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Macron conjura el síndrome del ‘pato cojo’, un líder sin influencia al final de su mandato

El presidente señala a Attal como alumno aventajado mientras empiezan las escaramuzas para sucederle en 2027

Gabriel Attal
El nuevo primer ministro de Francia, Gabriel Attal, llega al Hotel Matignon de París para la ceremonia de traspaso de poderes con la primera ministra saliente, Elisabeth Borne, este martes.POOL (via REUTERS)
Marc Bassets

Emmanuel Macron no quiere ser como los presidentes François Mitterrand o Jacques Chirac. Se resiste a acabar el segundo y último mandato sin fuerzas ni influencia, mientras en su entorno se abren las hostilidades para sucederle en 2027. El socialista Mitterrand acabó gravemente enfermó y murió poco después de abandonar el palacio del Elíseo. Al conservador Chirac lo llamaban el “rey holgazán”. Al elegir este martes al joven y dinámico Gabriel Attal para sustituir a la veterana tecnócrata Élisabeth Borne como primer ministro, solo unas semanas después de que la ley de inmigración dividiese a su Gobierno y su partido, es como si el presidente francés dijese: “¡Estoy aquí! ¡Todavía existo!”

Macron retoma la iniciativa con Attal e intenta conjurar el síndrome del pato cojo, el mal que aqueja a los líderes que llegan al final de su reinado solos y sin capacidad de acción. En un momento en el que la política francesa daba señales de anquilosamiento, el nombramiento del nuevo primer ministro es un golpe de efecto. Es el más joven en el cargo: 34 años. El primero abiertamente gay, algo que en Francia en 2024 es tan aceptado y natural que hasta ahora apenas ha merecido comentarios en la prensa. Él nunca ha hecho bandera de su orientación sexual. Es también el ministro más popular de un Gobierno en el que ocupaba la cartera de Educación.

Quién sabe cuánto durará la luna de miel de Francia con Attal, pero hay satisfacción, incluso euforia en las filas macronistas tras meses a la defensiva por la ley de inmigración o, antes, por la reforma de las pensiones. Patrick Vignal, antiguo socialista y hoy diputado por Renaissance, el partido en el Gobierno, por una circunscripción en Montpellier, dice que Attal le recuerda a Macron en 2016, cuando empezaba su entonces improbable carrera al Elíseo. Attal es una versión más joven y sin la usura del poder. “Nos insufla frescura y ganas”, dice Vignal al teléfono. “Es más que una página nueva. Es un nuevo mandato”.

Reservas de otros ministros

No todos descorchan el champán. Cuando el lunes por la tarde crecían los rumores de que Attal sería el elegido, varios pesos pesados del Gobierno hicieron saber sus reservas, según varios medios de comunicación franceses. Se ha citado, entre los descontentos, a Bruno Le Maire, el poderoso ministro de Economía y Finanzas. A Édouard Philippe, primer ministro entre 2017 y 2020 y líder del partido conservador Horizons, adscrito al bloque macronista. O a François Bayrou, eterno dirigente de la formación centrista MoDem. Philippe y Le Maire —como el titular del Interior, Gérald Darmanin— tienen algo en común: la ambición de ocupar la silla del presidente.

El nombramiento de Attal pueden interpretarlo algunos como una afrenta, y a varios niveles. Por su juventud. Y porque, también él, como todo político con un mínimo de talento, aspira a lo máximo: en Francia, la presidencia de la República. No es que Macron lo haya señalado como delfín: todo puede dar muchas vueltas en los próximos tres años. Lo que ha hecho es señalarlo como un alumno aventajado. Alguien que puede prolongar el macronismo, esa extraña ideología pragmática, liberal y europeísta, ni de izquierdas ni de derechas (o tanto de izquierdas como de derechas); ese movimiento identificado con un hombre, su fundador.

