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Guerra de Rusia en Ucrania
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Estúpidas y criminales bombas

Bombardear erráticamente Ucrania no deja de ser una fácil salida cuando no se sabe qué hacer para obtener alguna victoria

kiev ucrania
Un bombero apaga las llamas de un vehículo alcanzado por fragmentos de un misil, este jueves en Kiev.HANDOUT (AFP)
Lluís Bassets

Un bombardeo de alta intensidad, como el sufrido en las últimas horas en todo el territorio de Ucrania, difícilmente puede ser el primer episodio de una ofensiva generalizada. La guerra aérea que suele preceder a las grandes operaciones se dirige de forma muy precisa a la destrucción de la logística del enemigo, para cortar los suministros, desde munición, gasolina y alimentos, y entorpecer los movimientos de sus fuerzas motorizadas, la llegada de relevos y el traslado de los heridos. Así se prepara el territorio para un avance rápido de los blindados y de la infantería.

No puede ser este el caso de los ataques de este jueves con misiles y drones en toda la geografía ucrania, desde Lviv, Kiev y Odesa hasta Jersón y Járkov, que corresponden al tipo de bombardeo indiscriminado que destruye viviendas, infraestructuras urbanas y quita la vida a civiles fundamentalmente. A tal tipo de destrucción se le suele atribuir el objetivo de buscar la desmoralización de la población, y especialmente de quienes garantizan la vida normal y el funcionamiento de la economía en la retaguardia.

No es seguro que sea este el efecto de la ruina y de la pérdida de vidas humanas lejos de los campos de batalla, como ya pudo deducirse de los bombardeos llamados de saturación sobre las ciudades alemanas por parte de la fuerza aérea británica durante la II Guerra Mundial, o de las campañas aéreas de Estados Unidos sobre Vietnam del Norte entre 1965 y 1968, de las que resultó, por el contrario, una mayor cohesión de la moral de las sociedades atacadas y ningún declive en el apoyo a sus respectivos gobiernos.

No es el único inconveniente de los bombardeos sobre las ciudades. A pesar de sus escasos resultados e incluso de sus efectos contraproducentes sobre las poblaciones, se convierte con frecuencia en el defectuoso paliativo que sustituye a campañas terrestres o a las acciones de comandos especiales con altos riesgos para la tropa. Así ha sucedido en las guerras de Irak, Afganistán y Yemen, o en los asesinatos selectivos de terroristas mediante misiles o drones que crean más enemigos de los que destruyen. No puede ser este el caso de Rusia, donde es muy escasa la apreciación por la vida de sus soldados y enorme el desprecio por la nación ucrania y especialmente por su opinión pública.

Es más probable que se trate de una venganza por las recientes acciones en territorio ruso de grupos favorables a Ucrania, o incluso un fruto de la persistente debilidad estratégica rusa, de sus numerosos fracasos y de la incapacidad para culminar el asalto a la cercada ciudad de Bajmut tras tres meses de ofensiva. Bombardear erráticamente no deja de ser una fácil salida cuando no se sabe qué hacer para obtener alguna victoria. Se explica también por el agotamiento del arsenal ruso de misiles, bombas y drones teledirigidos, como resultado del embargo de la tecnología digital necesaria para tal tipo de armamento.

Más inquietante es la posibilidad de que tales acciones devastadoras respondan a la idea de guerra total, que pretende obtener la rendición bajo la amenaza de aniquilación del país enemigo, su población, sus ciudades e infraestructuras. Las amenazas nucleares proferidas de forma más o menos explícita por Putin van en esta misma dirección en la que la estupidez y la criminalidad van de la mano.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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