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Columna
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Nayib Bukele y la fábula del “hombre fuerte”

La sobreactuación del presidente de El Salvador responde a un cálculo político justo después de que la Fiscalía de Estados Unidos avalara las investigaciones que demuestran una negociación con las pandillas

Francesco Manetto
Salvadoran gang members
Un grupo de pandilleros salvadoreños trasladados al llamado Centro de Confinamiento del Terrorismo, el pasado fin de semana.Presidencia El Salvador (Getty)

“Los hombres fuertes crean buenos tiempos...”. Nayib Bukele se apropió hace días de esta frase, una de las premisas de un silogismo de incierta atribución y más dudosa conclusión: “Los hombres débiles crean tiempos difíciles”. El presidente de El Salvador acumula una avalancha de cuestionamientos por su estrategia de seguridad. Gracias al régimen de excepción decretado hace un año ha logrado acorralar a las principales organizaciones criminales del país centroamericano, la Mara Salvatrucha 13 y el Barrio 18. Pero la embestida contra la delincuencia se ha producido a costa de un intolerable deterioro de los derechos humanos, según las denuncias de varios organismos internacionales, con el Comité contra la Tortura de Naciones Unidas y Human Rights Watich (HRW) a la cabeza.

Abusos, detenciones arbitrarias y episodios de represión. Esa, en definitiva, es la contrapartida de una reducción significativa de los asesinatos tras décadas marcadas por la violencia. La estrategia, a pesar de las críticas, gusta a la mayoría de los salvadoreños, a la luz de las encuestas que otorgan a Bukele elevados índices de popularidad. El mandatario pretende reelegirse en 2024 tras habilitar esa opción a través de un fallo de la Sala de lo Constitucional de la Suprema Corte que él mismo nombró. Por eso el político ha aparcado la serenidad del debate y ha hecho de la llamada “guerra contra las maras” un terreno de batalla electoral.

Así funciona el espejismo del hombre fuerte que ha elegido el presidente de El Salvador. Un factor habitual de esta táctica es el contraataque permanente. Las imágenes que vimos el pasado fin de semana, el traslado de unos 2.000 pandilleros al Centro de Confinamiento del Terrorismo, una megacárcel de reciente construcción, despertaron una profunda indignación, sobre todo a escala internacional. Al mismo tiempo, responden a un cálculo político justo después de que la Fiscalía de Estados Unidos avalara todas las investigaciones periodísticas de El Faro que demuestran que Bukele quiso, en la primera etapa de su mandato, pactar con las pandillas.

Es el mismo cálculo que lleva al mandatario a descalificar cualquier discrepancia u observación hacia su estrategia, comparándolas incluso con una defensa de los criminales sin importar que sea una rotunda falsedad -o conmigo o contra mí, una escapatoria argumental muy socorrida entre caudillos populistas de todos los colores-. Y el mismo cálculo que ha utilizado Bukele para desembarazarse de los contrapoderes institucionales. La política de seguridad es ahora otra arma para disputar el poder. El presidente de Colombia, Gustavo Petro, le recordó, tras llamar “campo de concentración” ese centro de confinamiento para pandilleros, que en Bogotá se logró reducir las tasas de homicidios “no a partir de cárceles, sino de universidades, de colegios, de espacios para el diálogo, de espacios para que la gente pobre dejase de ser pobre”. Bukele, una vez más, despreció esos argumentos.

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Sobre la firma

Francesco Manetto
Es editor de EL PAÍS América. Empezó a trabajar en EL PAÍS en 2006 tras cursar el Máster de Periodismo del diario. En Madrid se ha ocupado principalmente de información política y, como corresponsal en la Región Andina, se ha centrado en el posconflicto colombiano y en la crisis venezolana.

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