Ciudadanos israelíes lanzan reproches a la flotilla a Gaza: “Los activistas han elegido a Hamás”
Habitantes de la ciudad portuaria de Ashdod asumen la narrativa oficial y definen como una “gran provocación” la iniciativa

Nada turbaba este jueves la calma chicha ni las calles vacías de la ciudad israelí de Ashdod, a unos 34 kilómetros al sur de Tel Aviv, en plena celebración del Yom Kipur —el día del arrepentimiento y la expiación— la festividad más importante del calendario judío. Mucho menos la llegada por la mañana del buque de la Armada israelí que transportaba a gran parte de los 400 activistas de la Global Sumud Flotilla —entre ellos 65 españoles— cuyos barcos fueron abordados por Israel en la noche del miércoles en aguas internacionales.
Para los pocos israelíes que, este jueves, observaban la llegada del barco —y a las embarcaciones incautadas de la Flotilla, que una tras otra, entraron en el puerto— el propósito de quienes se unieron a esta iniciativa no era llevar ayuda humanitaria a los exhaustos palestinos de Gaza, el territorio palestino ocupado que Israel invadió hace casi dos años: “Es solo una gran provocación, sobre todo en pleno Yom Kipur”, decía Daniel, un israelí de 56 años, que no quiso revelar su apellido, y que observaba desde la lejanía del mirador que se asoma al puerto, la entrada en su bocana de pequeños yates y veleros con las velas arriadas. Algunos con militares israelíes en la cubierta. Sus uniformes ofrecían una estampa insólita ante las banderas de Palestina, que ondeaban todavía en la popa o en los mástiles de algunos de los barcos de la flotilla.
Con las grúas del puerto de fondo —esos colosos que rompían este jueves el azul idílico del Mediterráneo en Ashdod—, Shahar Krispia, un israelí, también de mediana edad, formulaba otro reproche: “La flotilla ha elegido a Hamás. El mundo no piensa en nuestro dolor; en nuestro trauma”. Aludía a los ataques del 7 de octubre de 2023, cuando miembros de ese y otros grupos armados palestinos mataron en Israel a unas 1.200 personas, la mayoría civiles, y secuestraron a otras 251. 48 siguen en Gaza, pero solo una veintena están aún vivos.
Mientras hablaba, Krispia sujetaba con varios de sus amigos una pancarta que habían improvisado en una sábana —“Fuck Hamás. Release our hostages” (Jódete, Hamás. Libera a nuestros rehenes), rezaba— antes de desplegarla delante las cámaras de televisión que aguardaban la llegada del barco con los activistas a bordo.
“Ni olvido ni perdón”, clamaba otro hombre que pasaba el día festivo en la playa. “Nunca perdonaremos”, repetía. “No hemos tenido otro jodido remedio. Los israelíes no queremos esto. El mundo no se acuerda de que esto lo empezó Hamás”, añadía Krispia. “Esto” era la ofensiva israelí en Gaza.
“Una gran provocación”, “Hamás”. Esos mismos argumentos, formulados por estos israelíes, han aparecido —o resurgido— en el discurso oficial israelí. Así —como una “provocación”— ha definido el Gobierno del primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, el intento de la Global Sumud Flotilla de alcanzar las costas de la Franja para entregar ayuda humanitaria y romper el bloqueo casi total de la entrada de comida y otros suministros básicos, que Israel reinstauró en marzo. El Ministerio de Asuntos Exteriores israelí se refiere a la flotilla como “Hamás-Sumud”.
Invisibles
Los más de 66.000 muertos; la destrucción difícil de concebir, que los ataques israelíes han causado en la Franja en estos dos años parecían invisibles —o irrelevantes— para esas y otras personas —apenas un puñado— que, este jueves, en la playa o desde el mirador que se asoma al puerto, seguían el avance de los barcos cubriéndose los ojos con las manos del aún inclemente sol del otoño. “Debajo de cada casa de Gaza hay un túnel de Hamás”, argumentaba Daniel. “Hamás usa a los gazatíes como escudos humanos”, defendía Krispia, el otro israelí.
“No hay un ejército más moral que el israelí. Por cada terrorista que mata, solo mueren dos civiles”, subrayaba este hombre. Un informe clasificado del ejército israelí divulgado a finales de agosto por la prensa del país calculaba que el 83% de los muertos en la Franja eran civiles.
Para Krispia, los palestinos de Gaza “no necesitan que les entregue ayuda. Israel ya les da todo lo que necesitan. De todas formas, si [los activistas] hubieran llegado a la Franja, Hamás se habría apropiado de la ayuda”, decía, replicando otra acusación repetida por Israel sin presentar pruebas: la de que Hamás se apropia de la ayuda internacional que llega a Ciudad de Gaza y la zona norte, en un enclave en el que Naciones Unidas declaró en agosto la hambruna.
A dos pasos de este hombre, una mujer con un biquini con estampado de leopardo y tocada con un sombrero de cowboy, se quejaba de que muchos cámaras de televisión fueran “árabes” —así llaman los israelíes judíos a los palestinos— “contando mentiras y propaganda”, gritaba en inglés con un fuerte acento estadounidense.
¿Flotilla?
Mientras el Ministerio de Asuntos Exteriores de Israel daba por concluido el episodio de la Flotilla Global Sumud este jueves, algunos israelíes parecían desconocer en Ashdod qué era exactamente la Global Sumud. Incluso Daniel, el hombre que había definido antes la iniciativa como una “gran provocación”, no tenía claro su nombre: “¿Flotilla? ¿Eso qué es, el barco principal o todos juntos?, preguntaba. Al mismo tiempo, un velero de pequeña eslora enfilaba, de nuevo con banderines con los colores de Palestina —rojo, verde, blanco y negro— en sus mástiles, la última etapa de su singladura.
Ante el puerto, una familia israelí que no quiso dar su apellido —abuelos jóvenes, de unos 50 años, su hijo, con un bebé en los brazos, y su nuera—, pedían en voz alta su deseo de acabar la guerra, mientras alababan la propuesta de alto el fuego de Donald Trump, el presidente de Estados Unidos. “Nadie quiere la guerra, queremos que acabe esto y que no muera gente inocente. Nosotros no luchamos con gente inocente y no tenemos nada en contra de los palestinos normales. Solo contra Hamás”, decía el hombre más joven. “Si [Benjamín] Netanyahu no fuera primer ministro, este país ya habría desaparecido”, añadía luego.
Al caer la tarde, cuando se anunciaba ya la puesta de sol —cuando los judíos rompen el ayuno tras el día del arrepentimiento del Yom Kipur— el goteo de barquitos de la flotilla en el puerto de Ashdod, una zona militar cerrada, proseguía. A sus activistas les esperaba al menos una noche —es posible que alguna más— entre rejas antes de su probable expulsión. Mientras, un ciclista que pasaba por el mirador del puerto pedía a gritos que los llevaran a la cárcel o los “entregaran a Hamás” en Gaza. Así verían, recalcaba, lo que es “la libertad”.
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