Donald Trump pierde su asalto al sistema pero deja un país conmocionado
El país vive horas inciertas y los demócratas piden al vicepresidente Pence que invoque la enmienda 25 de la Constitución y destituya al presidente
Estados Unidos permanece conmocionado tras el asalto violento al templo de su democracia, el Congreso, en una revuelta alentada por el presidente para boicotear la confirmación de la victoria electoral de Joe Biden. El último gran desafío de Donald Trump al sistema fracasó y Biden fue ratificado, pero la primera potencia asomó a un abismo sin precedentes en 200 años. El mandatario acabó comprometiéndose a una “transición pacífica”, pero siguió sin reconocer su derrota en las urnas, y las dimisiones en la Casa Blanca se multiplicaron. La presidenta de la Cámara de Representantes, Nancy Pelosi, instó a su destitución.
Las próximas horas son inciertas. Cada vez es mayor el número de demócratas y republicanos que cree que el presidente en funciones no puede seguir al mando del país -con plenos poderes sobre asuntos como, por ejemplo, un ataque nuclear- hasta el 20 de enero, fecha en la que tomará posesión el nuevo Gobierno de Biden. Pelosi, tercera autoridad de la nación, instó al vicepresidente, Mike Pence, a invocar la enmienda 25 de la Constitución y cesarlo del cargo. De otro modo, advirtió, podrían impulsar un proceso de impeachment, pese a los escasos días que le quedan al mandatario en el Despacho Oval. A diferencia del juicio político de hace un año, a raíz del escándalo de Ucrania, los demócratas tienen ahora el control del Senado, que es la Cámara que dicta el veredicto, pero este requiere el apoyo de dos tercios de sus miembros y el partido de Pelosi solo cuenta con la mitad, más el voto de desempate de la próxima vicepresidenta, Kamala Harris.
El órdago da cuenta de los graves momentos que atraviesa el país. Estados Unidos llevaba cuatro años hecho un polvorín, con la polarización política en máximos y un comandante en jefe adicto al discurso incendiario, pero la tensión empezó a escalar tras las presidenciales del 3 de noviembre, cuando el magnate neoyorquino decidió combatir la voluntad de las urnas agitando acusaciones infundadas de fraude, pero nadie imaginaba que la era Trump pudiese a terminar de un modo tan perturbador, que dejase el orgullo de este país tan herido. “Ningún pueblo”, resaltaba Theodore White en su clásico The making of a president (1960) ha llevado a cabo el ritual del traspaso de poder de forma efectiva “con más éxito, o durante más tiempo”.
Este 6 de enero, esta idea de quebró sin remisión, con cuatro personas muertas e imágenes imborrables para el mundo: vándalos escalando las paredes del Congreso, rompiendo los cristales, acomodados en la oficina de Nancy Pelosi o sentados en el sillón del presidente del Senado, disfrazados y paseando las banderas confederadas de la América esclavista.
El Congreso confirmó la victoria de Biden, en resumen, en un día aciago para la historia de Estados Unidos. A las ocho de la noche, horas después de la evacuación de las Cámaras y del despliegue de la Guardia Nacional, los legisladores se reunieron de nuevo y retomaron la sesión en lo que parecía una deliberada proyección de confianza dirigida dentro y fuera de sus fronteras. A las 3.40 de la madrugada del jueves (hora de la ciudad de Washington), el vicepresidente, Mike Pence, declaró el vencedor tras días de presiones de su jefe, que le pedía la rebelión.
Biden tomará posesión y pondrá en marcha un Gobierno con un amplio margen de maniobra, pues los demócratas controlarán la Casa Blanca, la Cámara de Representantes y, tras la elección de este martes en Georgia, también el Senado. Comenzará entonces la dura labor de cerrar heridas, tender puentes y reparar reputaciones. Líderes de todo el mundo condenaron lo ocurrido en el que se precia de ser un país referente de democracia y solidez institucional, un trozo de Occidente que no había vivido algo así desde el siglo XIX.
A las preguntas de fondo, sobre cómo el país más poderoso del mundo había llegado a este punto de ruptura, se añadían este jueves otras más inmediatas, como por qué la policía no fue capaz de prever y evitar al asedio civil.
La mecha había prendido la mañana del miércoles, en un mitin frente la Casa Blanca que Trump convocó precisamente para calentar la sesión que el Congreso debía celebrar ese día para certificar los resultados de las presidenciales, lo que, en circunstancias normales, es una mera formalidad. “Después de esto, vamos a caminar hasta el Capitolio y vamos a animar a nuestros valientes senadores y congresistas [para que se opongan a la ratificación de Biden]”, dijo ante miles de personas llegadas de todo el país.
“Ayer, el presidente de Estados Unidos incitó una insurrección armada contra América”, afirmó Nancy Pelosi. El ex fiscal general William Bar, que dimitió en Navidad tras discrepancias con Trump, acusó al presidente de “traición” a sus seguidores y a su juramento constitucional por lo que definió como “orquestar una turba para presionar al Congreso”. Para entonces, alrededor de media docena de miembros altos cargos había dimitido, como la secretaria de Transporte, Elaine Chao; el exjefe de Gabinete, Mick Mulvaney; el viceconsejero de Seguridad Nacional, Matt Pottinger, o la jefa de Gabinete de la primera dama, Stephanie Grisham.
El vicepresidente Pence, fiel escudero de Trump hasta ahora, también se desmarcó en el momento decisivo. El presidente le había presionado durante los últimos días para que se rebelase y no declarase vencedor a Biden, labor que la Constitución le confería como presidente de dicha ceremonia en el Capitolio. Pero Pence respondió que cumpliría. También lo hizo el líder de los republicanos del Senado, Mitch McConnell y la mayor parte de legisladores de su partido. Después de cuatro años arropando la retórica incendiaria de Donald Trump, los republicanos se toparon en este nublado día de enero de 2021 con un monstruo de aspecto muy feo. “Es con gran pesar que por el bien de nuestra democracia estoy llamando a la invocacion de la enmienda 25″, dijo el congresista republicano por Illinois Adam Kizinger. El general John Kelly, exjefe de Gabinete de Trump, consideró que el gabinete debería reunirse y votar la destitución del mandatario.
A Trump le queda la turba, perturbadoramente numerosa, y un grupo acólitos en el Congreso. La noche del miércoles, al retomar la sesión después de las cuatro muertes, del miedo y del caos, un total de ocho senadores -como Josh Hawley, Ted Cruz o Ron Johnson- y 139 congresistas republicanos votaron a favor de objetar los resultados electorales abrazando las teorías conspirativas. La democracia se ha impuesto, pero el sistema ha quedado dañado.
En total, el drama se prolongó durante casi 15 horas. La del miércoles no fue la primera vez que el Capitolio sufría incidentes armados, pero no había habido una turba asediando las Cámaras desde el ataque británico, liderado por el general Robert Ross en 1814, tras la batalla de Bladensburg. Que lo que estaba ocurriendo no era un golpe de Estado se intuía por la Bolsa de Nueva York, que subía y estaba más pendiente de los estímulos económicos que propiciaba un nuevo Senado controlado por los demócratas que del tumulto. Pero murió gente, se pasó miedo, Washington atisbó el fantasma de un golpe. Y ahora, hasta el 20 de enero, quedan dos semanas con un Trump en la Casa Blanca al que nadie en su círculo parece capaz de frenar.
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