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La grieta por la que Yelena y otros centenares de ucranios huyen de las zonas ocupadas por Rusia

Casi 18 meses después del inicio de la guerra, el corredor humanitario entre la ciudad rusa de Bélgorod y Sumi, en el noreste de Ucrania, abre una nueva oportunidad de salida a millones de ciudadanos atrapados

Guerra en Ucrania
Unos civiles abandonaban la ciudad ucrania de Mariupol por un corredor humanitario, en marzo de 2022, durante el asedio de las tropas rusas.Anadolu Agency / Getty
Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)

Es su primera vez. Yelena, de 63 años, nunca había salido de Krasnodon, en la provincia de Lugansk, desde que llegaran los rusos, no ya con la invasión a gran escala lanzada en febrero de 2022, sino hace nueve años, en la primera ofensiva de ocupación de la región de Donbás, en la franja oriental de Ucrania. Hay que afinar mucho el ojo para ver en qué lado de la linde está la ciudad de donde viene Yelena ―prefiere preservar su apellido―. Viaja sola y está agotada. Pero no es solo lo físico, sino, sobre todo, el hartazgo. “Estoy muy cansada de esta situación y quiero estar con mis hijos”, cuenta, “ya me están esperando, he hablado hoy con ellos”. Yelena se emociona porque le queda muy poquito para verlos. Está en un centro de asistencia de la localidad ucrania de Krasnopillia, junto al paso fronterizo de Pokrovka, en el noreste del país. Acaba de cruzar desde territorio ruso. Yelena es uno de los cerca de 150 ciudadanos ucranios que a diario y desde el pasado día 5 han utilizado el único punto de la frontera entre Rusia y Ucrania abierto en la actualidad. Un corredor humanitario por el que poder escapar de las zonas ocupadas hacia territorio libre.

Para entender este viaje hay que recorrer la geografía de Ucrania. La operación militar lanzada por Moscú en 2014 logró el control ruso sobre un tercio de la región de Donbás, en el este del país, junto a la frontera rusa, además de la anexión ilegal de Crimea ―en este caso sin pegar prácticamente un tiro―. La invasión iniciada hace ahora casi 18 meses amplió este territorio ocupado hacia el suroeste, formando una suerte de medialuna de tierra en la que millones de ciudadanos quedaban encerrados entre el frente de guerra, por un lado, y la linde con el invasor ruso, por otro. Es decir, ante la imposibilidad de cruzar los combates, la única forma de regresar al oeste ucranio era atravesar la frontera rusa, continuar hacia el norte, a la vecina Bielorrusia, y, desde aquí, sirva de ejemplo, a los bálticos y Polonia, para entrar de nuevo en la Ucrania occidental. Una odisea.

Yelena, de 63 años, ha cruzado a territorio ruso y vuelto a entrar a Ucrania a través del corredor de Sumi, para reencontrase con sus hijos en Járkov. / O. G.
Yelena, de 63 años, ha cruzado a territorio ruso y vuelto a entrar a Ucrania a través del corredor de Sumi, para reencontrase con sus hijos en Járkov. / O. G.Óscar Gutiérrez

El pasado día 9, Irina Vereschuk, ministra para la Reintegración de los Territorios Temporalmente Ocupados, informó de que los ciudadanos que quisieran regresar a territorio controlado por Kiev podrían hacerlo a través del corredor humanitario entre las ciudades de Kolotilivka, del lado ruso, y Pokrovka, del ucranio. En una entrevista con prensa local, Vereschuk afirmó: “¡Es posible y necesario salir por este corredor!”. La también vice primer ministra comunicó además que hay un segundo corredor activo, aunque, en este caso, entre la provincia ucrania de Volinia y la frontera de Bielorrusia.

Seis días después de estas declaraciones, a las ocho de la mañana, Yelena empezaba su viaje. Habla con los ojos muy abiertos. Quiere contar cómo ha llegado hasta ahí, de qué manera. “Todos estos años”, afirma, “he tenido que estar mintiendo, ya desde 2014″. Poco después de que los uniformados rusos aparecieran en Lugansk aquel año, su hija se marchó hacia Járkov. Más tarde lo haría su otro hijo. Ella se mantuvo en casa hasta que dijo basta. El pasado día 15, Yelena cruzó desde Krasnodon (renombrada en 2016 como Sorokine) a la provincia rusa de Bélgorod. Le llevó doce horas alcanzar Kolotilivka, en ruta hacia el norte, en paralelo a la linde entre los dos países. Le esperaba el trago más difícil, el proceso de filtración ruso, esto es, dos horas de interrogatorio antes de dejarle ir hacia el control fronterizo ucranio, a dos kilómetros de distancia a pie. “Fue muy duro”, señala con agobio, “me preguntaban si apoyaba a Rusia, su operación especial; tuve que mentir y decirles que sí para que me dejaran pasar”. La experiencia de otros ciudadanos, a tenor de su relato, no fue tan peliaguda.



Según el Gobierno ucranio, entre 150 y 200 personas han cruzado a diario desde el 5 de agosto por el paso Kolotilivka-Pokrovka. Ese día fue, en realidad, el primero tras la reapertura de este corredor humanitario que las autoridades rusas habían cerrado dos semanas antes. Los detalles de cómo y cuándo se abrió por primera vez este paso, por qué fue clausurado el 22 de julio y ahora reabierto, son escasos. Y esto en gran medida porque Kiev mantiene que no hay comunicación con Moscú y que poco más se puede decir. Katerina Arisoi, de 36 años, responsable de Pluriton, la organización que puso en marcha en Krasnopillia el centro de asistencia, asegura que el corredor funciona desde hace meses, pero que se conocía poco; que depende de que los rusos abran o no y que, ahora, parece que la información fluye hacia los territorios ocupados. “La gente viene más porque sabe que aquí hay asistencia”, apunta Arisoi.

