La limitación de aforo en una ceremonia en el Santo Sepulcro profundiza el malestar cristiano hacia las autoridades israelíes
Las restricciones ponen de relieve las tensiones larvadas durante años por profanaciones, ataques a iglesias y compras de inmuebles por colonos radicales
Issam Farran y Naim Jalil llevan cuatro horas frente a una valla, vigilada por policías israelíes, en la calle Barrio Cristiano de la ciudad vieja de Jerusalén, a pocas decenas de metros del Santo Sepulcro, donde la tradición sitúa la crucifixión y resurrección de Jesús y donde este sábado se celebra el Fuego Sagrado, la ceremonia más importante de la Pascua ortodoxa, la rama que profesan la mayoría de cristianos palestinos, como ellos. Farran, de 23 años y con una cruz tatuada en el cuello, ha venido desde Nazaret (la mayor ciudad árabe en Israel) para asistir a la ceremonia, que han llegado a presenciar 10.000 fieles, pero la policía israelí ha limitado este año a 2.200, más otros 1.000 en el exterior, por motivos de seguridad. Jalil ―de 31 años y con velas en la mano― ha tardado cinco horas en llegar desde la ciudad cisjordana de Yenín por la espera en el puesto de control militar. Ha venido, cuenta, con su hijo, porque su mujer no recibió permiso de las autoridades militares israelíes. Son de los escasísimos 4.000 cristianos en la abrumadoramente musulmana Yenín.
La actitud de Farran y Jalil ante la espera difiere de la de las decenas de peregrinos de países como Georgia, Rusia o Rumania, que están a su lado, resignados a ver el breve paso por las calles del Fuego Sagrado, una tradición con más de un milenio de antigüedad que culmina la Pascua Ortodoxa, que se celebra una semana después de la católica. La limitación de aforo y la necesidad de disponer de un permiso para acceder al Santo Sepulcro tocan en ellos una fibra sensible, una mezcla de enfado por la ocupación militar israelí y de sentimiento de agravio particularmente larvado en los últimos años. “¿Qué es eso de que no tenemos permiso para entrar? Es nuestra iglesia, no necesitamos el permiso de nadie. No respetan a nadie que no sea judío. Y nos odian a todos los árabes, sean musulmanes o cristianos, como nosotros. Intentas hablar con los policías ahí enfrente y ni escuchan, son como un muro”, protesta Farran.
La policía, que cortó el acceso al Sepulcro cuando calculó que el aforo estaba completo, impide el paso con vallas, no solo en el interior de la ciudad vieja (donde está el Santo Sepulcro), sino también en los accesos. En algunos puntos, se han registrado tensiones puntuales, como empujones de los agentes o intentos de cruzar las vallas por la fuerza. Hubo algunos episodios de violencia policial, recogidos en vídeos difundidos por las redes sociales. Entrar a la ciudad vieja dependía bastante de las apariencias. A quienes parecían árabes cristianos o judíos camino del Muro de las Lamentaciones, también en la antigua ciudadela, se les abría el paso a la ciudad vieja.
A otros, como a 42 rumanos de un grupo de peregrinaje organizado, les tocaba esperar al sol frente a la Puerta Nueva, la que da acceso al barrio cristiano. “Es poco agradable estar aquí viendo cómo alguna gente entra y otra no. Me conformaría con verlo en un monitor, más cerca. Sé que no es realista aspirar a estar en la tumba de Cristo”, dice uno de ellos, Irinel, de 29 años, en referencia al lugar en el que se produce el milagro que se celebra este sábado: el Espíritu Santo hace brotar una llama con la que se encienden cientos de velas y antorchas que llenan de luz el Santo Sepulcro y luego se traslada a otras iglesias de Tierra Santa y de países con importantes comunidades ortodoxas, como Grecia, Rusia o Serbia. Sam, copto estadounidense-egipcio de 55 años, se mostraba, por el contrario, comprensivo con las limitaciones de aforo, aunque supongan que su primera vez en Tierra Santa “no vaya a ser la última”. “Amo a Jesús y el fuego está a unos pocos escalones. Me vale, mi corazón está completo. Quizás el próximo año logre entrar”.
En medio de las tensiones por la coincidencia del mes sagrado musulmán del Ramadán y las Pascuas judía y cristiana, las iglesias han interpretado la reducción de aforo como una gota más en el vaso de las cortapisas al culto que profesan en torno a un 2% de los palestinos. Israel revocó además el pasado miércoles los permisos a más de 700 cristianos de Gaza para acudir a las celebraciones pascuales.
Las limitaciones de aforo a la ceremonia comenzaron en 2005, pero se han vuelto más estrictas en los últimos dos años, al coincidir dos elementos: el fin de la pandemia y la peor catástrofe civil en Israel. En 2021, 45 personas murieron en una avalancha en la festividad del fuego en el monte Merón en la que participaban unos 100.000 judíos ultraortodoxos, pese a las decenas de advertencias previas a las autoridades sobre el riesgo de que sucediese.
