Los demócratas de Estados Unidos, un partido en busca de autor
Una nueva generación de dirigentes llama a la puerta tras una derrota electoral mucho más contundente de lo que esperaban
También los partidos políticos derrotados pasan por las fases del duelo. Tras el contundente triunfo del republicano Donald Trump en las elecciones presidenciales del martes, la primera reacción de los demócratas, que han perdido también el control del Senado y podrían no conseguir tampoco la mayoría en la Cámara de Representantes, fue de incredulidad. Después ha llegado la ira, los reproches sobre dónde estuvieron los errores y quién los cometió. Para más adelante queda la aceptación: mirar hacia el futuro y explorar quién entre sus filas puede ser la nueva cara que los represente, traiga ideas nuevas y pueda dar la vuelta a la tortilla electoral.
A partir del 20 de enero de 2025, el día en que Trump asumirá de nuevo la presidencia y regresará al Despacho Oval, los actuales cabezas de la Administración demócrata dejarán también el liderazgo del partido. El deteriorado presidente Joe Biden, que cumplirá 82 años dentro de 10 días, se retirará a su hogar en Wilmington (Delaware). La vicepresidenta Kamala Harris también soltará las riendas, tras una derrota más dolorosa de lo que preveían los estrategas de la formación.
“Creo que tiene que haber una limpieza a fondo dentro del partido. Tiene que surgir una nueva generación de líderes”, dijo el congresista californiano Ro Khanna. “Tiene que haber nuevas ideas, un nuevo pensamiento, una nueva dirección”. Los votantes “quieren que desaparezcan las caras de siempre… es hora de que se retire la gente responsable de esta derrota, y que en ocasiones se han aferrado a la silla demasiado tiempo. Y es hora de que una nueva generación lidere este partido”, agregó.
Khanna ―él mismo, representante de esa nueva generación de estrellas demócratas emergentes― no solo se refería a un Biden muy criticado primero por haberse presentado a la reelección y después por no haber renunciado a ella hasta solo un centenar de días antes de las elecciones. Dentro del partido aún pesa mucho el recuerdo de la era de Barack Obama, la época dorada del partido en su historia más reciente.
Aquellos ocho años son aún la gran referencia para la jerarquía: que Biden hubiera sido entonces el vicepresidente jugó un importante papel en su elección como candidato en 2020. Hasta cierto punto, los demócratas también pusieron sus esperanzas en que Harris pudiera encarnar el espíritu de cambio, y el entusiasmo, de la primera campaña de Obama en 2008. Pero 16 años después las cosas son muy diferentes: el Partido Demócrata es ahora el Partido de Lo de Siempre, de las élites universitarias. Y necesita replantearse profundamente cómo volver a conectar con una mayoría de los votantes. Es la gran tarea que tendrá ante sí quien se ponga al frente del grupo.
Banquillo hay. A diferencia del Partido Republicano, que Trump controla por completo y donde no hay figura que pueda hacerle sombra ―ni sea, ni de lejos, tan popular como él―, los demócratas cuentan en la siguiente generación con una serie de figuras en el Congreso o en los gobiernos estatales que han figurado en todas las quinielas que se hicieron en el último año como posibles alternativas a Biden. O como posibles números dos de Harris, una vez que la vicepresidenta cerró la candidatura presidencial.
Entre ellos figura el gobernador de Pensilvania, Josh Shapiro, finalista en la selección de compañero de fórmula para Harris y descartado en el último momento, cuando la vicepresidenta prefirió al gobernador de Minnesota, Tim Walz. Shapiro, de retórica muy similar a la de Obama, es muy popular en su Estado como alguien capaz de resolver problemas y de colaborar con la oposición. Su prestigio ha aumentado en esta campaña, donde ha sido un ubicuo representante de Harris.