Y ahí reside parte del problema. Porque Macron, después de dos mandatos, no puede volver a presentarse. Y en su sucesión está en juego algo más que un habitual cambio de inquilino en el Elíseo. Está en juego, primero, la llegada al poder de la derecha nacionalista y populista de Marine Le Pen. “Lo haré todo para que, en los cinco años venideros, ya no haya ningún motivo para votar a los extremos”, prometió tras su victoria en 2017 ante Le Pen. En 2022 volvió a derrotarla. Si Le Pen gana el 2022, emborronará su legado. Como le ocurrió a Barack Obama al pasar el testigo a Donald Trump en 2017.

Dos teorías

Está en juego, también, el futuro del macronismo. ¿Es posible sin Macron? ¿O se desintegrará a medida que se acerque 2027? Hay dos teorías. Según la primera, el macronismo, que desde 2017 contribuyó a dinamitar a los partidos hegemónicos de izquierda y derecha moderada, habrá sido un paréntesis en la historia. Cuando Macron se marche, volverá el tablero anterior. La mejor garantía para derrotar a la extrema derecha sería, en este caso, un candidato conservador que recogiese el máximo consenso entre europeístas y moderados, pero conservador al fin y al cabo. Esta sería la opción Darmanin o Philippe, Le Maire también quizá (los tres proceden de Los Republicanos, el equivalente francés del PP español).

La segunda teoría indica que el espacio central que construyó Macron —la amplia coalición que va de la socialdemocracia a la derecha moderada y que se erige en muralla contra los iliberales y euroescépticos, sean de derechas o de izquierdas— no fue una anécdota. Vino para quedarse y Attal, fiel macronista de la primera hora y procedente del socialismo, encarna mejor que nadie este espíritu. Macron habló este martes, al felicitar a su nuevo primer ministro, de “rearme y regeneración”. Y evocó la “fidelidad al espíritu de 2017”, que resumió con dos palabras: “superación” de la división izquierda-derecha, y “audacia”.

“Gabriel Attal es el que puede reinventar el macronismo”, afirma el diputado Vignal. “Ha habido, con su nombramiento, un despertar político y filosófico. Attal es una locomotora”. Pero no lo tendrá fácil el primer ministro. Si, como prevén los sondeos, el RN de Le Pen gana con comodidad en las elecciones europeas de junio, habrá encajado un primer revés. Y, como su antecesora, gobernará con el primer grupo en la Asamblea Nacional, pero sin mayoría, lo que le obligará, como a ella, a recurrir al decreto, o a pactos con la derecha que alimentarán la idea de que solo en este campo hay futuro para el macronismo.

Tampoco es seguro que como primer ministro esté en la mejor posición para optar a la sucesión. Desmarcarse de Macron será seguramente un requisito: el propio Macron traicionó a su jefe, François Hollande, para ocupar su puesto. Y hacerlo siendo su primer ministro es complicado. Aparecer como el ungido puede resultar un problema. Como recuerda el periodista Ludovic Vigogne en el libro Les sans jours, sobre el accidentado inicio del segundo mandato de Macron, este “conoce perfectamente los precedentes”. “Ni François Mitterrand ni Jacques Chirac”, escribe, “eligieron a quien, después de ellos, retomó la llama”. Y añade Vigogne: “Ha entendido que su sucesión provocará una batalla campal. Es la vida de las bestias, como dice él”.

El peligro, claro, es que en cuanto se abra de verdad la batalla sucesoria —probablemente después de las europeas— el síndrome del pato cojo se agudice. Cada día que pase se le escuchará menos en Francia y entre los macronistas se le obedecerá menos. Ya lo experimentó el presidente con la ley de inmigración y el voto en contra o la abstención de decenas de macronistas, además de la dimisión de un ministro del ala izquierda. “En su campo”, escribe Vigogne, “la cuenta atrás que se ha puesto en marcha le obligará a recordar con regularidad que él es todavía el amo del juego y de los destinos.” Nombrar a Attal, que tanto recuerda al Macron de hace una década, es una manera de dar un golpe en la mesa. De dejar claro quién manda. Todavía.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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