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En el infierno de El Chipote, la peor cárcel de Ortega: “La luz estaba encendida día y noche”

La opositora nicaragüense Ana Margarita Vijil narra su encierro durante 606 días en el temido penal de El Chipote en Managua y aboga por los desaparecidos y los presos políticos que aún permanecen en las cárceles del país

El Chipote en Managua
Ana Margarita Vijil, opositora nicaragüense, en Madrid.Pablo Monge
Cecilia Ballesteros

“Estuve 606 días en la prisión de El Chipote en confinamiento solitario. Los primeros 80 como desaparecida, durante ese tiempo mi familia no supo nada de mí. Son celdas con vigilancia durante las 24 horas y la luz eléctrica encendida de día y de noche, con un baño oscuro que es el único lugar donde hay intimidad. Nos sacaban al patio cada 15 días y eso después de meses y gracias a las protestas de nuestras familias. Empezaron a salirnos manchas blancas por la falta de sol, a algunas presas les diagnosticaron una especie de vitiligo. Estaba prohibido leer y escribir. Hasta les quitaban las etiquetas a las botellas de agua. Luego mi único material de lectura fueron los componentes de los yogures. Me volví una experta en su composición”.

Quien así habla, tragándose las lágrimas mientras recuerda su cautiverio durante una reciente visita que ha realizado a Madrid, es Ana Margarita Vijil (León, Nicaragua, 46 años), abogada y activista, expresidenta del Movimiento de Renovación Sandinista (ahora denominado Unamos) fundado entre otros por el escritor Sergio Ramírez, detenida en junio de 2021, durante la ola de represión que desató el régimen de Daniel Ortega en vísperas de las elecciones celebradas ese año, cuando decretó la ilegalización de los partidos políticos y apresó a los siete opositores precandidatos a la presidencia. Su delito: “Unos tuits, unos retuits y unas declaraciones públicas”. Lo que le valió una acusación de “conspiración y menoscabo de la soberanía nacional” y una condena a 10 años de cárcel. En la cacería desatada contra la disidencia cayeron al mismo tiempo la pareja de Vijil, la legendaria comandante sandinista, Dora María Téllez; su sobrina, Tamara Dávila, y Suyén Barahona, las dos últimas de Unamos y todas presas e incomunicadas en el ala de mujeres de El Chipote, la peor mazmorra del régimen —que está fuera del sistema penitenciario― en Managua, excepto Téllez, que fue destinada a la galería de aislamiento de los hombres.

Vijil estuvo 80 días en prisión preventiva sin ningún contacto con el exterior ni asistencia de abogado alguno, lo que llaman periodo de investigación —que Ortega reformó ampliándolo de 48 horas a 90 días—, hasta que un día, a las tres de la madrugada fue llevada junto con otros presos a los juzgados para una audiencia preliminar. “Fue una pantomima, con un abogado de oficio. Eso fue en septiembre de 2021 y me quedé sin saber nada hasta el 2 de febrero del año siguiente cuando se celebró un juicio exprés en la misma prisión. Pude hablar con mi abogada tres minutos y me condenaron. Actualmente es peor. Ni siquiera llevan a los acusados a los juzgados. Los juicios son ahora con videollamadas. Llaman al preso y le leen la sentencia”.

Su caso no es único. Durante la conversación van surgiendo nombres de otros compañeros de infortunio. En estos momentos, hay 141 presos políticos, 23 de ellos mujeres. “Víctor Ticai, periodista, está preso desde abril de 2023 por cubrir una procesión religiosa; Carlos Bojorge, cuyo único delito fue ir a misa en enero de este año con una bandera azul pidiendo la libertad para monseñor Álvarez, que seguía preso. Lo detuvieron en el camino de regreso a casa y sigue desaparecido. Eddy Meléndez, amigo mío, que tiene párkinson, está desde julio de 2021 en la cárcel de La Muela, acusado de un delito que materialmente era imposible que cometiera. Nancy Henríquez, líder indígena, que lleva más de 250 días en aislamiento; Brooklyn Rivera, presidente del partido político indígena Yatama, secuestrado el pasado 29 de septiembre y lleva más de 200 días desaparecido, el profesor Freddy Quezada también desaparecido…”

