El tráfico de cocaína se dispara en Europa
El mercado europeo mueve al año más de 11.600 millones de euros, supera los seis millones de consumidores y las incautaciones de esta droga baten récords en la UE. EL PAÍS sigue el rastro de una de las sustancias ilegales más lucrativas del planeta

Juan se sienta en la mesa de su cocina, abre una lata de cerveza y muestra el último mensaje que le ha enviado su dealer por WhatsApp: un vídeo de apenas unos segundos del paquete de cocaína que le acaba de llegar y que solo se puede ver una vez antes de que se borre automáticamente. La vende a 50 euros el gramo. Si se lleva tres, le hacen un precio especial de 100 euros. Ni siquiera tiene que salir de casa. Si quiere comprar, el vendedor estará en su puerta a más tardar en una hora o antes, si está cerca. “Es muy fácil”, explica este español de 46 años, que vive en Bruselas desde hace más de una década y que habla bajo la condición de que no se revele su nombre real.
Aunque el trapicheo es un secreto a voces en las calles de la capital belga, hoy hay más opciones que nunca para pillar: desde los métodos tradicionales hasta sitios de la dark web y chats privados en aplicaciones de mensajería, que ofrecen el “menú del día” con servicio a domicilio y promociones para comprar cocaína y otras drogas. “Pero todo el mundo tiene coca, es lo más común, lo más popular”, afirma. “Es una droga sin clase social, lo que cambia es la forma de consumir. Los pudientes la esnifan, y la gente que tiene problemas de adicción o de dinero se pasa a la jeringuilla o al crack”, añade Juan. “Se ha normalizado bastante”.
Nunca se ha producido ni consumido tanta cocaína en el mundo como ahora. Hay al menos 25 millones de consumidores, según la Oficina de Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC, por sus siglas en inglés). De ellos, unos seis millones viven en Europa, casi el doble que hace 20 años. En su último informe anual, publicado este año y basado en datos de 2023, se documenta también un aumento sin precedentes en la producción del narcótico, que superó las 3.700 toneladas, cuatro veces más que hace una década. La coca es ya “la droga ilícita con mayor crecimiento de mercado”, afirma la agencia de la ONU.

Desde el inicio de la guerra contra las drogas en la década de los setenta, el epicentro mundial de la cocaína ha estado en América. Tres países andinos —Colombia, Bolivia y Perú— han concentrado la producción de la hoja de coca, los poderosos carteles mexicanos y colombianos han controlado las rutas de tráfico y la demanda insaciable ha convertido a Estados Unidos en el mayor mercado. Pero esa imagen está cambiando.
En la última década, más países —como Ecuador, Brasil o Panamá— han emergido como nodos clave del trasiego mundial, más grupos buscan un lugar en un mapa criminal cada vez más disputado y la mercancía llega más lejos, a través de rutas y métodos de contrabando que antes parecían insólitos. “El mercado se ha globalizado como probablemente ninguna otra droga lo ha hecho antes”, afirma Sebastián Cutrona, coautor de Cocaína: El alcance global de la droga más lucrativa del planeta.
El endurecimiento de los controles en América, la fragmentación de los grandes carteles y la saturación del mercado estadounidense han obligado a los traficantes a adaptarse, señala. “Ha habido un impacto no deseado de la militarización de la guerra contra las drogas en Latinoamérica, y Europa está pagando las consecuencias”, zanja Cutrona, que relaciona el auge en el viejo continente, en parte, como un efecto colateral de lo que pasa al otro lado del Atlántico y con el atractivo económico del mercado. Mientras en Colombia un kilo del narcótico ronda los 1.400 dólares (1.200 euros), en Europa central y occidental el precio promedio al por mayor es de unos 39.000 dólares, según la UNODC.
En plena expansión mundial, las incautaciones de cocaína en Europa han batido su récord por séptimo año consecutivo, según la EUDA, la agencia antinarcóticos de la UE, con la incautación de 419 toneladas. Y los decomisos en la región han superado a las cantidades confiscadas en Norteamérica por quinto año seguido, afirma la UNODC, que ve a los países del centro y occidente del continente como el “nuevo destino principal” de la droga.
Antoine Vella, investigador de la UNODC, matiza que si bien todavía hay indicadores que ponen a Norteamérica por delante, ya se puede afirmar que el mercado europeo “está a la par” en cuanto al número absoluto de consumidores, las incautaciones y la pureza de la droga. Mientras la sustancia viaja miles de kilómetros para inundar las calles de las ciudades europeas, la cocaína mueve cada año más de 11.600 millones de euros en el continente, según estima la EUDA.
“La capital europea de la coca”
Entre 2019 y 2024, Bélgica se ha incautado de más de 500 toneladas de cocaína, más que cualquier otro país europeo. Casi el 90% se confiscó en el puerto de Amberes, la mayor puerta de entrada de la droga en Europa, a solo unos 45 kilómetros de Bruselas. Hay dos rutas principales por las que la droga atraviesa el Atlántico: directamente desde Centro y Sudamérica o haciendo escala en África occidental. El pasado 30 de noviembre se decomisaron, por ejemplo, 2,8 toneladas escondidas en un cargamento de harina de yuca proveniente de Ghana.
En la segunda terminal portuaria más grande del continente, el zumbido profundo de los barcos es constante y el viento cala en los huesos cuando corre con fuerza por el estuario del río Escalda. El puerto es una ciudad dentro de otra ciudad, un coloso compuesto de canales, puentes, grúas y muelles interminables, que se extiende por casi 150 kilómetros cuadrados y mueve más de 14 millones de contenedores cada año.
De ese tamaño es el reto de frenar el tráfico ilegal, admite Jacques Vandermeiren, consejero delegado del puerto. “Para inspeccionar todos necesitaríamos revisar ocho contenedores por minuto, los 365 días del año, día y noche. Es imposible”, afirma. Aunque la UNODC advierte de que menos del 2% de los contenedores en el mundo pasan por inspecciones, Vandermeiren asegura que en Amberes la cifra oscila entre el 10% y el 15% para los cargamentos que vienen de Sudamérica.

