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La sociedad civil lleva el peso de la ayuda tras el terremoto: “No sabemos cómo atender a los heridos”

Las estribaciones del Atlas se pueblan de campamentos de supervivientes mientras el Estado declina por ahora la mayoría de las ofertas de ayuda internacional

Un vecino de Uirgan observa los destrozos causados por el seísmo en su calle. Foto: Jalid Kani
Juan Carlos Sanz

Decenas de ambulancias circulan desbocadas con las sirenas a todo ulular por la carretera que enlaza Amizmiz, en las estribaciones de la cordillera del Atlas, con Marraquech. A lo largo de sus 45 kilómetros, entre Marraquech y este pueblo, incesantes caravanas de vehículos privados transportan ayuda humanitaria para las víctimas del terremoto que cerca de la medianoche del viernes golpeó el sur de Marruecos. Su violenta sacudida ha causado hasta ahora más de 2.500 muertos y 2.476 heridos y ha dejado sin hogar a decenas de miles de habitantes del rosario de poblaciones que se derraman por las faldas de la cadena montañosa. Los convoyes de las Fuerzas Armadas que transportan maquinaria pesada se abren paso por las sinuosas vías de los valles, y la Gendarmería despeja las rutas clausuradas por los desprendimientos. Pero, en la segunda jornada tras el mayor seísmo registrado en el país magrebí, es el esfuerzo de la sociedad civil el que parece estar ocupándose más de cerca de atender a los damnificados.

Omar Aid Ben Naim, de 60 años y empleado de una empresa de climatización, dirige de hecho el campamento improvisado con lonas y toldos donde han dormido al aire libre por segunda noche consecutiva 65 familias en un parque del barrio de Ashun. Muestra con orgullo las fichas donde identifica a cada uno de sus miembros para organizar el reparto de alimentos. Todas las miradas se dirigían hacia él este domingo.

“A nosotros nos han dado leche, pan, conservas de sardinas y queso, pero aún no tenemos mantas”, se lamenta Buyata Achafar, de 45 años, preocupada por los seis miembros de su familia. “No sabemos cómo vamos a pasar la noche, las temperaturas bajan antes en las montañas, pero gracias a Dios, seguimos vivos”, explica con resignación mientras se prepara para hornear pan con un grupo de mujeres en un horno portátil de gas que ha donado un hombre venido desde Agadir. En Amizmiz, localidad de 60.000 habitantes junto con todas sus aldeas, se han registrado hasta ahora un centenar de muertos, mientras los bomberos de Marraquech buscan entre los escombros posibles supervivientes. El cuerpo contusionado de una mujer fue evacuado a la carrera en ambulancia hacia el hospital de Marraquech. El de un hombre atrapado bajo los cascotes de la que fue su casa, fue conducido directamente al cementerio cubierto por una manta.

Sin socorristas internacionales

Campamentos como el de Ashun jalonan las carreteras de la provincia de Al Hauz, la más afectada por el terremoto, con más de 1.300 muertos, al encontrarse sobre el mismo epicentro. Al contrario que otras catástrofes de esta magnitud, no se observa la presencia de socorristas internacionales especializados. Los trabajos de rescate se están llevando a cabo en las primeras horas tras el seísmo, que resultan claves en la búsqueda con esperanza de vida de los desaparecidos, con medios exclusivamente marroquíes. El Gobierno de Rabat solo ha dado luz verde hasta ahora a los socorristas de Emiratos Árabes Unidos, Qatar, el Reino Unido y España, que ha enviado dos equipos de la Unidad Militar de Emergencias (UME), que será previsiblemente acompañado por otros organizados por las comunidades autónomas. Países como Estados Unidos, Francia, la India o Israel han anunciado su disposición a enviar ayuda en cuanto les sea requerida. El rey Mohamed VI de Marruecos agradeció este domingo su ayuda a España y a esos otros países, según un comunicado de la TV estatal citado por Reuters.

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En Amizmiz falta de casi todo. “Tenemos agua, afortunadamente, y electricidad y teléfono”, reconoce Omar Aid Ben Naim. “Pero por ahora solo tenemos cuatro tiendas de campaña de la Media Luna Roja”, lamenta el jefe fáctico del campamento. “Y tampoco sabemos cómo atender a los heridos”, añade. Hasan Shamemy, de 43 años, trabajaba en un café de la ciudad cuando el edificio se le vino encima. “Estuvo atrapado casi siete horas entre las ruinas del café sin dar señales de vida”, recuerda Saida, su esposa, de 35 años, junto a una niña de dos años en brazos y un chico de cinco que no se separa ni un instante de su lado.

“Nos temimos lo peor, pero a las cuatro horas llegaron los bomberos de Marraquech con sus perros y empezaron a excavar con las manos hasta que pudieron localizarle. Aún respiraba, pero tenía todo el pecho aplastado”, relata. En el hospital de Marraquech le dieron pronto el alta para hacer sitio a casos más graves. Este domingo dormitaba en un jergón bajo los efectos de los calmantes. Su familia se puso a salvo al salir de inmediato a la calle cuanto se empezaron a sentir las violentas sacudidas del terremoto. “Lo hemos perdido todo, pero seguimos juntos”, se despedía Saida con aire de resignación.

La búsqueda de supervivientes prosigue sin cesar con los escasos medios con los que cuentan los marroquíes. La vida ha quedado entretanto suspendida en campamentos como el de Ashun. Hay quien se preocupa por su rebaño de ovejas extraviado en las montañas. Otros por una pierna herida que no acaba de sanar. Rayan, de 12 años, se declara feliz de no tener que ir a clase este lunes. “Yo quiero ser como Iniesta”, asegura vestido con la camiseta de la selección española de fútbol. Junto con sus tres hermanos disfruta de unas vacaciones inesperadas nada más empezar el curso. “Hasta que se compruebe la estructura del edificio escolar, las clases permanecerán suspendidas”, precisa Omar, el hombre que se ocupa de todo en un campamento donde aflora la solidaridad de los necesitados y casi todo se comparte, hasta la paciente espera de que el Estado envíe tiendas de campaña.

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Sobre la firma

Juan Carlos Sanz
Es el corresponsal para el Magreb. Antes lo fue en Jerusalén durante siete años y, previamente, ejerció como jefe de Internacional. En 20 años como enviado de EL PAÍS ha cubierto conflictos en los Balcanes, Irak y Turquía, entre otros destinos. Es licenciado en Derecho por la Universidad de Zaragoza y máster en Periodismo por la Autónoma de Madrid.

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