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La población escasea en Jersón, una ciudad inundada en un río militarizado: “Quieren que nos larguemos de aquí”

La destrucción de la presa de Nova Kajovka castiga a la población que insiste en vivir a orillas del Dniéper pese a ser frente de guerra entre Ucrania y Rusia

Los servicios de emergencia evacúan a unos ciudadanos, este miércoles en una calle de la ciudad de Jersón. Foto: LIBKOS (AP / LAPRESSE) | Vídeo: EPV
Cristian Segura (enviado especial)

En otra vida, en la anterior a la invasión rusa, la destrucción de la presa de Nova Kajovka, en Ucrania, habría provocado una evacuación masiva de cientos de miles de habitantes. Pero las poblaciones que han quedado inundadas en los 60 kilómetros finales del río Dniéper, antes de desembocar en el mar Negro, hace tiempo que están prácticamente desiertas. Jersón es una ciudad fantasma donde la muerte acecha en cada calle. Ahora, además de los boquetes y las ruinas que ha dejado la artillería, hay barrios sumergidos bajo el agua y vecinos que han perdido lo poco que les quedaba.

El Gobierno ucranio estima que en las dos orillas, a lo largo de 60 kilómetros de río desbordado, más de 40.000 personas viven en zonas inundadas y deben ser trasladadas. En el lado ucranio, Kiev ha informado de la evacuación de casi 2.000 residentes; en las zonas ocupadas por Rusia la cifra se eleva hasta las 4.000, según medios rusos. Estos datos confirman que el Dniéper, en esta zona, está despoblado porque hace meses que es línea de frente.

El soldado allí apostado hace la vista gorda ante los pocos ciudadanos que se acercan a pie del agua en la avenida de Ushakovka, la principal calle de la ciudad. Formalmente está prohibido que estén allí: a poco más 5 kilómetros se encuentran las nuevas posiciones rusas. La gente no se atrevía antes del martes a quedarse allí, quieta y mirando, porque el enemigo estaba por entonces a un kilómetro, a tiro de los francotiradores. El desbordamiento del río, tras el colapso de la presa la madrugada del martes, ha ensanchado su cauce y ha inundado las llanuras aluviales donde se situaba la primera línea de fuego rusa. En la avenida de Ushakovka, el agua había entrado unos 200 metros en la ciudad. En otros barrios, la inundación fue mucho peor.

Los curiosos deambulaban a lo largo de las zonas urbanas inundadas para tomar fotografías, como recuerdo o para enviar a parientes y amigos que abandonaron la ciudad hace tiempo. “La gente está confiada y se acerca porque hoy no nos han disparado con artillería, están demasiado ocupados con lo que ellos mismos han hecho”, decía este miércoles el militar apostado al final de la avenida de Ushakovka. Para las autoridades ucranias, de la Unión Europea y de la OTAN hay pocas dudas de que las tropas rusas destruyeron la presa para frenar un posible asalto anfibio a gran escala de las tropas de Kiev.

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Unos voluntarios ofrecían ayuda a unos vecinos atrapados en un edificio de Jersón, este miércoles.
Unos voluntarios ofrecían ayuda a unos vecinos atrapados en un edificio de Jersón, este miércoles.ABOUTMICHAEL (Getty)

Los cañonazos de la artillería ucrania sí sonaban cada pocos minutos, con obuses situados en la ciudad. Un alto rango del Ejército de Tierra explicó a este diario, en condición de anonimato, que unas de las razones por las que el fuego ruso está castigando tanto Jersón es porque la artillería ucrania se mueve constantemente dentro del término municipal. “La ayuda humanitaria no nos llega porque quieren que nos larguemos de aquí”, aseguraba Vita, una mujer que vive con su hijo discapacitado en segunda línea del río. Para las Fuerzas Armadas de Ucrania —también para los rusos—, la población que insiste en continuar viviendo en la zona cero del conflicto es un problema porque obstaculiza las operaciones militares.

Vita recibió bolsas de pan y fruta de unos voluntarios que repartiría con ocho vecinos más. Porque lo cierto es que en el municipio, entre los pocos vehículos que circulaban el miércoles, muchos eran todoterrenos y furgonetas de organizaciones de ayuda y socorro civil que se desplazaron a la zona tras las inundaciones.

