba conmigo era que un adulto me gritase, que me alzase la voz de forma violenta para intentar que mejorase mi comportamiento. Eso me generaba mucho estrés y únicamente conseguía que empeorase mi forma de comportarme.

En ocasiones, los adultos, especialmente los padres, ante las conductas desajustadas de los niños se sienten desbordados, perdidos o frustrados al sentir que no pueden o saben reconducirlas desde la calma. Son muchos los motivos que pueden llevar a levantar la voz a un hijo: por ejemplo, esos momentos en los que uno está cansado de repetir una y otra vez lo mismo, las peleas constantes entre hermanos o salir siempre de casa con prisa porque no se han levantado y desayunado cuando tocaba.

Los progenitores alzan la voz para intentar que así los hijos les hagan caso, les escuchen o cumplan con sus responsabilidades. Unos chillidos que no educan porque carecen de aprendizaje y llenan los hogares de nerviosismo, mal humor y afectan muy negativamente al vínculo que se establece entre padres e hijos. Los niños que están acostumbrados a que siempre les griten se vuelven sordos y se hacen inmunes a ellos. Gritar entrena a los niños a no escuchar hasta que se alza la voz.

Aunque sea muy difícil controlar la ira, la rabia o el enfado cuando un niño no se comporta de forma correcta todos los adultos deberían intentar desarrollar estrategias que les permitan reducir los chillidos y las malas contestaciones. Los gritos pueden lograr que momentáneamente los niños hagan caso, pero no consiguen que aprendan a actuar correctamente si la situación se repite. El grito, además, implica un abuso de poder que descalifica al niño, le intimida, le humilla y le genera sentimientos de inferioridad y culpa. Únicamente producen en él miedo, dañan su autoestima y generan mucha incomprensión.

Por supuesto que se debe corregir a un niño cuando no haga algo bien, pero hay que hacerlo desde la tranquilidad, sin hacerle sentir mal y siendo muy conscientes que seguramente no ha actuado correctamente porque no sabe hacerlo de otra forma o aún no ha desarrollado las habilidades que necesita para lograrlo.

Dejar de gritar no es fácil porque supone tener un gran autocontrol para poder gestionar emociones como la ira y la rabia cuando un niño desobedece o se salta un límite, pero es imprescindible hacerlo para poder conseguir educar desde el respeto y la comprensión convirtiéndose en un modelo a seguir. Si no se logra, el niño hará lo mismo, usará el grito o la agresividad para solucionar los conflictos. Educar sin gritos utilizando límites consensuados, comprensión y empatía ayuda a los menores a aprender mucho más rápido.

Estas son unas claves que las familias pueden poner en práctica para educar a sus hijos sin alzar la voz:

  1. Establecer normas claras, conocidas y consensuadas que faciliten la convivencia y las relaciones en casa. Si un niño tiene claro qué es lo que debe hacer o la manera en la que debe comportarse será mucho más fácil que su comportamiento sea el adecuado.
  2. El adulto debe ser el mejor modelo comunicativo que el niño pueda tener. Si le grita cada vez que tengan una discusión o las cosas no estén saliendo bien el niño entenderá que los problemas se solucionan alzando la voz porque así se consigue la razón y el poder. La comunicación debe estar basada en los mensajes positivos, la cordialidad y la serenidad.
  3. Adquirir un compromiso familiar por parte de todos los miembros llegando al acuerdo de que en casa ni las desavenencias ni los problemas se solucionan alzando la voz. En el acuerdo, todos se comprometerán a hablar con respeto y altas dosis de cariño. A partir de ahora los errores se superan con paciencia y con la ayuda de los demás.
  4. Los padres deben ser capaces de gestionar correctamente sus propias emociones para evitar que el agotamiento, el enfado o la saturación les lleve a gritar cuando las cosas se compliquen en casa. Cuando estén a punto de estallar deberán poner distancia con la situación y no intervenir hasta que se hayan calmado, evitando así perder los nervios.
  5. Tener muy presente que los aprendizajes requieren tiempo y que debemos respetar el ritmo de cada niño para aprender y actuar de manera adecuada. Así las expectativas hacia ellos serán mucho más acertadas y los niños no tendrán miedo a actuar o equivocarse.

Los gritos no educan, por el contrario, deterioran el amor y la relación entre padres e hijos y generan consecuencias negativas en el desarrollo socioafectivo. Educar sin gritar es simplemente decir lo mismo, pero en otro tono. Como decía el dramaturgo y maestro español Alejandro Casona: “No es más fuerte la razón, porque se diga a gritos”.

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