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Trump, en un gesto agónico, acude a Texas a visitar el muro

El viaje del mandatario a Álamo es un canto del cisne a cuatro años de presidencia que pueden acabar con un segundo ‘impeachment’

Yolanda Monge
Donald Trump, el pasado junio en el muro de Arizona.
Donald Trump, el pasado junio en el muro de Arizona.Evan Vucci (AP)

Silenciado y sin el altavoz de Twitter que le comunicaba con el mundo, el presidente Donald Trump tiene previsto viajar este martes a la frontera sur del país para visitar la que fuera su principal promesa de campaña: los 640 kilómetros de muro construidos entre Estados Unidos y México. A Trump no se le ha visto en público desde que el pasado miércoles alentara el asalto al Capitolio.

El que puede que pase a la historia como el peor presidente de la nación se resiste a dejar el poder sin una última muestra de fuerza, que necesariamente tiene que escenificar lejos de la Casa Blanca ya que en Washington es un cadáver político. Tras el asalto violento de sus ultras al Capitolio, el mandatario hizo públicos dos vídeos, en uno de los cuales llegaba a claudicar, admitiendo la derrota, condenando la violencia y prometiendo facilitar la transición al presidente electo, Joe Biden, sin citarle por su nombre.

El presidente se resiste a abandonar el poder sin lo que, sin duda, será su canto del cisne, su última provocación antes de que, como ya anunció, no acuda a la ceremonia de jura del cargo del nuevo presidente e incluso abandone la Casa Blanca un día antes de lo que dicta la tradición.

Las últimas agendas de la Casa Blanca eran vanas, un indicador de que el presidente estaba sin rumbo, quizá dando las brazadas que dan los ahogados antes de sucumbir a su suerte. “Muchas llamadas, muchas reuniones”, se limitaban a informar desde el departamento de prensa. Sin embargo, el domingo por la noche, se rompió esa tendencia y se dio una noticia que volvía a probar cómo de ajeno vive el magnate a la realidad y cómo de necesarios son para él los gestos grandilocuentes, por muy vacíos de contenido que vayan a estar.

“El presidente Trump viajará a Álamo, en Texas, el martes para rubricar el término de más de 400 millas (640 kilómetros) de muro fronterizo”, anunciaba Judd Deer, uno de los portavoces de la Casa Blanca en un breve comunicado en la que es la última semana de mandato de Trump. “Una promesa hecha y una promesa cumplida”, se proseguía en tono electoralista, aunque sonase a epitafio. Según el portavoz, en el muro de Trump “se concentran los esfuerzos de su Administración para reformar el fallido sistema migratorio”.

Los 640 kilómetros de construcción quedan todavía lejos del “gran, hermoso muro” que Trump prometió durante la campaña electoral de 2016, cuando sugirió que prácticamente las 1.954 millas (3.144 kilómetros) de frontera entre ambos países serían selladas para que no entrara desde México “gente con un montón de problemas, que traen drogas, crimen y son violadores”. A día de hoy, cuatro años después de una Administración errática, Trump solo ha logrado un pequeño porcentaje de su sueño megalómano de sellar una frontera imposible de lacrar. El presidente electo, Joe Biden, se ha comprometido a frenar la construcción del muro, aunque no desmantelará lo que Trump ha dejado en forma de 681.000 toneladas de acero y más de 1.000 millones de metros cúbicos de hormigón.

Mientras crecen las voces que piden su dimisión y los demócratas presentaban este lunes la acusación en la Cámara de Representantes para proceder al impeachment -con la previsión de votar a mediados de semana si el vicepresidente Pence no accede a destituir al presidente saliente-, otra prueba más de la soledad del mandatario será que acudirá a Texas sin la compañía de aquellos aliados que solían jalear sus consignas antinmigración. Ni el gobernador de Texas, el republicano Greg Abbot, ni su número dos estarán al pie de la escalerilla esperando a que descienda el todavía comandante en jefe de EE UU. Ambos políticos han argumentado para justificar su ausencia que deben de estar en Austin para la apertura de la nueva legislatura.

Demócratas y muchos republicanos consideraron el muro un despilfarro, una construcción costosísima cuyo fin trataba de alimentar el deseo de Trump de un monumento para la posteridad construido con la excusa de la seguridad. Finalmente será una enorme cicatriz en un paisaje medioambientalmente muy delicado.

Tras gobernar durante cuatro años a golpe de Twitter, con 89 millones de seguidores y 55.000 mensajes en más de una década, el presidente saliente viaja a Texas sin más amplificador que un mermado departamento de comunicación de la Casa Blanca y el pool de prensa que habitualmente le acompaña. Si se atiende a las informaciones de los medios de comunicación, es posible que en su tributo al muro haya más detractores manifestándose que la habitual corte del mandatario.

Habla Melania

Sin jefa de Gabinete (Stephanie Grisham) y sin jefa de prensa (Anna Cristina Niceta), ambas en plantilla para la primera dama de Estados Unidos hasta que presentaron su dimisión el pasado miércoles tras el asalto al Capitolio, Melania Trump ha expresado su sentir de los últimos días a través del medio que ha silenciado a su esposo, Twitter. La señora Trump se dijo “decepcionada y desanimada con lo sucedido la semana pasada”.

Pero no quiso dejar pasar la oportunidad de criticar “los chismes mentirosos y ataques personales injustificados” contra ella. Pese a que no aclara esos ataques personales, la cadena CNN ha asegurado que durante el asalto violento al Capitolio, Melania estaba realizando una sesión de fotos que se negó a interrumpir para tratar de convencer a su esposo de que pidiera el fin de la violencia.

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Sobre la firma

Yolanda Monge
Desde 1998, ha contado para EL PAÍS, desde la redacción de Internacional en Madrid o sobre el terreno como enviada especial, algunos de los acontecimientos que fueron primera plana en el mundo, ya fuera la guerra de los Balcanes o la invasión norteamericana de Irak, entre otros. En la actualidad, es corresponsal en Washington.

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