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Lavrov afirma en Brasil que Rusia quiere terminar la guerra de Ucrania “de forma inmediata”

La Casa Blanca afirma que el presidente Lula “repite la propaganda rusa y china” al acusar a Washington y la UE de prolongar el conflicto

Los ministros de Exteriores Lavrov (de Rusia, a la izquierda) y Vieira (de Brasil), durante su comparecencia este lunes en Brasilia. Foto: ASSOCIATED PRESS/LAPRESSE (APN) | Vídeo: Reuters
Naiara Galarraga Gortázar

Brasil ha recibido este lunes con todos los honores al ministro de Exteriores ruso, Serguéi Lavrov, al que Estados Unidos y la Unión Europea sancionaron al día siguiente de que los tanques rusos invadieran Ucrania hace 14 meses. Rusia quiere acabar con la guerra cuanto antes, según ha dicho en Brasilia el veterano jefe de la diplomacia rusa. “Agradecemos a la parte brasileña por su contribución a la solución de este conflicto que necesitamos resolver de forma duradera e inmediata”, ha declarado Lavrov al comparecer junto a su homólogo, Mauro Vieira. Por la tarde, está previsto que Lavrov sea recibido por el presidente, Luiz Inácio Lula da Silva. Desde que llegó al poder, el mandatario impulsa la creación de un grupo de países no alineados que persuadan a los presidentes de Rusia y de Ucrania para sentarse a negociar el fin del conflicto.

La visita oficial de Lavrov a Brasilia, horas después de que los tribunales rusos condenaran a 25 años de cárcel al opositor Vladímir Kara-Murza, es el inicio de una gira que le llevará también a Venezuela, Cuba y Nicaragua.

El presidente brasileño considera que es hora de dejar de vender armas a Ucrania y hablar más de diplomacia y negociación. Por eso, propone crear un grupo de países no alineados, un “G-20 de la paz”, que impulse un final dialogado del conflicto que ha causado cientos de miles de muertos y millones de desplazados: “Es necesario que EE UU y que la UE, empiecen a hablar de paz para que podamos convencer a [Vladímir] Putin y a [Volodímir] Zelenski de que la paz interesa a todo el mundo”. El brasileño ha presentado su iniciativa en reuniones bilaterales o llamadas telefónicas a los líderes de EE UU, China, Francia e incluso Ucrania, entre otros, pero por ahora la reacción, al menos públicamente, ha sido de indiferencia salvo por las palabras de Lavrov.

Sobre la visita de Lavrov sobrevuelan también las sospechas de la Policía Federal de que el Kremlin está utilizando Brasil para construir identidades falsas a sus espías. Al menos tres agentes secretos vinculados al espionaje ruso que usaban pasaportes brasileños han sido detectados en los últimos meses.

El recibimiento dispensado por Lula al canciller ruso tiene todo el potencial de intensificar el enfado de Estados Unidos y la Unión Europea con el mandatario brasileño, que en los últimos días ha acusado a Washington de “incentivar la guerra” y, junto a la Unión Europea, de prolongarla al armar a Kiev.

Estas acusaciones han llevado a la Casa Blanca a acusar este lunes a Lula de “repetir automáticamente la propaganda rusa y china”, en palabras de John Kirby, portavoz del Consejo de Seguridad Nacional.

La UE también ha respondido a Lula, a través de un portavoz, diciendo que que “Rusia, y solo Rusia, es responsable por la agresión ilegítima y provocadora contra Ucrania, así que no hay dudas de quién es el agresor y quién la víctima”. Y ha añadido que la entrega de material bélico a las tropas ucranias “es ayudar a Ucrania a ejercer su derecho a la legítima defensa, porque si no Ucrania se arriesga a ser destruida”

Brasil ha condenado en Naciones Unidas la invasión rusa de Ucrania, pero es contrario a las sanciones y ha rechazado las peticiones que ha recibido para vender a Ucrania munición. El canciller brasileño ha vuelto a criticar ante al ministro ruso las sanciones “unilaterales (contra Rusia), no aprobadas en Naciones Unidas”.

Como la semana pasada durante la visita de Lula a Pekín, esta visita de alto nivel desde Moscú dibuja en el horizonte un intento de cambiar el equilibrio de fuerzas internacional en un momento de hostilidad creciente entre EEUU y China. En esa línea, Lavrov ha recalcado en Brasilia: “Estamos alcanzando un orden mundial más justo, y basado en el derecho, y esto nos da una visión del mundo multipolar”.

La diplomacia brasileña presume de una arraigada tradición de neutralidad. Desde los tiempos de la Guerra Fría, siempre ha evitado alinearse con uno de los grandes bloques. Prefiere mantener relaciones cordiales con cuanto más países mejor. Pero ahora, más allá del empeño de mantener un perfil independiente, algunas declaraciones de Lula sobre la guerra de Ucrania molestan notablemente en Occidente. La dureza con la que se refiere al papel de EE UU, la UE o de Ucrania es percibida desde Occidente como muestra de que su posición está escorada hacia el lado ruso.

Durante la reciente visita oficial a China y a Emiratos Árabes Unidos, además de recalcar la necesidad de conseguir que los presidentes Putin y Zelenski acepten sentarse a negociar, Lula volvió a culpar a ambos bandos por la guerra y, en vísperas de ese viaje, dejó caer que Kiev debería renunciar a recuperar Crimea, ilegalmente anexionada en 2014.

Lula envió hace varias semanas a Moscú a su principal asesor internacional, el diplomático y exministro de Exteriores Celso Amorim, que se reunió con Putin cuando el Tribunal Penal Internacional ya había ordenado su arresto, acusado de deportar ilegalmente niños ucranios.

Además de la guerra de Ucrania, el Gobierno brasileño tiene interés en tratar asuntos comerciales como los fertilizantes, que Brasil importa de Rusia. Garantizar ese suministro es el motivo esgrimido por el anterior presidente, Jair Bolsonaro, en la visita que hizo a Moscú en vísperas de la invasión, que incluyó una reunión con Putin.

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Sobre la firma

Naiara Galarraga Gortázar
Es corresponsal de EL PAÍS en Brasil. Antes fue subjefa de la sección de Internacional, corresponsal de Migraciones, y enviada especial. Trabajó en las redacciones de Madrid, Bilbao y México. En un intervalo de su carrera en el diario, fue corresponsal en Jerusalén para Cuatro/CNN+. Es licenciada y máster en Periodismo (EL PAÍS/UAM).

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