Silencio informativo

Pero no solo la población civil es un engorro para las autoridades militares, también lo son los medios de comunicación. Para la prensa, acceder a las zonas del río inundadas es una odisea. El ejército ucranio ha establecido este año un mapa de zonas en las que los medios, oficialmente, solo pueden trabajar con autorización expresa y acompañados por un representante militar. Una portavoz del Alto Mando justificaba a este diario las restricciones para no acceder a Jersón porque “no se quiere duplicar la población de la ciudad”.

Las autoridades militares no quieren observadores de las operaciones militares en marcha, tampoco quieren que sus soldados sufran riesgos por la presencia de la prensa. La semana pasada causó furor en las redes sociales ucranias un vídeo del Ministerio de Defensa en el que soldados de diferentes unidades reclamaban a la población silencio y no compartir información que pueda perjudicar a la contraofensiva. Desde el Ministerio de Defensa se ha incidido en que tanto los medios como los analistas de la guerra no deben aportar datos que no sean los oficiales.

EL PAÍS intentó acceder a los municipios colindantes a la presa de Nova Kajovka, pero los controles militares lo impidieron, alegando sus oficiales al mando órdenes estrictas de no permitir el paso de la prensa. Esta estrategia militar contrasta con lo que pedía a los periodistas Lena Kotok, una vecina de Jersón: “Por favor, informen al mundo de lo que estamos sufriendo, del mal que comete Rusia”. “Ni los ucranios se creen lo que es vivir aquí”, añadía su hermana Lera. Las dos visitaron la tarde del miércoles el apartamento de la hija de Lera, que huyó de Jersón en la primavera de 2022, cuando las tropas rusas ocuparon la ciudad. El apartamento está en un edificio en el que el agua afectó a la primera planta. Lera lloraba porque sí habían perdido la posesión más preciada para ellas, la dacha, la casa de veraneo que sus abuelos levantaron en una isla cercana al delta del Dniéper.

Más suerte tuvo el piso de la hija de Yuri y Tania, que también huyó de Jersón en 2022, para afincarse en Irlanda. El agua solo rozó la vivienda y se quedó sin electricidad, pero el edificio contiguo, un bloque viejo de dos plantas, se derrumbó por la presión del agua. El matrimonio visita cada pocas horas el apartamento y llaman por videoconferencia a su hija para mostrarle que todo va más o menos bien.

La vida de la familia Perehorihatenko ha dado esta semana un vuelco, otro más. Su domicilio ha quedado bajo el agua y se han trasladado a vivir a la casa de unos parientes. Sasha, su esposa Ana y su hijo Ilia fueron juntos a visitar el taller de pintura y chapado en el que trabaja el padre, también arrasado por el agua. “Mientras los rusos continúen aquí, los problemas seguirán, pero resistiremos, como resistimos la ocupación y ahora los bombardeos”, dice Ana.

A 100 kilómetros de Jersón, siguiendo el río hacia el noreste, Svetlana Denisuk hacía cálculos de cuántos días le podían quedar de agua para sus dos hectáreas de campos de fresones. Su negocio depende del agua que le llega del embalse de Kajovka, pero las autoridades ya le han advertido de que posiblemente en dos semanas no tendrá abastecimiento. “¿Qué hacer? Nada, todo esto morirá, no hay nada que hacer”, se resignaba Denisuk. El desastre económico para el sector agrícola ucranio puede ser colosal, según datos del Ministerio de Política Agraria y Alimentación: se ha quedado sin agua el 94% de la red de irrigación de la provincia de Jersón, el 74% de la de Zaporiyia y el 30% de la de Dnipropetrovsk.

Su vida no empeorará tanto como puede creer un observador externo, dice Denisuk: el año pasado, sus campos fueron campo de batalla y tampoco pudo sacarles partido. Por lo menos están desminados, añade. Prefiere no pensar en el futuro, admite, mientras se empeña en obsequiar a los periodistas con una caja de sus fresones: “Cuenten lo que sucede aquí”.

Un vecino de la localidad de Korsunka (provincia de Jersón) se protegía este miércoles de la subida del nivel del agua.
Un vecino de la localidad de Korsunka (provincia de Jersón) se protegía este miércoles de la subida del nivel del agua.ALEXANDER ERMOCHENKO (REUTERS)

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Sobre la firma

Cristian Segura (enviado especial)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario Avui en Berlín y posteriormente en Pekín. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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