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Carlos de la Cruz, sexólogo: “El error más frecuente, y que no es exclusivo de las familias de personas con discapacidad, es atender la sexualidad ante las primeras preguntas”

Sentido común y empeño en la educación sexual son las herramientas que, según el psicólogo, tienen los padres para abordar el tema del sexo con sus hijos. A lo que suma no sobreprotegerles y la importancia de respetar su intimidad

Carlos de la Cruz
El psicólogo y sexólogo Carlos de la Cruz.Carlos de la Cr

El psicólogo y sexólogo Carlos de la Cruz (Madrid, 60 años) es una de las personas que más sabe en España acerca de aquello que tiene que ver con las cuestiones afectivas y sexuales de las personas con discapacidad. De la Cruz es director y profesor del máster en Sexología en la Universidad Camilo José Cela de Madrid; jefe de la sección de Discapacidad y Juventud del Ayuntamiento de Leganés y asesor y colaborador de entidades como Plena Inclusión —organización que apoya a las personas con discapacidad intelectual a nivel estatal—. Además, es miembro del Comité Técnico de la Estrategia Nacional de Salud Sexual y Reproductiva del Sistema Nacional de Salud, perteneciente al Ministerio de Sanidad.

Con toda esa experiencia, nadie como él para ofrecer respuestas a la incertidumbre que surge en las familias cuando en sus hijos e hijas con necesidades especiales empieza a aflorar la sexualidad.

PREGUNTA. ¿Cómo reciben las familias el despertar afectivo-sexual de sus hijos e hijas con discapacidad intelectual?

RESPUESTA. La mayoría de familias de personas con discapacidad quiere mucho a sus hijos e hijas y, por tanto, reciben con agrado todo lo que indique que van creciendo como el resto de personas, lo cual es compatible con que la parcela de la sexualidad ande un poco descuidada. Esto es más frecuente en aquellos casos en que se perciba a la persona con discapacidad intelectual de manera infantilizada, con independencia de su edad. En estos casos, el despertar sexual, las preguntas, las curiosidades, las conductas, los novios o novias se viven con sorpresa a la que, a veces, hay que sumarle el miedo a no saber qué hacer para no meter la pata. Lo más curioso es que tanto la sorpresa como el miedo se pueden combatir fácilmente. No habría sorpresa si desde la infancia se empieza a asumir que la persona con discapacidad intelectual tiene sexualidad como sus hermanos, hermanas y el resto de personas.

P. ¿Cuáles son los errores más comunes que cometen las familias a la hora de abordar la sexualidad de los adolescentes con discapacidad?

R. El error más frecuente, y que no es exclusivo de las familias de personas con discapacidad, es no saber educar y atender la sexualidad cuando se tiene la conciencia de que hace falta, cuando aparecen las primeras preguntas, si la persona con discapacidad tiene lenguaje, o cuando aparecen conductas inadecuadas. Igual que no esperamos a que un hijo o hija nos pregunte qué es un semáforo o un paso de cebra para contárselo, no deberíamos esperar a que nos pregunte por la eyaculación, la menstruación, los cambios corporales o los tipos de familias o parejas para hablar de todo ello. En el caso de las personas con grandes necesidades de apoyo, y que lógicamente no van a poder preguntar, también deberemos fomentar que aprendan a conocer su propio cuerpo.

P. ¿Cómo se combate esa sobreprotección por parte de las familias a la que antes aludía?

R. Las familias en general dejan de tratar a sus hijos como si siguieran en la infancia cuando estos empiezan a exigir cambios, y es algo que suele suceder en torno a la adolescencia. Sin embargo, esto no ocurre en el caso de muchas personas con discapacidad, de ahí que se mantenga la sobreprotección. Un ejemplo claro es que a partir de la preadolescencia es frecuente que chicos y chicas se empoderen de su propio cuerpo y ya no permitan, al menos con agrado, que alguien entre en su habitación mientras se cambian de ropa o cuando salen de la ducha. Sin embargo, una persona con discapacidad con esa misma edad y que necesite apoyos en el aseo o para vestirse no mostrará ninguna incomodidad. Mientras que en el primer caso están aprendiendo que sus hijos están cambiando y que ya no pueden seguir tratándoles de la misma manera, en el segundo no cambian porque nadie se lo pide.