Otras estrellas emergentes son el fotogénico gobernador de California, Gavin Newsom; el gobernador de Illinois, el multimillonario J.B. Pritzker; el gobernador de Kentucky, Andy Beshear, demócrata en uno de los Estados más republicanos de todo el país. O la popular gobernadora de Míchigan, Gretchen Whitmer. También el secretario de Transporte, Pete Buttigieg, un eficaz comunicador.
Todos ellos han hablado con frecuencia en los medios para abordar cuestiones de interés nacional o sobre el partido. Todos también han representado en algún momento a Harris para defender a la candidata y sus propuestas a lo largo de la campaña. Ninguno ha expresado abiertamente su interés en presentarse como candidato presidencial. Todavía.
Otros nombres que podrían sumarse a la lista de posibles candidatos son los de la congresista Alexandria Ocasio-Cortez, la estrella del ala progresista del partido, o el senador Mark Kelly, antiguo astronauta, adalid del control de las armas de fuego y otro de los finalistas para completar la fórmula electoral con Harris.
Cuchillos en alto
Pero decidir el liderazgo vendrá después. De momento, el partido sigue en la fase de la ira, y los cuchillos están en todo lo alto. Una parte culpa del desastre a Biden, a su decisión inicial de presentarse a la reelección pese a su avanzada edad y a su insistencia en mantenerse como candidato demócrata a pesar de su visible deterioro físico y de los clamores entre sus simpatizantes para que hubiera una alternativa más joven y con más energía para enfrentarse a Trump.
La decisión de retirarse, por presiones de la jerarquía del partido y un mes entero después de su catastrófico debate contra el republicano en junio, llegó demasiado tarde, a poco más de 100 días de la cita en las urnas, según estos críticos. El que apoyara de inmediato a Harris como su sucesora, bloqueando la celebración de unas primarias, también pudo constituir otro problema: reforzaba la idea de que la vicepresidenta era parte integral de una Administración impopular, y no una alternativa de cambio.
“Si el presidente hubiera renunciado antes, otros candidatos hubieran podido presentarse a la carrera”, declaraba la presidenta emérita de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, en el pódcast The Interview de The New York Times este jueves, en el que se mostraba partidaria de que hubiera habido unas primarias. “Creo que [Harris] lo hubiera hecho bien y habría salido más fuerte de cara a lo que iba a venir. Pero eso no ocurrió, y tenemos que vivir con lo que sí ocurrió”, continuaba la gran dama de la política demócrata, y la persona que finalmente torció el brazo de Biden en julio, tras semanas de presiones, para que aceptase la retirada.
Otros culpaban a la propia Harris por no haberse desligado lo suficiente de la Administración Biden cuando los sondeos apuntaban a las ansias abrumadoras de cambio entre los votantes. En sus primeras semanas como candidata, en plena luna de miel, la vicepresidenta se colocó en las encuestas como la opción que mejor representaba el cambio, pero en la última y decisiva fase de la campaña no supo explicar con claridad cómo pensaba que su Administración sería distinta de la actual.
El ala progresista le reprocha también que no rompiera con su jefe en el apoyo inquebrantable a Israel y no respaldara, como le exigían los grupos propalestinos, la suspensión de la ayuda económica y militar a ese país en la guerra en Gaza. El senador Bernie Sanders, independiente, pero que vota junto a los demócratas, culpó tras la derrota electoral al partido de olvidar sus principios de defensa de los menos favorecidos: “No debería sorprender que un Partido Demócrata que ha abandonado a las clases trabajadoras encuentre que las clases trabajadoras les han abandonado a ellos”.
Los reproches entre los distintos grupos del partido probablemente continuarán en los próximos días, en privado o en público, pese a los llamamientos a la unidad que lanzó Biden en su discurso sobre los resultados electorales esta semana. Pero después llegará el momento de ponerse a pensar en el futuro. En 71 días, cuando los republicanos asuman el poder, se habrá acabado el plazo para el duelo. Tendrá que comenzar el de la acción.
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