El temor al contagio golpista se extiende por las dictaduras de África
Presidentes con demasiado poder, organizaciones regionales débiles y un mundo cada vez más polarizado alimentan las asonadas militares
¿Quién será el próximo en caer? Esta es la pregunta que recorre África desde que el pasado miércoles un golpe de Estado derrocara a Ali Bongo en Gabón, la última víctima del contagio de asonadas militares que sacude al continente. Un puñado de dictadores y presidentes que han confiscado el poder en regímenes de fachada democrática han sido los primeros en inquietarse, desde el camerunés Paul Biya, que ha procedido a reforzar su seguridad con soldados de su confianza, hasta el ruandés Paul Kagame, que se ha apresurado a jubilar a decenas de oficiales. Ese temor alimenta la amenaza de intervención militar en Níger y la convocatoria de una reunión urgente de los países de África central.
“Uno de los grandes problemas de muchos sistemas políticos africanos es que no cuentan con mecanismos para frenar a un presidente que se pasa de la raya”, asegura el historiador marfileño Dagauh Komenan. “Los parlamentos son muy débiles y el poder judicial está sometido a la arbitrariedad de un jefe de Estado que designa a sus miembros, pero que en realidad lo utiliza para eliminar a los opositores y para manipular las elecciones a su favor. En ese marco, el ejército queda como el único componente del aparato del Estado que puede destituir a un presidente”.
Un país que presenta enormes similitudes con Gabón es Togo. Al igual que los Bongo, el clan Gnassingbé gobierna allí desde 1967, primero con el general Eyadéma, quien dio un golpe de Estado para llegar al poder y, a partir de 2005, con su hijo Faure Gnassingbé, que es reelegido una y otra vez. La oposición es reprimida con dureza y el gran interrogante gira en torno a la lealtad de su ejército. Pero hacia donde miran hoy casi todos los ojos es hacia Camerún, donde el nonagenario Biya lleva la friolera de 41 años en el sillón presidencial. En cada elección, la comunidad internacional expresa sus dudas acerca del proceso, pero nada cambia. El pasado miércoles, el presidente firmó el decreto para relevar a una decena de oficiales en puestos clave de las Fuerzas Armadas, una reforma planteada desde hace meses, pero cuya firma se aceleró el mismo día del golpe de Gabón.
La herencia del colonialismo
Viviane Ogou, experta en seguridad internacional y presidenta de la organización Puerta de África, apunta a la herencia del colonialismo como uno de los factores clave del problema. “Los países que fueron colonias francesas copiaron el modelo de la V República gala, un sistema muy vertical y centralista con deficiencias estructurales, pensado para funcionar en tiempos de crisis. Pero en naciones con una estructura demográfica y social muy descentralizada, este sistema no representa a la población, no funciona”. Ante la falta de alternancia, los golpes de Estado son celebrados con una mezcla de alivio y esperanza de cambio por la población.
Sin contrapesos constitucionales, con un poder omnímodo en sus manos, hasta los presidentes de los países con democracias más sólidas se sienten llamados por la tentación de eternizarse en el poder o de modificar las reglas del juego para mantener su influencia más allá de sus mandatos, usando la represión policial para disuadir toda contestación. “Yo miraría hacia Senegal y Costa de Marfil. Cierto es que la actual crisis de Níger ha permitido a sus dirigentes desviar la atención de su ejército hacia un conflicto exterior, pero la contestación interna es enorme en ambos países”, añade Ogou.
En la vecina Congo Brazzaville, Denis Sassou-Nguesso tiene motivos para inquietarse tras el golpe de Estado en Gabón y ha pedido una reunión urgente de la Comunidad Económica de Estados de África Central (Ceeac). Al mando desde 1979, salvo un paréntesis de cinco años en los noventa, mantiene lazos familiares con los Bongo: su hija Edith fue esposa de Omar Bongo, el patriarca del clan gabonés. Mantiene un férreo control del aparato del Estado, lo que incluye al Ejército, pero en muchas de las recientes asonadas, ya sea en Sudán, Zimbabue o el propio Gabón, la traición ha venido de los más próximos. En una situación similar está Teodoro Obiang en Guinea Ecuatorial, el presidente en ejercicio más longevo del mundo tras 44 años ininterrumpidos en el poder, quien gana cada elección con porcentajes superiores al 95%. Nadie respira sin su permiso en la antigua provincia española.
Mientras tanto, los organismos regionales africanos se han convertido más en parte del problema que en su solución. “Existe el sentimiento generalizado de que la Comunidad Económica de Estados de África Occidental (Cedeao) es un sindicato de jefes de Estado que se protegen entre sí y no a la población. Cuando hay un golpe de Estado sacan pecho, pero cuando un presidente viola su constitución no abren la boca. Entre 2012 y 2019, este organismo avanzó hacia nuevos desafíos, como una mayor integración o la moneda regional, pero en los últimos años ha perdido su prestigio. La Unión Africana tampoco presenta buenas señales. Solo un ejemplo, las decisiones de su tribunal de justicia, que podría velar por los intereses de los pueblos, ni siquiera son vinculantes”, comenta Komenan.
África oriental parece estar al margen, al menos de momento, de la epidemia golpista. Pero allí también abundan los ejemplos de presidentes que confiscan el poder. Eritrea, llamada la Corea del Norte africana, no ha conocido otro líder después de su independencia en 1991 que Isaías Afewerki, mientras que, en la vecina Yibuti, Ismail Omar Guelleh disfruta de cómodas mayorías desde hace un cuarto de siglo. En los Grandes Lagos, el ugandés Yoweri Museveni está a punto de alcanzar las tres décadas sin soltar el bastón de mando y el ruandés Kagame gobierna con mano de hierro desde el genocidio de 1994, primero en el ministerio clave de Defensa y luego como presidente.
“Una de las claves del contagio golpista”, remata Komenan, “es que los militares hoy saben que pueden sobrevivir a las sanciones y aislamiento promovido por Occidente. Por primera vez después de la Guerra Fría existen alternativas al sistema occidental y unipolar, representadas en China con su poder económico y Rusia con su poder militar”. Para Viviane Ogou se trata de una búsqueda de nuevas alianzas internacionales por parte de los países africanos. “Los regímenes militares del Sahel diversifican sus socios. Hasta ahora, sus relaciones han estado muy centradas en Occidente, con unas élites muy conectadas con Francia y Estados Unidos, pero las nuevas fuerzas emergentes quieren acuerdos más beneficiosos para sus países, mejores tratos”.
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