P. ¿Ha notado si esta sobreprotección es mayor en el caso de jóvenes con discapacidad intelectual que presentan orientaciones sexuales no normativas?

R. Entre las personas con discapacidad, como entre sus familiares, los profesionales que les atienden y el resto de la sociedad, hay personas lesbianas, gais, transexuales o bisexuales. Sin embargo, este es un tema que se trabaja poco con el colectivo. Las familias, a veces, tardan en aceptar esta diversidad; llevan demasiados años asumiendo una expectativa de heterosexualidad, y es aquí donde la sobreprotección vuelve a asomarse, ahora por la percepción de vulnerabilidad y porque, a veces, la realidad nos sigue demostrando que el colectivo LGTBI sufre burlas, desprecio o marginación. Por eso, entre otras acciones, todavía hace falta poner muchas banderas LGTBI, también en los centros de personas con discapacidad, para hacer explícita esta realidad y el apoyo al colectivo.

P. ¿Cuáles son las pautas idóneas para encarar la parcela de la sexualidad de los jóvenes con discapacidad intelectual? ¿Con qué herramientas cuentan las familias?

R. Las dos principales herramientas son el sentido común y un poquito de empeño. Todos los padres y todas las madres están perfectamente capacitados para ofrecer una educación sexual de calidad. Hablar de sexualidad es sencillo, basta con evitar el silencio y darse el permiso de contar lo que cada cual considere importante, sin tener miedo a ponerse colorado. De igual modo, es importante también respetar su intimidad y tratar de que aprendan a tener relaciones personales, amigos y amigas, mucho antes de hablar de novios y novias. Pero aprendiendo del respeto, el consentimiento y las relaciones igualitarias. Además, las familias cuentan con otras familias, con los profesionales de los centros de atención y con especialistas para compartir sus miedos y preocupaciones.

P. Si la sexualidad ya de por sí es un tema tabú en algunas ocasiones, el deseo de maternidad o paternidad de los y las jóvenes con discapacidad intelectual complicará aún más las cosas. Desde su punto de vista, ¿cuál es la mejor forma de abordarlo por parte de las familias?

R. Toda preocupación, consulta o comentario ha de acogerse con interés. Lo que quiero decir es que si tu hijo o hija con discapacidad plantea un tema relacionado con la maternidad o paternidad, esto es una buena noticia: lo está compartiendo y te está demostrando que cuenta contigo. Y a eso se debe responder siempre con buena disposición. A partir de ahí, habrá que hablar de qué significa la maternidad y todo lo que conlleva, pero creo que también hay que hablar de que la pareja o la maternidad o paternidad no son una obligación para ser feliz o para sentirse completo o completa. Después, la conversación puede llevarnos a muchos sitios. Obviamente, no será igual si quien plantea el tema ya ha demostrado ser capaz de tomar decisiones y responsabilidades o todavía no escoge su ropa ni recoge su plato de la mesa. Tampoco es igual si esa pregunta se plantea en el marco de una pareja equilibrada e igualitaria o la hace una persona que no tiene pareja. A riesgo de caer en tópicos, es cierto que cada caso es único y no se responde a la pregunta sino a quien la formula.

P. La película La consagración de la primavera (2022) abrió el debate sobre el papel de los y las asistentes sexuales, una figura de la que no se conoce mucho y que tiende a confundirse. ¿Por qué son importantes en el desarrollo de la sexualidad de las personas con discapacidad?

R. La figura del asistente sexual surge como reivindicación del movimiento de vida independiente de las personas con movilidad reducida, quienes, al igual que necesitan que alguien les acerque la cuchara a la boca siguiendo sus indicaciones o les ponga la camisa que elija, también necesitan apoyo para poder tocarse su propio cuerpo o estar en la cama con otra persona. La figura del asistente sexual tiene la tarea de apoyar, no es quien excita ni quien interacciona con la persona. Cuando se traspasa esa línea ya estamos hablando de servicios sexuales, y eso nos mete en otro debate. Los apoyos para que los adolescentes puedan vivir su sexualidad de un modo pleno son fundamentales; facilitar un folleto o una guía sobre sexualidad en lectura fácil es un apoyo. También lo es cerrar la puerta o entornarla para ofrecer intimidad o llevar a un chico o chica a un club de ocio para que aprenda a relacionarse con sus iguales.

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