Se estima que más del 90% de la cocaína que llega a Europa lo hace por vía marítima. Los traficantes ven en el puerto de Amberes un paraíso para desarrollar sus negocios por sus infraestructuras modernas, sus conexiones a más de 800 destinos y su cercanía con Países Bajos, Alemania, Francia y el Reino Unido.
La ciudad de medio millón de habitantes, famosa durante siglos por el comercio de diamantes, lleva años en combate permanente contra el crimen organizado. “Somos la capital europea de la coca”, dice con cierto dejo de cinismo el encargado de un bar. “Está por todas partes, es más fácil y rápido conseguir drogas que pedir una pizza”, agrega el dueño de un restaurante en los alrededores de la estación central de trenes, uno de los epicentros del narcomenudeo. Ambos piden que no se revelen sus nombres por temor a represalias.
Una de las mayores huellas del impacto de la droga está varios metros bajo tierra, en el alcantarillado, un testigo silencioso de los altos niveles de consumo. Amberes es la ciudad de la UE con la mayor concentración de rastros de cocaína en sus aguas residuales, según el último estudio anual del Observatorio Europeo de Drogas y Toxicomanías.
Memorias de un traficante
Aunque nació en Países Bajos, Paul Meyer se jacta de conocer el puerto como la palma de su mano. “La cocaína es un mundo completamente diferente porque hay mucho dinero de por medio”, asegura el antiguo jefe de la banda de los 700 millones, llamada así por la cantidad de dinero que amasó gracias al tráfico ilegal de todo tipo de productos.
“Lo más importante es saber cómo funciona el sistema y usar la lógica”, afirma el traficante, que operó durante 15 años en Amberes. “Si quieres meter grandes cantidades de cocaína en un cargamento de tomates, por ejemplo, tienes que tener la información correcta de cuánto pesa un contenedor de tomates, cuántas cajas hay dentro, cuánto cuesta, de qué país vienen y hacer lo mismo que el tipo que lleva 10 años importando tomates”, explica Meyer, detenido en 2007 en Tailandia y autor de Memorias de un maestro contrabandista, un libro que publicó tras purgar una condena de siete años en Bélgica.
Meyer utilizaba todo tipo de métodos para esconder la droga, desde espejos de fondo falso y troncos huecos de madera hasta rollos de tela asfáltica. La confianza y la reputación son conceptos clave en los negocios criminales. También la corrupción y los contactos dentro del puerto: “Teníamos gente en la aduana o trabajadores a quienes les dábamos algo a cambio de información”. Si no había imprevistos, “un cargamento tardaba entre 21 y 28 días en llegar” desde Sudamérica.
Dinero fácil
La lista de modos de tráfico acaba hasta donde llega la imaginación de los criminales. La droga entra en los puertos europeos escondida en todo tipo de productos, camuflada en la estructura de los contenedores o de los barcos y traída en lanchas rápidas, botes hinchables o semisumergibles.
Pero las consecuencias de la cadena de suministro asoman constantemente a la superficie. “En Amberes, la violencia está muy relacionada con el puerto”, explica An Berger, portavoz de la Policía Federal de Bélgica. Los ataques con bombas y los tiroteos se han vuelto cada vez más comunes. A diferencia de Bruselas, donde se libra una batalla por el territorio, aquí los criminales concentran sus esfuerzos en amenazar a quienes se niegan a colaborar y castigar a quienes hablan con las autoridades. También en delatarse: disparan a las casas de sus enemigos para dar pistas a la Policía de dónde se trafica o se llevan a cabo negocios ilegales.

