Por qué Bachar el Asad tiembla
Los problemas de los socios del dictador de Damasco, Rusia, Irán y Hezbolá, junto a la coincidencia de la tregua entre Israel y la milicia libanesa y la transición en Washington explican la ofensiva relámpago de los rebeldes sirios
A Bachar el Asad le salvaron Rusia, Irán y Hezbolá. El dictador sirio logró en la década pasada retener el poder en Siria gracias al apoyo de esos actores. En los últimos años, el escenario parecía relativamente estable. Pero ahora Moscú se ve mermada por el esfuerzo inmenso en su ilegal guerra contra Ucrania, Teherán se halla debilitada por los ataques de Israel y la milicia libanesa está hundida tras la demoledora ofensiva israelí. La menor capacidad de respaldo de los aliados es el elemento crucial para entender el avance relámpago de los rebeldes sirios, un conglomerado heterogéneo de fuerzas islamistas radicales y otras milicias para las cuales Turquía representa un respaldo decisivo.
El cuadro es claro. El Kremlin presta a Damasco un apoyo aéreo fundamental. Aunque la fuerza aérea no es la parte de su maquinaria bélica más agotada por el esfuerzo en Ucrania, es evidente que tres años de desgaste en aquel frente pesan, y que Moscú debe de haber reducido su atención en Siria. Irán ha visto completamente inhibida su proyección en el país —y en cierta medida en Irak— debido a los implacables golpeos de Israel, y además tiene el desafío de decidir si y cómo responder al último golpe israelí mientras ha quedado evidente su inferioridad militar. Hezbolá, que fue fundamental como fuerza terrestre de respaldo a El Asad, y también en el encuadramiento de mercenarios de otros países que lucharon por el régimen, se encuentra en un estado de suma debilidad.
Pero hay otra clave fundamental para entender lo que está ocurriendo, que es la extraordinariamente oportuna —para los rebeldes— coincidencia de varios desarrollos políticos en lugares importantes: la transición en Washington, con la nueva Administración que no se instalará hasta el 20 de enero; la tregua entre Israel y Hezbolá, que evita a Turquía la embarazosa imagen de estar detrás de un golpeo a enemigos del Israel que aplasta brutalmente civiles musulmanes; y, aunque de menor relevancia, la transición de poder en la UE y una China ensimismada en graves problemas económicos.
Abás Araqchi, ministro de Exteriores de Irán, le dijo a su homólogo ruso, Serguéi Lavrov, que lo ocurrido es “parte de un plan israelo-estadounidense para desestabilizar la región”, según medios locales citados por la agencia Reuters. Es cierto que el primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, ha dejado sobradamente clara su intención de reformular el orden de la región quebrando el espinazo del “eje de resistencia” que va desde el Mediterráneo hasta Teherán, conectando a Hezbolá en Líbano, la Siria de El Asad, el Irak liderado por facciones chiíes y la República Islámica. Lo ha dejado claro con hechos y con palabras, llegando a decir que el cambio de régimen llegará pronto hasta Teherán.
No obstante, lo ocurrido probablemente no es un plan subversivo del Gobierno israelí. Parece ser más bien una acción avalada por Turquía en una coyuntura perfecta para debilitar a El Asad, Irán, Rusia y poner también en dificultad a las milicias kurdas. Estas tiene el respaldo de Estados Unidos, ahora distraídos en la transición democrática. La ofensiva relámpago de los rebeldes las pone en la compleja tesitura de converger con El Asad ante un mismo adversario en una situación repentinamente dramática.
Lo ocurrido evidencia la creciente interconexión global de conflictos. Hay un inmenso arco de conflictividad que va desde Gaza a Corea del Norte —que presta apoyo militar a Rusia—, incluyendo a Israel, Líbano, Siria, Turquía —implicada militarmente en Siria—, Irak, Irán, Georgia —con un conflicto congelado que ve tropas rusas en su territorio— Rusia y Ucrania. Los vasos comunicantes influyen en las decisiones estratégicas.
Ya Azerbaiyán aprovechó la debilidad de Moscú para sacar partido en Nagorno Karabaj, con la capitulación abrupta de los armenios mientras Rusia dejó hacer. Ahora los rebeldes sirios intentan la misma jugada. En este caso, sin duda el Kremlin tratará de sostener a un aliado clave, en un país que le permite una importante proyección militar en el Mediterráneo. Está por ver de cuánta fuerza dispone. El Asad, por sí solo, tiene muy poca. Mientras, la transición de poder en Washington promete hacerse muy larga.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.