La posible imputación de Trump revienta el guion de la política estadounidense
El manejo del expresidente del ‘caso Stormy Daniels’ resucita su influencia sobre el Partido Republicano y el discurso público en el país. La decisión sobre su procesamiento se espera la semana próxima
En el tragicómico teatro de las causas pendientes con la justicia de Donald Trump, lo de esta semana parecía un montaje de Esperando a Godot. El posible arresto por un pago en 2016 para que la actriz porno Stormy Daniels callara sobre una relación extramatrimonial que el expresidente niega, no llegó el martes, como amenazó él mismo. Tampoco el miércoles. Ni el jueves. Cada uno de esos días terminó con una versión de la promesa del muchacho sin nombre a los vagabundos de Samuel Beckett: “El señor Godot me manda deciros que no vendrá esta noche, pero que mañana seguramente lo hará”.
El lunes seguramente se reunirá de nuevo en Manhattan el gran jurado que debe decidir si, como quiere el fiscal del distrito Alvin Bragg, elegido para el cargo como demócrata, imputa a un expresidente estadounidense por primera vez en la historia. Eso acarrearía la obligación de presentarse ante el juez, las fotos de frente y de perfil y la lectura de sus derechos, así como escuchar, esposado o no, los cargos de los que se le acusa.
Comprar el silencio de alguien no es un crimen en este país (es más: resulta “muy normal en la América moderna”, según ha dicho el cínico locutor de Fox News Tucker Carlson). Falsificar documentos para disimular un pago a su abogado de entonces, Michael Cohen, que confesó en 2018 que había dado 130.000 dólares a Daniels, es una falta castigada con una pena de hasta un año de cárcel, que pasa a ser un delito grave (felony, en inglés, hasta cuatro años) si queda probado que la operación fue instrumental en la comisión de otro crimen: por ejemplo, el de financiación irregular de una campaña electoral o el de conspiración para influir o impedir una votación.
Mientras los detalles jurídicos se aclaran, Trump ha vuelto a demostrar su inimitable capacidad para cambiar el guion político, judicial y mediático estadounidense, cuando muchos ya habían dado por buenas las noticias de su muerte pública, que, como las de Mark Twain, han resultado ser exageradas.
En ningún espacio se ha hecho esa habilidad más patente que en el Partido Republicano, justo ahora que una parte de la formación acariciaba (otra vez) la idea de pasar página de su liderazgo. Un grupo de congresistas exigió la comparecencia de Bragg en la Cámara de Representantes para que aclarara su “agenda política” (a lo que el fiscal de Manhattan respondió con una severa carta en la que les pedía que no interfirieran en el proceso con su petición “sin precedentes”). Además, el ala más dura hace tiempo que abrazó la acusación sin complejos de que el Gobierno de Biden instrumentaliza el poder judicial en su provecho.
El magnate también ha empujado a sus rivales, como el expresidente Mike Pence, a embarazosas contorsiones para salir en su defensa. Pence asoma como uno de sus contrincantes posibles en la carrera presidencial ya en marcha, aunque el más serio obstáculo en la primera etapa del camino de Trump hacia la Casa Blanca parece ser el gobernador de Florida Ron DeSantis, que aún no ha dado el paso.
Los últimos líos judiciales han obligado a DeSantis, empeñado en Florida en su implacable agenda ultraconservadora, a entrar tras meses de evitarlo en un tímido combate cuerpo a cuerpo con su antiguo promotor. El gobernador defendió al expresidente a principios de semana, pero el miércoles lo criticó en una entrevista con el locutor británico Piers Morgan por su estilo de liderazgo caótico y por su manejo de la pandemia. Vino a decir que los Padres Fundadores, en cuyo espejo acostumbra a mirarse DeSantis, nunca se habrían acostado con una actriz porno, que lo suyo es la gestión “sin dramas” y que “en cierto modo” le gusta el mote que le puso el magnate, DeSanctimonius (mojigato), porque “es largo y tiene muchas vocales” y porque a él le pueden llamar lo que quieran, siempre que lo consideren “un ganador”.
Esas palabras (y las indirectas que cargaban) auparon al gobernador a lo más alto de la lista, junto al propio Bragg, el multimillonario George Soros, Michael Cohen o Biden, de las dianas favoritas de los mensajes con los que el magnate ha inundado estos días su red social, Truth Social. No ha parado en toda la semana, como esos calamares que se defienden soltando tinta. Y DeSantis ha podido comprobar lo que saben bien otros rivales anteriores del expresidente: hay pocos púgiles más difíciles de noquear que Trump.
Recaudación récord
“Las consecuencias que puede tener todo esto en el partido son complicadas de predecir; porque carece de precedentes. Creo que los republicanos apoyarán a Trump en el corto plazo, pero no sé cuánto durará eso”, explicó el viernes en un correo electrónico el analista Matthew Continetti, autor de The Right, esclarecedora historia sobre el movimiento conservador estadounidense. “Pase lo que pase, las encuestas han vuelto a demostrar que sigue siendo el preferido por las bases para la designación presidencial”. Según el promedio que ofrece RealClearPolitics, este aventaja en 15 puntos a DeSantis (44,4% frente a 29,1%).
