Los misiles de Rusia contra Ucrania tienen piezas occidentales
La mayoría de proyectiles, drones, vehículos y artillería de Moscú depende de componentes electrónicos de empresas extranjeras. La participación de intermediarios y la falta de control de las exportaciones permiten este comercio
Mientras Oleksi Kuzmenko, de 52 años, explica cómo se investiga en la escena del crimen perpetrado por un proyectil ruso, un compañero veterano del laboratorio interrumpe con una pieza en su mano derecha. Quiere mostrar que eso que tiene y que hace un momento trajinaba con sus herramientas, del tamaño de una pelota de tenis, es el carburador de un dron modelo Shahed. Este aparato no tripulado es fabricado en Irán, pero esa pieza, en concreto, es de origen japonés. “Esto lo hemos averiguado hace unas semanas”, señala Kuzmenko. Es uno de los últimos hallazgos que demuestran que las armas que utiliza Rusia para castigar a los ciudadanos ucranios ―misiles de crucero, hipersónicos, drones, lanzaderas, tanques, helicópteros…― tienen componentes fabricados en países occidentales. Esto se debe, sobre todo, a dos cosas: un enrevesado laberinto de intermediarios que permite sortear las sanciones aprobadas en Washington y Bruselas contra este negocio, y un sistema deficiente de control de exportaciones por parte de los aliados de Kiev.
Japón es solo un ejemplo, aunque notable, porque son ya alrededor de 2.000 los drones Shahed lanzados por Moscú contra territorio ucranio, generalmente civil, desde el inicio de la invasión. Un informe reciente elaborado por el centro de análisis Kyiv School of Economics (KSE), en colaboración con el Grupo Yermak-McFaul (La capacidad militar de Rusia y el papel de los componentes importados) asegura: de una muestra de 58 armas, un 67% de los componentes extranjeros hallados habían sido producidos por empresas estadounidenses, un 7%, japonesas, y otro tanto, alemanas. Esto no quiere decir necesariamente, como defiende el KSE, que el fabricante conozca cuál es el uso final de su material. Del origen al destino se pueden haber utilizado decenas de intermediarios hasta el ensamblaje en Rusia.
Kuzmenko trabaja en el Instituto de Investigación Científica Forense de Kiev. Tan solo unos minutos después de que un misil Kinzhal (hipersónico) fuera interceptado en el cielo de la capital ucrania por los sistemas de defensa antiaérea Patriot, el técnico jefe de los laboratorios muestra la cabeza de uno de estos proyectiles, recogida recientemente, situada sobre un césped artificial como parte de un escaparate de los horrores: un Shahed casi intacto, que falló en su objetivo y cayó; los restos de un proyectil de crucero; un Tochka-U como el que reventó la estación de tren de Kramatorsk; los restos de un misil con munición de racimo, e incluso señuelos para confundir a las defensas antiaéreas.
“Esto viene de Italia, esto es chino, esto estadounidense, este microchip ha sido producido en Suiza…”, enumera el experto forense con el controlador de un dron iraní en la mano, sobre una de las mesas del laboratorio en donde despiezan lo rescatado en el lugar de impacto. “Es fácil comprar estos componentes en cualquier sitio y ensamblarlos en Rusia”, señala. Lo que este instituto hace es mandar un equipo a la escena del crimen tras un ataque; recogen las evidencias, se las llevan al laboratorio, las analizan, miran las matrículas, las comparan con otras muestras, las etiquetan y se las envían a la policía, y esta a los tribunales.
