Bienvenido, míster Biden
Un viaje en tren del candidato demócrata, de desenlace berlanguiano, muestra las tensiones que han devuelto a Ohio la categoría de Estado clave en las elecciones
Hay dos teorías acerca el origen del nombre de Alliance, un tranquilo pueblo en la parte occidental de Ohio. Una es que se escogió porque la localidad surgió, en 1854, de la alianza de tres asentamientos más pequeños. La otra es que el nombre hace referencia al hecho de que en este lugar se encontraba la intersección entre dos grandes líneas ferroviarias. A efectos de esta historia, nos quedaremos con la segunda teoría: la del choque —o la intersección— de dos grandes trenes.
Es miércoles 30 de septiembre. La ciudad de Cleveland amanece con la resaca del primer cara a cara entre Donald Trump y Joe Biden, el debate presidencial más bronco y desagradable que se recuerda. La campaña del candidato demócrata ha decidido aprovechar el viaje para trabajar un poco las zonas rurales de esta zona del país, que fueron decisivas en la victoria de Trump hace cuatro años. La idea es destacar su perfil de hombre corriente de clase media. Subrayar el contraste entre Scranton y Park Avenue, recurso recurrente de los demócratas que contraponen la localidad de Pensilvania donde se crio Biden y la milla de oro de Manhattan donde se movía Trump.
Trump el magnate contra Amtrack Joe, en referencia a la popular compañía de trenes en la que Biden viajaba a diario durante años entre Wilmington (Delaware) y Washington. Como parte de la coreografía, el demócrata se subió a un tren en Cleveland y se detendría en unas pocas estaciones de Ohio y Pensilvania. Primera parada: Alliance.
El viaje en tren, como todo en esta campaña demócrata, se anunció apenas la víspera. Pero la prensa local se hizo eco y, desde varias horas antes de la llegada del candidato, los dos grandes trenes de la política estadounidense ya habían colisionado en Alliance. Centenares de vecinos se agolpaban junto a las vías, separados en dos bandos, con banderas y megáfonos, esperando la llegada de Biden a este rincón del país alejado de los focos y del ruido de las grandes ciudades. Una versión de Villar del Río, el pueblo castellano que esperaba a la comitiva americana en Bienvenido, míster Marshall, trasladado al Medio Oeste de Estados Unidos.
“Hay gente no muy lista que sigue creyendo a Trump. Pero ha sido un fracaso total. No ha cumplido nada de lo que prometió y no hay razón para pensar que lo vaya a cumplir ahora. La gente está harta. Todo ha sido retórica, nada de políticas. Los sondeos aquí están ajustados, pero creo que Biden ganará en Ohio. Veo republicanos que votarán por él, pero no conozco a ningún demócrata que vaya a votar por Trump”, aseguraba Glenna Wasko, maestra de escuela jubilada.
Unos metros más allá, junto a un altavoz que repetía en bucle las meteduras de pata de Biden, Gregg Kenyon, de 63 años, trabajador de una fábrica de componentes de automóvil, opinaba que “Trump barrerá en Ohio”. “No queremos el socialismo. Los demócratas han dado las llaves a Black Lives Matter y a Antifa. Los políticos hablan y prometen, pero no hacen nada para la gente como yo. Trump no es un político, dice las cosas como son”, apuntaba.
Ohio ha sido durante mucho tiempo una especie de microcosmos electoral del país. Desde 1964, quien se impone en Ohio lo hace en el conjunto de EE UU. En los últimos 124 años, solo dos veces Ohio no ha votado por el ganador nacional. Los republicanos nunca han logrado la presidencia sin imponerse en este Estado. Antes de 2016, cuando los demócratas no lo ganaban se quedaban muy cerca. Al Gore lo perdió por tres puntos; John Kerry, por dos. Pero algo paso hace cuatro años.