 Ana Margarita Vijil, opositora nicaragüense.
Ana Margarita Vijil, opositora nicaragüense. Pablo Monge

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) asegura que más de 2.000 personas han pasado por las cárceles nicaragüenses desde 2018, si bien el monitoreo de la formación opositora Unidad Azul y Blanco afirma que la cifra real se acerca a los 5.000. Abundan las acusaciones de torturas físicas, violaciones y malos tratos por parte de la policía. Además, añade, Vijil, “todavía hay más de 355 familias esperando saber qué pasó con los asesinatos de sus parientes entre abril de 2018 y junio de 2019″.

“La única fuente de poder de Ortega es el terror, la policía, el ejército y en este momento también el poder judicial. Apoyo popular no tiene, eso lo sabemos desde hace mucho tiempo. Lo que tiene es pánico a que se recomponga el tejido social. Según el Mecanismo de Seguimiento de Nicaragua (Meseni), 3.800 organizaciones de la sociedad civil han sido cerradas y confiscadas en los últimos años, y más de 30 universidades privadas han sido clausuradas también. A cualquier líder con proyección nacional, en cualquier área, solo le espera la cárcel o el exilio”, afirma Vijil.

Ella formó parte del primer grupo de 222 nicaragüenses a los que el régimen desposeyó en 2023 de su nacionalidad, como los periodistas Carlos Fernando y Cristina María Chamorro, entre otros, y tuvieron que emprender el camino del exilio. Inhabilitada como abogada y robados los negocios de su familia, Vijil —que se acogió a la nacionalidad española con el ofrecimiento del Gobierno de Pedro Sánchez a los opositores que el régimen quería convertir en apátridas—, reside en Nueva Orleans con Dora María Téllez, con la que se casó ya en EE UU, y que está dedicada a escribir sus memorias tras romper con el Frente Sandinista por la deriva autoritaria de Ortega. “Nos reencontramos en el vuelo chárter a Washington. Fue como una película”.

Vijil no sufrió torturas físicas, pero sí psicológicas. Recuerda que lo más duro de su encierro fue la enfermedad de su madre, que murió tras un largo cáncer y a la que nunca volvió a ver, y el fallecimiento del general retirado Hugo Torres, que dirigió el asalto al palacio presidencial de Somoza en 1978, junto a Téllez, tras pasar por El Chipote. “Al menos mi mamá murió cuando yo ya estaba libre. No la pude abrazar, pero hablábamos todos los días. Y sé que aguantó por eso”. Pero ni el régimen ni el cautiverio la quebraron. Su fortaleza interior, pese a su aspecto frágil, ha convertido la experiencia de la cárcel y la del destierro en una fuente de aprendizaje. “Estaba convencida de que iba a ganar, podía estar aislada, pero mi mente se mantuvo firme. Aprendí a apreciar las cosas lindas como ver amanecer o cuando un guardia me sonreía. Cada día aún en situaciones extremas tienes algo que agradecer. Uno nunca es tan pobre como para no poder ayudar a otro ni tan rico como para no necesitar ayuda”.

Esa esperanza lleva a Ana Margarita Vijil a afirmar que cada día que pasa el fin del régimen está más cerca después de más de una década de impunidad, de tanta muerte, de tanto desangrarse por dentro y por fuera. “Estoy convencida de que está en su etapa final y que después de concentrar todo el poder, ha comenzado a perderlo. Nicaragua necesita unas elecciones con garantías, un Gobierno de transición que restaure el orden democrático para un país en el que quepan todos, y para que esto no se vuelva a repetir necesita justicia y verdad”.

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Sobre la firma

Cecilia Ballesteros
Redactora de Internacional. Antes, en la delegación de EL PAÍS América en México y miembro fundador de EL PAÍS Brasil en São Paulo. Redactora jefa de FOREIGN POLICY España, he trabajado en AFP en París y en los diarios El Sol y El Mundo. Licenciada en Periodismo por la Universidad Complutense. Autora de “Queremos saber qué pasó con el periodismo”.
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