Varios microbuses llegan a este centro desde el paso de Pokrovka, sellado con especial celo por las autoridades por motivos de seguridad. Las instalaciones de Krasnopillia, en la provincia de Sumi, no están cerradas; la presencia de los cuerpos del orden es distendida, pero en el interior hay control. El acceso es restringido en la planta utilizada por el ejército, la policía y el Servicio de Seguridad de Ucrania (unidad especial de inteligencia) para realizar su propio proceso de filtración. Se cierra la puerta ante la mirada cotilla, aunque al tiempo se vuelve a abrir. Los recién llegados esperan sentados alrededor de una habitación con los papeles del registro en la mano. Arriba, los que han acabado pueden ir a almorzar. Serhi Bondarenko, septuagenario, no ha podido aguantar y se ha ido al comedor antes de finalizar este trámite. No le importa hablar con la prensa mientras come. Alcanza a decir que es de Donetsk antes de que le corten, porque mientras no haya terminado el interrogatorio no se recomienda hablar con un reportero.

Anatoli Oleinik, de 65 años, ha pagado alrededor de 215 euros por el viaje que le ha llevado de territorio ocupado por los rusos a la Ucrania controlada por Kiev a través del corredor de Sumi. / O. G.
Anatoli Oleinik, de 65 años, ha pagado alrededor de 215 euros por el viaje que le ha llevado de territorio ocupado por los rusos a la Ucrania controlada por Kiev a través del corredor de Sumi. / O. G.

Anatoli Oleinik, de 65 años, también tiene hambre, pero ya terminó con la filtración y puede charlar. Su periplo comenzó en la pequeña localidad de Oljovatka, en la provincia de Donetsk, en el corazón de esa medialuna controlada por tropas rusas. Dice que en su municipio, todo iba bien allá por el año 2015, pero ahora ya no. Su viaje por la frontera rusa le ha costado 22.000 rublos, unos 215 euros. No viaja solo, lo hace con su mujer, Galina, de 66 años. Ella es más tímida, no quiere fotos, pero finalmente accede con una sonrisa y mucha fatiga a que su marido pose. Los dos se van a reunir en Járkov con su hija.

Proceso de filtración

Quizá tuviera razón Katerina Arisoi al decir que al fin se han enterado en los territorios ocupados de que los que quieran huir pueden hacerlo a través del corredor de Kolotilivka-Pokrovka. Si Anatoli y Galina comenzaron su ruta porque entre los paisanos recibieron la información de que se podía cruzar, algo parecido cuenta Nicolai, de 68 años, natural de Yenakievo, a escasos 20 kilómetros de Oljovatka. “Nos reunimos unos cuantos vecinos”, dice este hombre mientras camina hacia el comedor, “y nos vinimos”. Habla de un viaje muy largo, que le ha dejado “exhausto”. “Llegamos en autobús a la frontera rusa y luego tuvimos que recorrer los dos kilómetros a pie”, prosigue. En su caso, el interrogatorio en el puesto de control de Bélgorod, del lado invasor, fue rápido. Corta la charla porque el hambre aprieta.

En el centro de asistencia de Krasnopillia, el proceso de filtración no parece largo. Puede llevar entre dos y cuatro horas, aunque los hay que dicen que alguno se alargó el día entero. El teniente Danilo ―prefiere reservarse el apellido―, de 23 años, cuenta lo que hacen: “Registramos el día en el que entran, su nombre, apellido, número de pasaporte, de dónde vienen, hacia dónde se dirigen…”. Luego cruzan estos datos con una base de acceso exclusivo para las fuerzas de seguridad. Puede ser que haya algún familiar que les esté buscando y lo sepan a través de este archivo. Al margen del registro, este mecanismo prevé garantizar que el ciudadano que entra desde territorio enemigo no suponga una amenaza para el país. Si así fuera, pasaría ya a ser competencia de una investigación policial.

Con ayuda de Dios

Este militar asegura, eso sí, que si bien el corredor Kolotilivka-Pokrovka, también usado para el intercambio de presos y la entrega de soldados muertos, permite la entrada de ciudadanos ucranios a territorio gobernado por Kiev, hacerlo al revés, es decir, el cruce hacia Rusia, no está permitido. Si es así, alguien se lo tendría que decir entonces a Lidia Litvinenko, de 70 años, por lo siguiente: esta mujer, cristiana practicante y devota ―reitera en varias ocasiones su creencia en Jesucristo y su agradecimiento a Dios por lo que tiene―, reside en la ciudad de Donetsk. “Una ciudad que amo”, relata mientras sorbe un té, “donde no ha habido ni misiles, ni disparos”. Tiene una hija que vive en Kiev desde 2014, además de una nieta que emigró a Francia. Hacia la capital ucrania se dirige ahora Litvinenko por algo tan sencillo como celebrar con la familia su 71 cumpleaños. Luego, reconoce sin pizca de asombro, regresará a su casa.

―¿Volverá a Donetsk, ocupada por los rusos?

―Sí, es mi ciudad y Dios me ayuda.

Quizá Litvinenko necesite algo más que el auxilio divino para ese nuevo viaje.

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Sobre la firma

Óscar Gutiérrez (ENVIADO ESPECIAL)
Periodista de la sección Internacional desde 2011. Está especializado en temas relacionados con terrorismo yihadista y conflicto. Coordina la información sobre el continente africano y tiene siempre un ojo en Oriente Próximo. Es licenciado en Periodismo y máster en Relaciones Internacionales

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