Los palestinos de Siria también pierden la guerra en la ciudad fantasma de Yarmuk
El gran campamento de refugiados de Palestina próximo a Damasco queda casi deshabitado tras convertirse en escenario de algunas de las batallas más devastadoras del conflicto
“Ya hemos pasado por todo: la Nakba [éxodo] de 1948; la guerra de los Seis Días de 1967, la de Yom Kipur de 1973… Más de 13 años de conflicto en Siria. ¿Qué más nos puede pasar?”, menea la cabeza Ahmed Shaabi, de 86 años, ante el paisaje devastado del campo de refugiados palestinos de Yarmuk, al sur de Damasco, donde ha pasado casi toda su existencia. Llegó a Siria con apenas 10 años, expulsado desde el norte de Galilea, por el avance de las tropas del recién creado Estado de Israel. “Estamos acostumbrados a perder”, admite este carpintero retirado con un rictus de resignación, mientras se calienta al último sol de la tarde junto a una tapia con su vecino Amir Abduljair, de 84 años, también originario del norte de la Palestina anterior a la partición aprobada por la ONU en 1947. Son algunos de los 6.000 habitantes que aún resisten, en medio de la ruina y el abandono, en el enclave periférico, que llegó a acoger a más de 150.000 palestinos.
“En realidad, nadie sabe qué va a pasar con el nuevo Gobierno sirio”, confiesa Abduljair, quien todavía se ofrece como electricista a sus escasos vecinos, cuando el ocaso hiela la tarde entre los edificios rotos entre escombros de Yarmuk. A su lado, el más joven del trío, el excontable Mohamed Said Naas, de 75 años, fuma en silencio sin cesar, calada una gorra sobre la cabeza con la leyenda en inglés: “Estoy aquí”.
“Las facciones palestinas entregaron las armas y desaparecieron cuando entraron en el campamento las milicias del norte de Siria”, revela Shaabi. Los islamistas de Hamás ya eran aliados de Hayat Tahrir al Sham (HTS), pero muchos se fueron a la franja de Gaza; los nacionalistas de Fatah, enfrentados con la familia Asad desde hace medio siglo, hace tiempo que abandonaron Siria, y los izquierdistas del Frente Popular para la Liberación de Palestina, que cooperaron estrechamente con el régimen, parecen haber sido tragados por la tierra.
Yarmuk fue asediado por primera vez en 2013, dos años después del inicio del conflicto, cuando la mayor parte de los palestinos ya se habían trasladado a otras zonas de la capital o salido del país a causa de la guerra. Las fuerzas insurgentes se apoderaron inmediatamente del campo de refugiados. Luego el Estado Islámico se hizo fuerte en sus calles y desalojó por las armas al Frente al Nusra, la filial de Al Qaeda de donde proceden los mandos de HTS. Entre 2015 y 2018, la aviación y la artillería gubernamentales convirtieron Yarmuk en zona de guerra con el lanzamiento de barriles bomba y el disparo de obuses. La hambruna, las enfermedades y la miseria diezmaron a los pocos que se quedaron.
En Siria vivían antes del conflicto cerca de medio millón de palestinos, dentro de la diáspora de más de cinco millones formalmente registrada por la UNRWA, la agencia de la ONU para los refugiados palestinos. Frente a las restricciones que sufren en otros países, como Líbano, los herederos de la Nakba (literalmente catástrofe, en árabe) cuentan en Siria casi con los mismos derechos, salvo la nacionalidad y el voto, que los titulares de ciudadanía.
Yarmuk era uno de los mayores campos de refugiados de Oriente Próximo. Pasó de campamento provisional de tiendas de campaña en 1950 a distrito residencial y comercial del sur de la capital 20 años después. Hasta que la guerra entre las fuerzas de la oposición y las tropas del régimen de El Asad forzó el éxodo de más de cinco millones de civiles de Siria, muchos de los cuales se agruparon en enormes centros de acogida en Turquía, Jordania y Líbano próximos a la frontera de su país.
Tras más de una década de destrucción, el olvido se ha apoderado del enclave palestino. “Hasta los cementerios han sido arrasados, no tenemos dónde yacer muertos”, lamenta Shaabi. Decenas de palestinos que huyeron de la guerra siria están regresando a Damasco, por primera vez en los últimos 12 años, tras la huida de El Asad para recuperar las tumbas de sus antepasados y volver a ocupar sus casas, si siguen en pie y cuentan con medios para rehabilitarlas.
En un solar sembrado de cascotes que hace las veces de plaza central, algunos minibuses (taxis colectivos) trasladan desde el centro a los vecinos que regresan al caer la tarde. Vienen cargados con bolsas. En Yarmuk apenas hay comercios, ni servicios públicos. Es difícil observar alguna bandera palestina, pero tampoco abundan las de la nueva Siria. Solo se divisa una ciudad fantasma.
“La guerra ya había vaciado Yarmuk”, explica el funcionario municipal Saaded Abdulai, de 59 años, también originario de la una familia de refugiados del norte de la antigua Palestina, que mientras regresaba en bicicleta a casa al atardecer se ha detenido a saludar a los tres ancianos. “Muchos palestinos van a intentar reconstruir sus viviendas si el nuevo Gobierno concede los permisos. Con el régimen de El Asad era tarea imposible, salvo para quien pudiera pagar elevados sobornos a las autoridades”, detalla. Ahora nadie representa al Estado en el antiguo campamento.
Abdulai refiere que no son solo los palestinos los que tratan de retornar a Yarmuk. También hay refugiados y desplazados sirios que regresan a Damasco tras largos años de extrañamiento. “La mayoría de las casas están deterioradas o son inhabitables, pero prefieren pagar las reparaciones antes que los altos alquileres de otras zonas”, puntualiza. En torno a Yarmuk surgieron distritos mayoritariamente sirios que sumaban más de un millón de habitantes.
La destrucción del enclave palestino recuerda, salvando una gran distancia, a la de la franja de Gaza. Batalla tras batalla, Yarmuk se ha despoblado hasta transformarse en un escenario urbano sin gente y en ruinas. Palestinos que regresan, aunque sea por breve tiempo, desde países del Golfo o con familiares en Europa, han sido algunos los primeros en emprender la rehabilitación de sus antiguas casas, aseguran residentes como Abdulai, en una señal de renacimiento del campamento.
Hoy es un distrito fantasma, abandonado a su suerte en los últimos años del régimen, que intenta revivir tras una larga agonía. En los puestos de control situados ante los accesos al campamento de Yarmuk ya no hay vigilancia visible, al igual que en los que jalonan el resto de la ciudad. Pero mientras las milicias islamistas, nueva fuerza dominante en Siria, patrullan armadas, en uniforme o de paisano, por el centro de la capital, la pequeña Palestina de Damasco ha quedado desguarnecida y todavía permanece a la deriva.
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