Trump no solo ha sacado esta semana eso en claro: en los días transcurridos desde que envió de buena mañana un mensaje en el que avanzaba, sin pruebas, que sería arrestado el martes y llamaba a los suyos a “protestar” para “recuperar” la “nación”, ha logrado recaudar “casi dos millones de dólares”, según un correo electrónico enviado este viernes a sus seguidores. Ese mismo día fue un poco más lejos agitando el fantasma de la violencia política, al advertir en su red social del riesgo de “muerte y destrucción” si le llegaran a imputar.
Los círculos políticos de Washington se dividen ahora entre los que opinan que todo esto espoleará sus aspiraciones presidenciales y los que creen lo contrario. “Como surgió de la nada en 2016, aún tememos subestimar su capacidad para levantarse de la lona, pese a todas las elecciones que perdió con contundencia después (dos de medio mandato y unas presidenciales)”, advirtió el jueves el historiador presidencial Russell Riley en una entrevista con EL PAÍS. “Pero creo que no puede ser bueno para un candidato estar envuelto en líos legales, que haya dudas sobre si apoya la violencia o acerca de su comportamiento con una estrella porno a la que luego pagaron para que callara. Trump tiene asegurado el apoyo de un 35% de la población estadounidense; no creo que todas esas cosas les gusten al 15% que necesita convencer para ganar”.
Riley es codirector del centro Miller de historia oral sobre presidentes de la Universidad de Virginia en Charlottesvile, institución que aspira en un futuro a hacer entrevistas sobre la Casa Blanca de Trump como las hizo sobre las de Jimmy Carter, Bill Clinton o los Bush. En la conversación con este diario, señaló que “dentro de todo este lío sin precedentes, hay uno que a la gente se le escapa” y que demuestra que es posible aspirar a la presidencia incluso desde la cárcel. ”Sucedió en 1920, cuando Eugene Debs fue candidato por el Partido Socialista de América mientras cumplía prisión por violar la Ley de Espionaje de 1917 por pronunciar discursos críticos con el papel de Estados Unidos en la I Guerra Mundial)”. Debs solo sacó un millón de votos.
El abogado Kevin O’Brien, que desempeña su labor en Nueva York y trabajó como fiscal federal auxiliar en el Departamento de Justicia en tiempos de Reagan, cree que solo habría “una rendija muy estrecha” por la que la justicia podría colarse en las aspiraciones presidenciales de Trump: “Una de las enmiendas a la Constitución de la época de la Guerra Civil prohíbe ocupar un cargo federal a alguien culpable de insurrección”, explicó esta semana el abogado en una conversación telefónica. “Se diseñó para los rebeldes confederados. La pregunta interesante es si se le podrían aplicar a Trump esa excepción por el ataque al Capitolio”, añadió.
Su responsabilidad en los hechos del 6 de enero de 2021 es otra causa pendiente de una lista que incluye las pesquisas de otro gran jurado, en Atlanta, sobre su supuesto intento de influir en funcionarios republicanos para que revirtieran el resultado de las presidenciales de 2020 en Georgia o la investigación por los centenares de documentos clasificados de sus años en la Casa Blanca que se llevó consigo al dejar el cargo y que encontró el FBI en un registro en su residencia de Mar-a-Lago. Aparte de esos, tiene procesos civiles pendientes por sus negocios en Nueva York.
En el caso Stormy Daniels, su gestión de la crisis se ha mostrado eficaz en descargar una enorme presión sobre Bragg y los 23 miembros del gran jurado de Manhattan, cuyas decisiones y aplazamientos parecen ahora fruto de la pérfida influencia de Trump. “Aventurar que sería arrestado o acusado el martes fue un golpe maestro”, consideró O’Brien. “Como no sucedió, dio la impresión de que el caos se había adueñado del proceso. Cuando sencillamente se había inventado que sería ese día. No estoy seguro de que nada inusual esté sucediendo en ese juzgado. Si eliminas de la ecuación la falsa expectativa, los retrasos forman parte de la vida normal de un gran jurado”.
El abogado no tiene dudas de que la imputación llegará. Su apuesta es que será “la semana próxima”. A la pregunta de si es buena idea que Trump acabe imputado en la más débil de las causas a las que se enfrenta ―como ha señalado la columnista conservadora Peggy Noonan que pasó con Al Capone, al que acabaron trincando por defraudar impuestos― O’Brien contestó: “Hay que tener en cuenta que en nuestro sistema no existe coordinación entre los tribunales, que actúan de manera independiente. Nadie ordena las imputaciones. No solo eso: hasta cierto punto, compiten. Y algunos fiscales se pican para ver quién llega primero. No digo que eso esté sucediendo, sino que pasa. Son funcionarios electos y a veces tienen que impresionar a su electorado. Estoy de acuerdo en que habría sido mejor que todo este asunto se hubiera llevado a cabo a puerta cerrada, no a la vista del público, pero es lo que hay, y ya es demasiado tarde para Bragg, que además se sumó al caso en marcha, cuando llegó al cargo [en 2021]. Creo que no puede echarse atrás”.
Tampoco parece que Trump piense recular. Este sábado tenía previsto ofrecer el primer mitin de su campaña en Waco (Texas), donde estos días conmemoran que hace 30 años el líder de una secta llamado David Koresh se enfrentó durante 51 días al Gobierno en un sangriento asedio retransmitido en directo por televisión a todo el planeta. Será uno de eso mítines que sirven para comprobar que lejos de los tribunales de Manhattan y los despachos de Washington, el expresidente aún cuenta con una base fiel de seguidores que se asemeja bastante a un culto.
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