Los blancos de clase trabajadora no solo dejaron el Partido Demócrata, lo hicieron en hordas. Ganó Trump en Ohio con una ventaja de ocho puntos. Hillary Clinton obtuvo solo 43% del voto, el peor resultado de un candidato demócrata desde que Walter Mondale fue machacado por Reagan en 1984 en sus segundas elecciones. Con una población envejecida, el giro a la derecha venía fraguándose desde 2012. El mensaje anti establishment de Trump, que resonó en poblaciones rurales e industriales dejadas atrás por la globalización, hizo el resto.
Las elecciones de 2016 sacaron a Ohio de la lista de Estados clave en la disputa. Pero de pronto, en la recta final de las elecciones, volvió a ser decisivo. Ambos candidatos llevan desde julio alternándose en ventajas mínimas en los sondeos, que ahora ponen a Trump por delante con 1,56 puntos, dentro del margen de error.
Trump ganó aquí con la promesa de devolver los empleos industriales. Cuatro años después, los empleos no han regresado. La tasa de paro, aunque menor que el 17,6% que alcanzó en abril, está en el 8,4%, 3,2 puntos más que cuando Trump llegó a la presidencia. El sector industrial ya estaba en recesión antes de que la crisis sanitaria dinamitara la economía. Fábricas como la de General Motors en Lordstown, emblema industrial de la región, han seguido cerrando. “No ha cumplido las promesas que nos hizo”, opina George Zadigian, republicano que se ha pasado al bando de Biden. “Antes de la pandemia decía que la economía iba bien, pero lo único que había hecho eran recortes de impuestos a los más ricos que no necesitábamos. Hizo una fiesta con dinero prestado”.
El de Ohio no es un panorama tan favorable para los demócratas como el de otros Estados de este cinturón industrial del Norte, como Michigan, Pensilvania o Wisconsin, pero los sondeos arrojan una notable diferencia respecto a 2016: si alguno de los dos candidatos despierta la antipatía que hundió a Hillary Clinton, ese es Donald Trump. Biden, que ya ganó dos veces en Ohio como compañero de ticket de Obama, gusta más que la anterior candidata demócrata. Al fin y al cabo, nació en una familia de clase media de este mismo cinturón industrial. Según un sondeo reciente, un 7% de los republicanos del Estado dice que votará por Biden. En 2016, un 6% de los demócratas fue a votar a Trump.
Otro factor que añade incertidumbre es la pandemia. El pasado sábado, por segundo día consecutivo, el Estado reportó un nuevo récord diario de casos de covid (2.858). “La cosa se está poniendo peor cada minuto”, advertía el gobernador republicano Mike DeWine. Pero aquí, en Alliance, las adhesiones son fidelidades ciegas. No se trata de la economía, ni de la pandemia, ni del perfil de los candidatos. “Es el modo de vida americano lo que está en juego”, defendía el contratista de 60 años Tim Stryferer.
Biden no llega y las tensiones afloran. En la intersección donde se mezclan los dos bandos, como en el viejo cruce de vías, los manifestantes se encaran. Un joven afroamericano, con un cartel que dice “Trump es el nuevo Joseph Goebbels”, increpa a un trumpista corpulento. Le grita que condene el supremacismo blanco, algo que no fue capaz de hacer el presidente la víspera en el debate. El tono se eleva. Los dos hombres se ofrecen pelea. Se encaminan hacia un lugar más discreto, pero pronto los separan.
De pronto, se empieza a notar cierto revuelo en el sector demócrata. El agente Tallman, de la policía local, resuelve el misterio. Joe Biden ha pasado de largo en un tren de Amtrack hace ya más de una hora. “No quería encontrarse con el público”, explica. La prensa local recogería al día siguiente que el tren se detuvo brevemente, al otro lado de las vías, y el candidato se dirigió durante unos minutos a una decena de personas convenientemente escogidas. “Alliance empezó siendo un lugar donde la gente se unía, y es lo que tan desesperadamente necesitamos ahora en este país”, dicen que dijo Biden. Al otro lado de las vías, como en el Villar del Río de Luis García Berlanga, las pancartas y las banderas se pliegan y la vida normal regresa a Alliance.
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