“También utilizan cada vez más a menores de edad para cometer actos violentos”, señala Berger. El reclutamiento de jóvenes ha puesto en alerta a las autoridades belgas, son utilizados como camellos o recolectores de drogas en el puerto. “Tenemos a chicos de 14 o 15 años trapicheando o sacando drogas de los contenedores, es alarmante”, cuenta la abogada Chantal van den Bosch, que ha representado a decenas de ellos. El menor de sus clientes tenía 13 años cuando lo detuvieron.
“Al principio piensan que es dinero fácil, pero no son conscientes de las consecuencias y una vez que están dentro es muy difícil salir porque los amenazan o intimidan a sus familias”, afirma Van den Bosch. A veces les ofrecen una Playstation, otras un teléfono, un patinete o dinero. Un narcomenudista puede ganar unos 10 euros por cada pedido entregado, de acuerdo con la abogada. Algunos recolectores aseguran, en cambio, que les pagan miles de euros por cada contenedor que descargan, cuenta Berger.
Los menores, reclutados principalmente en Países Bajos y Bélgica, son blancos predilectos para los criminales porque son fácilmente reemplazables y porque no van a la cárcel cuando son atrapados, sino a reformatorios. “Cuando detienen a uno, hay otros 10 esperando o dispuestos a hacer lo mismo”, lamenta Van den Bosch. En 2024 fueron arrestados 100 recolectores de drogas en el puerto de Amberes, 16 de ellos menores. Este año ya van más de 200 detenidos, 40 de menos de 18 años, de acuerdo con la Policía.
Redes de tráfico
Tan solo en las fronteras de la UE operan más de 440 organizaciones dedicadas al narcotráfico, de acuerdo con Europol. Los grupos que tienen más peso en el tráfico de cocaína provienen de Albania, Bélgica, Países Bajos, Italia y España, según la institución. Las redes albanesas han ganado notoriedad en los últimos años. Estuvieron detrás de un cargamento de 12 toneladas incautado en Amberes en 2020, el mayor en la historia del puerto.
“Se han convertido en los grandes mayoristas del mercado europeo, le venden a la Mocro Maffia, a los holandeses, a los rusos…”, afirma Fatjona Mejdini, investigadora de Iniciativa Global contra el Crimen Organizado Transnacional. Pese a las cantidades masivas que mueven los grupos albaneses, es raro que participen más de 10 personas en las operaciones de tráfico, asegura.

La especialista explica que no funcionan como los grandes carteles ni como estructuras fijas. Son redes flexibles y pragmáticas, formadas por células pequeñas e independientes que se especializan en distintos eslabones de la cadena de trasiego. Mejdini agrega que las redes albanesas suelen tener una política de colaboración y no confrontación con otras organizaciones criminales. “Saben que hay grupos mucho más grandes que ellos”, señala. “Y que la sangre y la ostentación atraen la atención de la Policía”. Su presencia está documentada desde hace tres décadas en países como Bélgica y Ecuador, que se han erigido como piezas clave del tráfico global. El presidente ecuatoriano, Daniel Noboa, aseguró en marzo pasado que el 70% de la cocaína del mundo sale por su país.
El gato y el ratón
El año pasado, las incautaciones de cocaína en Bélgica se desplomaron hasta las 44 toneladas, un 65% menos que en 2023. “No quiere decir que las drogas hayan dejado de llegar”, afirma Berger y recuerda que el precio se ha mantenido estable, lo que apunta a que la oferta no se ha visto trastocada y a una posible diversificación de las rutas. “Los traficantes siempre intentarán encontrar nuevas formas de importarlas a Bélgica y Europa, pueden tratar de usar aeropuertos u otros puertos, incluso buscar otras formas de entrar en el puerto de Amberes”.
Martin Norell, del Servicio de Aduanas sueco, asegura que el endurecimiento de los controles en los puertos principales de las rutas del narcotráfico, como Amberes o Róterdam, ha provocado un efecto de contagio en otros países europeos. “Cuando aumentamos la seguridad, los traficantes se fueron a Noruega y cuando se incrementó la vigilancia ahí, regresaron a Suecia”, lamenta Norell. “Es el juego del gato y el ratón”.
El año pasado, Suecia interceptó un cargamento con 1,4 toneladas, el mayor de su historia y suficiente para que toda su población adulta pudiera consumir una raya de coca. Norell reconoce que los oficiales de aduanas no dan abasto. “Somos solo 550 uniformados para todo el país”. Consciente de que el crimen no conoce fronteras, la Comisión Europea acaba de presentar esta semana un nuevo plan de combate al crimen organizado para los próximos cinco años, que enfatiza la colaboración y la coordinación entre los países miembros.
El alcance del tráfico ha abierto el debate sobre si Bélgica se ha convertido en un narcoestado y sobre si la legalización puede ser una solución, aunque es una puerta que el Gobierno de Bart de Wever no está dispuesto a abrir. “Me parece una ilusión legalizar aquí e ignorar que es un fenómeno global”, argumenta Annelies Verlinden, la ministra de Justicia belga.
Berger cree que las leyes de la oferta y la demanda mundiales marcan la lucha del país contra el narcotráfico. “Nunca podremos resolver el problema, a no ser que todo el mundo deje de consumir cocaína”, sentencia. “Y el problema es que muchísima gente la consume en Europa”. Juan cuestiona, en cambio, si sigue teniendo sentido la prohibición y la llamada guerra contra las drogas. “No tendríamos todos estos problemas si no fuera ilegal”, afirma al caer la noche en Bruselas.

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