Israelíes y palestinos pacifistas reconocen en una ceremonia alternativa el dolor del otro: “Nadie nace con este odio”
Dos ONG de acción conjunta entre judíos y árabes organizan, en un lugar secreto y cerrado por seguridad, un acto que choca con el evento oficial en recuerdo de los caídos. Ultras irrumpen en una sinagoga reformista que proyectaba el evento


20.00 horas del martes. Las mismas alarmas antiaéreas que se activan cuando un proyectil se dirige hacia Israel suenan durante dos minutos. En vez de dirigirse hacia los refugios, la población se detiene y agacha la cabeza en señal de respeto. Incluso quienes van conduciendo, llevan el vehículo al arcén y salen a respetar los minutos de silencio. Es el denominado Día del recuerdo de los soldados caídos en las guerras de Israel y las víctimas de actos terroristas (319 soldados, 79 civiles, desde el anterior) que concluirá al caer el sol, dando paso al Día de la Independencia. Media hora después de las sirenas y en contraste con este colectivo dolor selectivo, israelíes y palestinos que han perdido seres queridos en las últimas décadas se juntaron para reconocer el dolor del otro sin ignorar el propio, en un centro cultural de la localidad israelí de Yaffa que los organizadores habían mantenido en secreto por seguridad.
Es la vigésima edición de la ceremonia alternativa que organizan anualmente las ONG Combatientes por la Paz y el Fórum Israelí-palestino de familias dolientes. Y, como recordó una de las presentadoras, Fida Shehada, la segunda ya en medio de “la guerra más horrible”, con un fin que “aún parece lejano”. El lema, en uno de los momentos más oscuros de la historia del conflicto de Oriente Próximo, era “Eligiendo humanidad, eligiendo esperanza”.
El evento comenzó con una frase que se acabó volviendo profética: “Gracias al centro por albergar el acto, lo que en estos momentos no se puede dar por sentado”. La pronunció Shira Geffen, una conocida cineasta, actriz y escritora infantil israelí, que presentó el acto junto con Shehada, palestina, exconcejala en la ciudad de Lod y coordinadora de la Coalición de Mujeres contra las Armas.
Mientras una hablaba en hebreo y la otra, en árabe, decenas de ultraderechistas irrumpían en una sinagoga reformista (la rama del judaísmo más abierta y mayoritaria en Estados Unidos, pero anecdótica en Israel, donde la ortodoxia controla todo) que proyectaba el evento en directo, en la localidad de Raanana, cerca de Tel Aviv.
En las imágenes, se puede ver a jóvenes ultranacionalistas golpeando con las manos los coches, lanzando objetos y fuegos artificiales y gritando a los asistentes ―sobre todo a quienes se notaba que eran palestinos― expresiones como “Hija de puta”, “Vete a Gaza”, “Muerte a los terroristas” o “Que os quemen la aldea”, una frase antes marginal que se oye cada vez en boca de más adolescentes. La policía (que desplegó pocos agentes pese a que circulaba el llamamiento a impedir la proyección de “quienes apoyan el terrorismo”) ha anunciado el arresto de tres personas por los incidentes, que no ha condenado ningún miembro del Gobierno de Benjamín Netanyahu.

No es una excepción. Solo en las últimas semanas, la Universidad de Haifa ha cancelado la proyección por una ONG de No other land, el documental que acaba de ganar el Oscar de Hollywood y que ninguna sala comercial se atreve a programar por las amenazas del ministro de Cultura, Miki Zohar. Además, por primera vez desde su inicio en 1988, no tendrá lugar este jueves la marcha en la que palestinos con ciudadanía israelí conmemoran la Nakba (la huida o expulsión de cientos de miles de palestinos ante el avance de las milicias sionistas y, luego, el ejército de Israel, entre 1947 y 1949), en coincidencia justamente con el Día de la Independencia que festeja la mayoría judía. Los organizadores la desconvocaron el lunes por los “obstáculos sistemáticos y condiciones sin precedentes”, como la prohibición de ondear banderas palestinas o de juntar a más de 700 personas, que les imponía la policía (englobada en el Ministerio de Seguridad Nacional, que dirige el ultranacionalista Itamar Ben Gvir).
A diferencia de la accidentada proyección en Raanana, el acto central en Yaffa transcurrió sin incidentes, en un ambiente de solemnidad y sensación compartida de que, este año, había mucho por lo que llorar juntos. “La situación es muy deprimente, pero esto es un vistazo al futuro. Un mensaje de humanidad y de reconciliación frente al de venganza y más venganza”, decía a este periódico Rana Salman, codirectora palestina de Combatientes por la Paz.
La evolución de la iniciativa habla mucho sobre el momento que atraviesa la región. La ceremonia alternativa comenzó tras la Segunda Intifada (2000-2005) para ir creciendo y abriéndose a espacios al aire libre. En 2023 logró su mayor éxito, al juntar 15.000 personas en un famoso parque de Tel Aviv, aunque en buena parte como derivada de las protestas contra Netanyahu por su reforma judicial.

