Miles de mujeres y niños huyen de la incursión en Yenín: “Estoy acostumbrada, pero no era normal lo que pasaba”
La operación militar concluye horas después de la evacuación masiva de centenares de familias. Han muerto 12 palestinos y un soldado israelí
Kifaj Milhim se levanta ligeramente la túnica para mostrar las sandalias que le ha prestado su cuñada. Estaba descalza ―cuenta― en su casa del campamento de refugiados de Yenín cuando, tras 22 horas de bombardeos aéreos y trasiego de blindados y bulldozers, los soldados israelíes anunciaron en árabe por altavoces que tenían dos horas para abandonarlo. “No quise arriesgarme. Cogí a los niños y salí como estaba. No debió pasar más de un minuto. Con las prisas, ni siquiera cerré la puerta de la casa. Se ha quedado abierta”, cuenta en el Centro Coreano de Yenín, donde decenas de voluntarios entregan este martes comida, bebida, pañales y medicamentos a los miles de habitantes del campo que, como ella, han salido la noche anterior con lo puesto.
“Tiraban granadas de ruido y gases lacrimógenos, pero se veía que los soldados habían abierto una especie de corredor para que saliésemos. Nos dijeron que caminásemos con las manos en alto”, explica. Milhim, de 46 años, que ha venido al centro a por su medicamento contra la diabetes que tampoco pudo coger al salir precipitadamente de su casa, suena entre aliviada y resignada de haber escapado del campo, un espacio de 0,42 kilómetros cuadrados y 18.000 habitantes donde no hay ya agua corriente ni electricidad.
Allí continuaba por segundo día la mayor operación militar israelí en Cisjordania en casi dos décadas, dirigida a “erradicar el terrorismo”, en palabras del primer ministro, Benjamín Netanyahu. Hay 12 muertos palestinos (al menos la mitad milicianos) y uno israelí, un suboficial. Aunque un atentado de Hamás en Tel Aviv con ocho heridos y el lanzamiento de cinco cohetes desde Gaza pusieron de relieve el riesgo de que la violencia se prolongase y expandiera, los escasos enfrentamientos en el campamento con el millar de militares desplegados y algunos movimientos de tropas apuntaban más bien a un final cercano, que el Ejército israelí ha confirmado a primera hora de este miércoles.
“¡¿Cómo no me iba a ir?!”, exclama Mbarah Lahluh, que no recuerda nada similar desde 2002, cuando el Ejército israelí invadió todo Yenín durante 10 días, en la operación Escudo Defensivo, en plena Segunda Intifada. “Tenemos hijos y nietos de los que cuidar, y no hay electricidad ni agua. Queríamos quedarnos para proteger nuestras casas. Soy del campamento, estamos acostumbrados, pero lo que pasaba no era normal”, agrega. A sus 43 años y con tres hijos, asegura que pasó “mucho miedo” al escuchar en “una casa llena de niños”, sin atreverse a asomarse a la ventana, la sucesión de bombardeos ―uno, precisa, justo en un edificio cercano―, explosiones por los artefactos trampa escondidos en las calles y tiroteos de los combates. “Cada vez que oían una explosión, se ponían a gritar”, añade.
Según la Media Luna Roja, unas 3.000 personas han huido del campo desde la noche del lunes. Algunos, por voluntad propia; otros, exhortados por los soldados. El vicegobernador de Yenín, Kamal Abu Arub, cifra en 1.000 los evacuados a edificios vinculados a la Autoridad Palestina. El resto está en casas de familiares o de residentes en el resto de la ciudad que les ofrecen un hueco, explica Ali Abu Yab, el voluntario que coordina el Centro Coreano, dependiente del Ayuntamiento. “Nos han llegado el doble de propuestas de albergar gente del campo que de personas pidiéndolo. Anoche, según iban llegando, muchos ni siquiera entraban al centro, porque directamente los recogía gente que los esperaba a la entrada con el coche aparcado. La mayoría no eran sus familiares”, explica.
Abu Yab calcula que entre 500 y 600 familias se han acercado durante la jornada a aprovisionarse. En el suelo hay pañales, botellas de agua, bolsas con pan de pita y cajas con pepinos y tomates. Dos camiones llegan desde la cercana ciudad de Tubas con más agua, además de leche y patata dulce. Los han donado sus habitantes, en una colecta que se podía ver anoche en las redes sociales.