En un comunicado conjunto, los Patriarcados Greco-Ortodoxo y Armenio y la Custodia de Tierra Santa anunciaron su rebelión ante la cuota, animando a participar en la ceremonia “a todo aquel” que lo desee. “Tras numerosos intentos en buena fe, no hemos podido coordinarnos con las autoridades israelíes, por imponer restricciones irrazonables y sin precedentes en el acceso al Santo Sepulcro, más incluso que el año pasado. La policía está poniendo la carga en las iglesias, de forma injusta e inadecuada, de expedir invitaciones, mientras les ata las manos con restricciones irrazonables”, señalaban.
La portavocía de la policía en Jerusalén subrayó que la medida es un “requisito de seguridad” basada en el análisis del arquitecto que representa a las iglesias, Teo Metropoulos. “La policía israelí está obligada a permitir la libertad de culto para todos, pero antes que nada está comprometida con la seguridad de las vidas y la prevención de un desastre masivo”, agregaba. Las iglesias respondieron entonces que Metropoulos no había sido “encargado ni autorizado para producir un informe sobre el tema” y que había estimado previamente aforos “muy distintos”, pero los acabó cambiando “a petición de la policía para que se alineasen con sus restricciones”.
Desconfianza
La disputa revela la creciente desconfianza entre los representantes de los cristianos palestinos y las autoridades israelíes. Y tiene como trasfondo que llueve sobre mojado. Por un lado, están las acciones de Ateret Cohanim, una organización radical centrada en la colonización judía de la ciudad vieja de Jerusalén. En 2005, adquirió dos hoteles en oscuras operaciones (por sumas ridículas y con una sociedad pantalla en un paraíso fiscal) al entonces patriarca greco-ortodoxo Irineo I, hoy degradado a monje. El año pasado, sus miembros irrumpieron sin autorización judicial en parte de uno de los hoteles.
Por otro, están los ataques a cristianos y sus lugares sagrados. La Campaña para la Protección de la Tierra Santa los cifra en al menos 50. Entre los más recientes está la profanación de decenas de tumbas en el cementerio anglicano en el monte Sión —donde se sitúa la última cena con los apóstoles— o el ataque, el pasado febrero, a una estatua de Cristo en una iglesia de la Vía Dolorosa, la que recorrió Jesús con la cruz a cuestas. También han sido hallados grafitis con lemas como “Jesús es basura” o “Muerte a los gentiles [no judíos]”, cruces rotas o catacumbas orinadas. Un vídeo en las redes sociales mostraba esta semana a un grupo de judíos ultraortodoxos escupir al suelo al pasar junto a dos monjas.
Otro elemento sensible es un plan para expandir a buena parte del monte de los Olivos el parque nacional que rodea la antigua ciudadela amurallada. Una veintena de lugares cristianos quedaría incluido o completamente rodeado por el parque, entre ellos el jardín y la iglesia del Getsemaní o la iglesia de María Magdalena, que se encuentra en la parte palestina de la ciudad, ocupada y posteriormente anexionada por Israel. Los lugares quedarían bajo el paraguas de la Autoridad de Parques y Naturaleza de Israel y no podrían ser expropiados, pero las iglesias denuncian que les restaría control sobre sus propiedades. Hay, además, un miedo subyacente: la Autoridad de Parques ya dejó la gestión del grueso de ese parque nacional en manos de Elad, una organización que tiene entre sus objetivos “reforzar la conexión judía a Jerusalén” y que gestiona la Ciudad de David, en el barrio palestino de Silwán, donde se ha ido expandiendo a base de expulsar familias palestinas a partir de presión en los tribunales, compras con hombres de paja y apoyo institucional. “La idea es la transformación del monte de los Olivos de un lugar cristiano, en uno judeo-cristiano […]” Es una declaración: ‘esto es nuestro, vosotros sois invitados”, señalaba en un reciente tour para periodistas Daniel Seidemann, abogado y activista israelí especializado en la geopolítica de Jerusalén y fundador de la ONG Jerusalén Terrestre. Seidemann recuerda que el cementerio judío en la zona quedaría fuera del parque natural y que no hay un cargo gubernamental en Israel, como sí sucedía hace dos décadas, encargado de la interlocución con las iglesias.
Tras las quejas, el plan fue abortado el año pasado por Tamar Zandberg, la entonces ministra de Protección del Medio Ambiente de Israel, del partido de izquierdas Meretz. El temor es que el nuevo Gobierno de Benjamín Netanyahu, que llegó al poder en diciembre de mano de ultraortodoxos y de ultranacionalistas vinculados al movimiento colonizador, lo retome.
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