Medio año más tarde, llegó el ataque masivo de Hamás e Israel invadió Gaza. El ambiente estaba tan cargado para la edición de 2024 (con las heridas del 7 de octubre aún en carne viva y miles de muertos en una Gaza ya devastada) que la ceremonia fue simbólica y grabada de antemano, por motivos de seguridad. “Ya entonces pensábamos que era horrible lo que pasaba en Gaza. No podíamos imaginar que este año habría aún más dolor” admitía a este periódico tras la ceremonia Ayelet Harel, la codirectora israelí del fórum de familias, que perdió a su hermano Yuval en 1982, cuando combatía en Líbano. "Ya no quedan líneas rojas”.
Este martes ha sido en directo, pero en un espacio cerrado cuya ubicación se ocultó al público en general, y con una empresa de seguridad privada. La idea era evitar justo ataques como el de la sinagoga en Raanana. El problema: solo cupieron 500 personas, y estaba tan lleno —con decenas de pie en los laterales— que los organizadores tuvieron que rogar desde el estrado que saliesen quienes no se habían registrado previamente.
Desde Beit Yala, una localidad de Cisjordania situada al otro lado de la barrera israelí y cercana a Belén, lo siguieron en pantalla gigante unas 200. “Pese al muro de separación y los puestos de control que tratan de separarnos, habitamos la misma tierra”, aseguró por videoconferencia su productor y miembro de Combatientes por la Paz, Sayel Yabarin. “Como palestinos, vemos desde aquí esta ceremonia con el corazón lleno de dolor y heridas. El dolor no es nuevo para nosotros, nos acompaña desde hace tiempo y habita nuestras casas y corazones, pero estamos aquí para afirmar que nuestra humanidad permite ver el dolor del otro, sin ignorar el propio”. Otras 200.000 se registraron para el visionado en otras partes del mundo, según los organizadores.
Desde 2023, palabras como paz, reconciliación o diálogo cotizan aún más a la baja en Israel, donde imperan sentimientos como el descreimiento en un futuro compartido, la indiferencia al dolor en Gaza o la venganza.
Por eso, el mensaje en el evento fue, sobre todo, de esperanza. Como el de Liel Fishbein, que sobrevivió en el kibutz Beeri al ataque del 7 de octubre, pero perdió a su única hermana, Tejelet. Contó algo que, confesó, “suena raro” y a veces ni él mismo entiende. Cuando esperaba a la entrada del kibutz a que lo evacuaran, herido de un disparo en la cadera, vio a “siete terroristas en el suelo con los ojos vendados y manos y pies atados” y lo que sintió por ellos fue “compasión”, aún a sabiendas de que probablemente alguno había tratado de matarle. “Tengo 27 años. Crecí en una realidad en la que no conozco a mis vecinos árabes, no hablo su lengua, ni conozco sus tradiciones e historia. Pero sé a ciencia cierta que cuando pierden a sus seres queridos les duele como a nosotros”, aseguró. “Nadie nace con este odio”, añadió.
Una mujer palestina leyó el discurso de una activista política de Gaza que escapó en 2019 a Cisjordania y quiso mantener el anonimato. En el texto contó que su casa familiar ha sido bombardeada tres veces y recordó el momento en que le comunicaron por teléfono la muerte de su madre “por el disparo de un tirador directo al corazón” cuando seguía las órdenes del ejército israelí de abandonar el centro de la Franja. O cómo amputaron una pierna sin anestesia a su sobrina de 13 años, por las restricciones israelíes a la entrada de material médico. “Nuestras vidas no son solo historias de dolor, [sino también de] esperanza que sale de los escombros”, dijo. A contracorriente del sentir general, una encuesta efectuada por ambas ONG entre 221 de sus activistas refleja que un 87% no se plantea abandonar sus esfuerzos por la paz, pese a la situación y a las presiones de amigos o familiares que ha sufrido al menos un cuarto de ellos.

La copresentadora Geffen recordó que desde octubre de 2023 el conflicto se ha cobrado la vida de 56 menores israelíes y de más de 18.000 en Gaza, por los bombardeos y el hambre. “Vengo a decir a todos los que me dicen que por qué me entristezco por un niño palestino y que vele primero la muerte de un niño judío, que para mí un niño es un niño. Siento la misma pena, y la pena no tiene lengua, fronteras, bandera o patria. Y me aferro a ese dolor, porque es lo que me mantiene humana”, añadió.
La ceremonia no es una de esas iniciativas que junta a niños árabes y judíos para proyectar una falsa imagen de coexistencia como ejercicio de relaciones públicas, con alusiones abstractas a la paz y el diálogo. “Esta guerra es una elección, no un destino”, recordó Shehada. Casi nadie en el estrado completó su intervención sin que se le quebrase la voz.
Geffen denunció la “realidad de ocupación y apartheid” que impedía a sus socios en Cisjordania participar en persona. Como Mussa Hitawi, integrante del Foro y que ha perdido 28 miembros de su clan familiar en los bombardeos en Gaza. No recibió permiso para entrar en Israel, así que mandó un vídeo en el que contó cómo la historias de la pequeña Mira. Sigue, explicó, bajo los escombros de un edificio en Gaza. Murió en el segundo bombardeo, junto a su padre y un grupo de vecinos, que no podían soportar oír sus gritos entre los escombros tras el primero. “Lloramos, pero no perdemos nuestra humanidad”, dijo. “No importa cuánto se alargue esta noche, se acabará rompiendo. Me niego a que el dolor sea la única herencia que dejemos a nuestros hijos”.
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