Un canje de presos que retrata a la Rusia de Putin
Nunca antes el Kremlin había ido tan lejos en una identificación pública con uno de esos personajes que acribillan y envenenan a quienes son percibidos como enemigos peligrosos del sistema
El mayor intercambio de prisioneros entre Rusia y Occidente desde el fin de la Guerra Fría ilustra sobre la naturaleza del régimen dirigido por Vladímir Putin y sobre la sólida fusión entre un mundo delictivo y una casta procedente de los servicios de seguridad de la URSS, de los que el presidente fue miembro.
Entre los ciudadanos rusos que volvieron a su patria, el asesino convicto Vadim Krasikov es el eje central de la delicada combinación del canje. La acogida de la que fue objeto confirma que el sistema ruso funciona como una estructura amalgamada en torno a los llamados siloviki, como se denomina al conjunto de los órganos de Defensa, Seguridad y Orden Público del país, y a sus miembros.
Por liquidar a tiros a un excomandante independentista checheno, Krasikov fue condenado a cadena perpetua en Alemania. El asesino del Tiergarten ―tal como se le conoce por el parque berlinés donde actuó en agosto de 2019― fue recibido en el aeropuerto de Vnukovo de Moscú con alfombra roja, guardia de honor, además del abrazo y el amistoso saludo de Putin, quien se empleó a fondo en liberarlo siguiendo así la divisa de no abandonar a los suyos.
Nunca antes Putin había ido tan lejos en una identificación personal pública con uno de esos personajes, que dentro y fuera de Rusia acribillan y envenenan a quienes son percibidos como enemigos peligrosos del sistema.
Krasikov trabajó en Alfa, un cuerpo especial creado en 1974 para la lucha contraterrorista y dependiente del FSB (el servicio federal de seguridad sucesor del KGB soviético) y tiene conocidos entre los guardaespaldas en activo de Putin, según explicó su secretario de prensa, Dmitri Peskov. Lo que Peskov no dijo es que el retornado tenía antecedentes penales en Rusia, pues, junto con otros dos oficiales, fue acusado de encargar el asesinato de un empresario en la región de Karelia en 2007 y, en 2014, fue declarado en búsqueda y captura por el asesinato de otro empresario en Moscú, según datos registrados por Interpol procedentes del Ministerio del Interior ruso.
En febrero, Putin aludió a Krasikov como un hombre que “por motivos patrióticos liquidó a un bandido en una capital europea”. Ahora, el “patriota” será condecorado por ello. Para entender el sistema que lo acoge como un héroe hay que remontarse a las grandes transformaciones ocurridas al derrumbarse la Unión Soviética. La nueva convivencia global entre los dos bloques enfrentados durante décadas creada por la perestroika afectó duramente a sectores sociales clave del sistema soviético: centenares de miles de siloviki se desmovilizaron y volvieron de sus guarniciones en Europa oriental, centenares de fábricas de armamento fueron desmanteladas y reconvertidas para producir bienes de consumo civil. El sistema económico basado sobre la industria de armamento se había derrumbado, pero el modelo ruso para un nuevo mundo pacífico quedó en estado embrionario e incluso remitió.
A principios de los noventa, muchos oficiales de carrera licenciados de las Fuerzas Armadas tuvieron que reinventarse a partir de su condición de desempleados; sobrevivían haciendo de taxistas pirata, de guardaespaldas de nuevos ricos, de traficantes de armas, de mercenarios o de voluntarios en los conflictos armados aún latentes, como el de Armenia y Azerbaiyán por el Alto Karabaj o los de Abjasia y Osetia del Sur con Georgia.
Las estructuras mafiosas y de poder en Rusia se formaron en aquel caldo de cultivo. En ellas trabajaban personajes que ejercían simultáneamente como guardianes del orden y como bandidos. Unos, los más espabilados, fueron escalando posiciones en la economía, la política y la administración del Estado. Otros se contentaron con la pistola para ganarse el pan y todos coexistieron en el mismo sistema.
Con la llegada de Putin a la presidencia, los siloviki se multiplicaron en toda la estructura del Estado, y hoy están en los ministerios, en las empresas públicas y privadas, en los bancos e instituciones financieras y son ellos quienes vertebran y aseguran el carácter autoritario y represivo de la Rusia actual. Por lo menos 13 de los guardaespaldas de Putin ocupan puestos relevantes en las estructuras de poder rusas. Uno de los más conocidos es Alexéi Diumin, que, tras ser gobernador de la provincia de Tula, ha regresado al entorno del presidente como su ayudante y como secretario de Estado de Rusia.
Tras la muerte de Stalin, los siloviki tuvieron un lugar asignado en la estructura de la URSS bajo el control y la dirección del Partido Comunista. Al desaparecer aquel Estado, aquellos servicios, fundidos con jueces, fiscales y políticos, se convirtieron en una casta incontrolada que utiliza al Estado en provecho propio. A este fenómeno se refirió en 2007 el clarividente Víctor Cherkésov, por entonces jefe del Servicio de Control del Narcotráfico de Rusia. Cherkésov, un chequista (veterano de los servicios de seguridad), se mostró preocupado por la forma en que habían evolucionado sus compañeros de gremio que, según él, fueron los únicos capaces de asegurar la unidad del Estado tras el fin de la URSS. En el diario Kommersant, Cherkésov exhortó a sus camaradas a superar su “corporativismo” cerrado, a crear normas estatales obligatorias para todos (en lugar de disposiciones arbitrarias) y a avanzar hacia una “sociedad civil” normal. Les advirtió que la “élite privilegiada” de la que él mismo formaba parte se arriesgaba a transformarse en una “ciénaga” al estilo de los “peores dictadores latinoamericanos”, si demoraba la transición pendiente. “La casta es destruida desde dentro cuando los guerreros se convierten en comerciantes”, advertía.
Métodos de la URSS
Hoy los siloviki dan el tono de la política rusa con los métodos que aprendieron en la URSS y que perfeccionaron después en un clima de resentimiento, codicia y de falta de una visión de futuro en consonancia con los retos de la modernidad.
Por otra parte, la llegada a Occidente de los disidentes liberados en Rusia evidencia también una realidad tal vez poco conocida y valorada; a saber, la de los ciudadanos rusos que, por su conciencia cívica, su valentía y su sentido de la responsabilidad, se diferencian de la multitud que ignora la represión de sus conciudadanos. En su rueda de prensa tras la liberación, el político Iliá Yashin contó que en los traslados de un penal a otro durante su cautiverio, se encontró casualmente con “gente anónima” encarcelada por un comentario o una llamada telefónica. “Son presos políticos que están fuera de nuestro campo de observación. Estas gentes son una cantidad enorme. Carecen de esperanza porque nadie sabe de ellos”, dijo. Memorial, la organización de defensa de los derechos humanos prohibida en Rusia, da una lista de 1.532 presos políticos de diversas categorías.
Yashin y Vladímir Kara-Murza, otro de los disidentes liberados, se refirieron a miles. Uno de los últimos casos es el de Pavel Kushnir, un pianista y pacifista de 39 años encarcelado por criticar la guerra y acusado de exhortar al terrorismo. Kushnir murió el 29 de julio a resultas de una huelga de hambre en un calabozo del lejano oriente ruso. Era un desconocido, cuyas reflexiones filosóficas y poéticas en redes sociales solo tenían media docena de seguidores. Es una ocasión para meditar sobre la Rusia profunda y las palabras de Yashin.
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