China como intermediario
Kuzmenko muestra ahora un misil de crucero Kalibr, uno de los que Rusia lanza desde la Flota del mar Negro. “Todos los componentes electrónicos de este son occidentales”, dice. Estos Kalibr forman parte también de la muestra de equipo militar ruso analizado por el KSE, junto a otros misiles como los KH-59, los Iskander y los KH-101. Según el estudio hecho por este instituto, la inmensa mayoría de componentes fabricados en Occidente hallados son microchips. Las piezas electrónicas (semiconductores, microprocesadores, microtransistores) de estas armas son las que, generalmente, tienen origen en países al oeste de los Cárpatos. Rusia no tiene capacidad para producirlos. “Tenemos que distinguir dos cosas”, señala Olena Bilousova, de 30 años, una de las autoras del informe del KSE, “primero está el país donde tiene sede la empresa fabricante, que puede ser Estados Unidos, y luego el productor final, que puede estar en China, Malasia o Filipinas. El producto no tiene que entrar en EE UU y no está bajo su control de exportaciones”.
El KSE ha seguido el rastro comercial de las piezas de estos 58 equipos militares rusos. En este análisis ha encontrado 1.057 componentes producidos por 155 empresas con sede en 19 países. EE UU se lleva aquí la palma, seguido de los citados Japón y Alemania, a los que se suman Suiza, Taiwán, Países Bajos y China. El gigante asiático, no obstante, destaca como país intermediario, junto a Hong Kong y Turquía, desde donde estos componentes acaban viajando hacia el socio comercial ruso.
Pero la casuística es tan variada como las rutas del comercio internacional. Señala este informe del KSE que también han encontrado muchos componentes electrónicos en misiles balísticos o de crucero que, en primera instancia, tenían como misión nutrir al programa espacial ruso (Roscosmos), es decir, cumplir con un uso no militar. “Roscosmos”, afirma este reporte, “ha sido utilizado por Rusia como un medio para adquirir tecnologías con aplicaciones tanto civiles como militares”. Bilousova apuesta por ser más certeros en la aplicación de las sanciones y rápidos en el control del comercio: “Tenemos que ser capaces de cortar las nuevas rutas para frenar este monstruo”, afirma, “para obligar a Rusia a pensar en nuevas formas de obtener estos componentes, que le salga más caro y tenga menos dinero para la guerra”.
En eso no deja de trabajar el Gobierno de Volodímir Zelenski, en conversaciones regulares con los encargados de la aplicación de sanciones de los países aliados. Vladislav Vlasiuk, de 34 años, es el asesor en esta materia del jefe de la Oficina Presidencial, Andri Yermak. Reconoce Vlasiuk, en un tono no muy optimista, que Rusia aún tiene recursos y materiales para nutrir sus arsenales. Recuerda este abogado nacido en la región de Vinitsia, que la Unión Europea cuenta desde junio con la capacidad de castigar a aquellos países que ayuden a Moscú a saltarse las sanciones, como sería el caso de los intermediarios que venden componentes occidentales. Pero la cosa va lenta. “Quizá”, reflexiona con una sonrisa, “deberíamos hacer públicas esas empresas que fabrican estas piezas”.
Vlasiuk rescata de un informe interno una fotografía de un microchip utilizado por un misil de crucero ruso y fabricado por una conocida empresa estadounidense. Colaborador también del Grupo Yermak-McFaul, que trabaja en la imposición de sanciones por Occidente, Vlasiuk se ha visto con casi todo el mundo para convencerles de que hay que apretar más. Hace unas semanas se reunió con el mediador chino, Li Hui, que negó que Pekín vendiera pieza alguna a la gran fábrica de armamento ruso. Si lo hacían empresas privadas chinas, eso ya era otra cosa, dijo el diplomático enviado por Xi Jinping. “Pese a todo”, concluye el asesor, “sin pensamos en cómo sería todo en un mundo sin sanciones, llegamos a la conclusión de que son efectivas”.
Volvemos al instituto forense con una anécdota que cuenta Kuzmenko: “Al principio, los rusos enviaban los Shahed iraníes con una frase en ruso que ponía ‘no tocar’; trataban de engañar al mundo”. Ahora, advierte este técnico forense, los aparatos no tripulados de este modelo llegan con matrículas rusas, indicativo de que pueden provenir de la nueva factoría de drones levantada por Moscú en la república de Tataristán.
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