La Media Luna Roja entrega medicamentos a quienes los piden. “Los que tenemos, claro. Aunque son la mayoría, porque lo más habitual es que necesiten medicamentos para dolencias crónicas que se han dejado allí. Para nosotros es más fácil porque no tenemos que diagnosticar: saben lo que necesitan y cómo se llama”, afirma Yamil Aljamad, médico responsable de distrito en Yenín de la Media Luna Roja.
Drones
De fondo se escucha un zumbido constante ―el de los drones que sobrevuelan― y, esporádicamente, explosiones y disparos. Incluso fuera del campamento, el ambiente es de zona de guerra. Las fuerzas israelíes lanzan gases lacrimógenos en el acceso al hospital estatal, donde esperan ambulancias y familiares, y dormitan algunos jóvenes, lo que obliga a todos a ingresar corriendo al edificio.
Los vehículos militares no solo están en el campamento, que mantienen rodeado y adonde está prohibido el acceso. También atraviesan el resto de la ciudad, que el peligro y la huelga en solidaridad por el ataque han convertido en casi fantasma. Los pocos vehículos civiles que circulan lo hacen sorteando las barricadas y los restos de neumáticos incendiados la noche anterior por jóvenes locales. Apenas se ve a un grupo de jóvenes, todos varones, echar alquitrán en una calle ―para intentar frenar a los blindados que esperan con la caída del sol― y a otro, lanzar piedras contra los blindados. Uno de ellos lleva en la mano un explosivo casero hecho con un extintor.
El Ejército israelí ha informado este martes de que más de 300 palestinos han sido interrogados y 30 de ellos, detenidos, en la operación. Entre los primeros está un hermano de Sabrín Mustafa Abu Yilde, de 19 años y vestida con la misma ropa con la que se instaló en casa de un familiar pocas horas antes. “Unos 20 soldados echaron abajo la puerta de nuestra casa. Cogieron las fotos que tenemos colgadas de [otro] hermano, que se convirtió en mártir [murió en el marco del conflicto] el año pasado, las tiraron al suelo y pisotearon. Luego nos encerraron a las mujeres y los niños en una habitación hasta que se fueron”, relata.
El portavoz militar israelí, Daniel Hagari, que el primer día de la operación ya apuntó a que duraría entre 24 y 48 horas más, ha asegurado este martes que “no hay un solo rincón del campamento de refugiados” al que no haya llegado el Ejército y que solo les quedan 10 “objetivos”. Ha calculado en 300 los hombres armados que permanecen en el lugar y admitido que la mayoría están evitando los enfrentamientos directos, conscientes de la asimetría de fuerzas. A unos 200 metros del campamento, en el hospital, unos jóvenes que aseguran provenir de allí tienen la edad e indumentaria típica de quienes suelen recibir a las tropas israelíes con piedras, cócteles molotov, explosivos trampa y fusiles M-16.
En el resto de Cisjordania, particularmente en los accesos a la ciudad, los puestos de control militares se han multiplicado, con soldados en numerosos cruces en los que no suelen estar apostados. Casi todo el territorio, que Israel ocupa desde su victoria en la Guerra de los Seis Días de 1967, ha hecho huelga en solidaridad con Yenín. Solo parecen abiertas las farmacias y algunas tiendas de alimentación.
En Huwara, una localidad famosa porque el ministro israelí de Finanzas, Bezalel Smotrich, animó a “borrarla” justo después de que colonos judíos radicales matasen allí a un palestino y quemasen decenas de casas y vehículos, un mecánico de coches protesta de manera contraria. Dos soldados que vigilan la carretera justo enfrente le exigen cerrar y, por eso, él insiste en permanecer abierto, con la persiana medio echada para disimular, con poco éxito. Se acercan y le obligan a acatar la orden. “Unos niños nos tiraron piedras”, justifica uno de ellos. “Yo no sé quiénes fueron. ¿Tú sí? Pues hasta que no sepa quiénes han sido, toda Huwara va a sufrir”.
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