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Robin Niblett, exdirector de Chatham House: “La paz en Ucrania no puede ser la paz de los perdedores”

El antiguo responsable del prestigioso centro de análisis de la política exterior de Londres cree que EE UU y Europa mantendran “hasta el final” su apoyo a Kiev

Robin Niblett
El ex director de Chatham House, Robin Niblett, este lunes en LondresRafa De Miguel
Rafa de Miguel

Robin Niblett (61 años) ha estado durante 15 años al frente de una de las instituciones más prestigiosas en el análisis y debate de la Política Exterior: el londinense Real Instituto de Asuntos Internacionales, conocido en todo el mundo como Chatham House. Fue allí donde se estableció, en 1927, la llamada “regla de Chatham House”, que hoy se utiliza, como jerga y como método de trabajo, en todo el mundo. Básicamente, el acuerdo por el que lo expresado entre sus paredes puede ser reproducido, a condición de no revelar la fuente. Un modo de asegurar el debate libre en política, y cierta transparencia.

Niblett ha visitado España para participar en las jornadas que el Aspen Institute España ha dedicado a analizar la situación del mundo en 2023. Antes ha conversado con EL PAÍS en la capital británica.

Pregunta. ¿Qué ha revelado este tira y afloja de Alemania respecto al envío a Ucrania de los tanques Leopard?

Respuesta. Creo que ayuda a revelar o a confirmar algo: que Alemania se encuentra en medio de un viaje político y económico muy complicado. Un viaje cuyo origen era la idea de contemplar a Rusia como un país que necesitaba ser integrado en un “amplio hogar europeo”, en parte para lograr la seguridad estratégica a largo plazo de Alemania, y en parte como consecuencia del remordimiento histórico por todo lo ocurrido durante la II Guerra Mundial. El giro por el que se contempla ahora a Rusia como un enemigo es brutal y abrupto. Se ha visto obligada a romper vínculos económicos construidos sobre la base de ese compromiso de seguridad estratégica a largo plazo. Y por otra parte, Alemania, como Japón, es políticamente más pacifista. Todo esto confirma que el país va a tener que someterse a ajustes políticos muy complicados.

La decisión final de enviar los tanques, en cualquier caso, ata ahora de un modo más estrecho a Alemania con Estados Unidos, Reino Unido y todo el bloque de países de Europa central. Llevará más tiempo recuperar la relación económica y política con Rusia, incluso una vez que Putin haya desaparecido.

P. ¿Mantendrán Estados Unidos y la UE su compromiso con Ucrania?

R. Creo que mantendrán hasta el final su compromiso, pero la naturaleza de ese compromiso irá variando a medida que vaya cambiando la situación militar. Ahora mismo, no hay ninguna señal de que Putin está abierto a algún tipo de negociación aceptable. Creo que ni Washington ni la mayoría de las capitales europeas contemplan en estos momentos la perspectiva de una paz negociada, al menos hasta la primavera, hasta que ambas partes hayan comprobado su resistencia.

Aunque se acepta de modo general que deberá llegarse a una solución negociada, tendrá necesariamente que ser desde una posición de fortaleza. Tanto en Estados Unidos como en el Reino Unido existe la convicción de que Ucrania puede hacerlo aún mejor de lo que lo está haciendo. Después de todo el apoyo, el dinero y el esfuerzo político volcados, no puede ser una paz mala, una paz para perdedores.

P. ¿Se trataba de poner freno a las ambiciones de Putin o de algo más?

R. Putin tenía una visión sobre su propio legado histórico, lograr una Rusia agrandada, que ha sido incapaz de lograr a través del éxito económico o político. Por eso ha intentado alcanzarlo a través del poderío militar. La mayoría de los líderes europeos están de acuerdo en que, si permiten que esto ocurra, se creará un precedente terrible para el futuro de Europa y de su seguridad. Especialmente si uno piensa en países más vulnerables como las repúblicas bálticas o Moldavia. Pero incluso puede contemplarse desde la perspectiva especial de Estados Unidos. Si se permite, no solo queda debilitado su mayor aliado del mundo, que es Europa, sino que queda establecido un precedente en la región del Pacífico y de Asia Oriental: que una potencia nuclear use su poderío para adquirir el territorio que desee.

P. Ha hablado usted de la existencia de un “acuerdo sin límites” entre China y Rusia. ¿Se sostiene hasta la fecha?

R. Por lo que veo hasta ahora, se sostiene completamente. China nunca ha tenido aliados históricamente. No ha sido ese su planteamiento. Primero, porque es demasiado poderosa como para necesitar aliados. Segundo, porque siempre se ha concentrado en su propia dimensión y escala, y en asegurar su territorio. Y tercero, porque el peligro de las alianzas, como sabe bien Estados Unidos, es que te arrastran a guerras que no deseas.

Pero lo que China entiende muy bien es que Estados Unidos ve su ascenso como una amenaza a su propia seguridad estratégica. Y que Washington va siempre a intentar socavarla o contenerla. Por eso necesita tener a Rusia de su lado, no se puede permitir tenerla también en contra. China no va a proveer a Putin con apoyo militar o con apoyo material que provoque nuevas sanciones. Pero lo más importante que está haciendo es defender que la causa aducida por Moscú para iniciar esta guerra -la reacción ante un supuesto avance intrusivo de la OTAN- está justificada. Porque eso es un mensaje al resto de países que no quieren verse envueltos en este conflicto. Les está dando luz verde para seguir comerciando con Moscú, al asegurarles que la guerra tiene una justificación.

P. Centrémonos en el Reino Unido. El Brexit iba a hacer posible el sueño de una “Gran Bretaña Global”, una política exterior nueva e independiente. ¿Qué ha habido de eso?

R. Entre los problemas de la pandemia, y el problema creado por el propio Boris Johnson al cerrar un falso y ridículo acuerdo que dio al traste con la delicada situación constitucional de Irlanda del Norte a cambio de culminar la salida del Reino Unido de la UE, lo cierto es que el Partido Conservador ha tenido muy poco tiempo para desarrollar una política exterior nueva. Se perseguían tres objetivos: una capacidad de actuar con mayor rapidez, y probablemente más alineados con Estados Unidos; alcanzar grandes acuerdos comerciales con las zonas del mundo con mayor crecimiento; y regresar a esa visión nostálgica e imperial del Reino Unido como campeón mundial del libre comercio. Pero Rusia nos ha recordado lo integrados que seguimos estando en Europa, del mismo modo que ha recordado al continente que, por mucho que deseen romper del todo amarras con el Reino Unido, también ellos tienen cierta dependencia.

P. Algunos economistas hablan ya claramente de un nuevo declive del Reino Unido, como los anteriores del fin del Imperio o de los años posteriores a la II Guerra Mundial.

R. Es difícil de precisar. Por una parte, está claro que el Reino Unido tiene algunos defectos domésticos. No hemos sido capaces aún de solucionar cómo se puede ser un país con impuestos relativamente bajos, y a la vez, con un gasto social elevado. Sencillamente, porque es imposible. Tenemos un Servicio Nacional de Salud que es uno de los más generosos e inclusivos del mundo, pero no queremos que la presión fiscal supere el 35% del PIB, mientras en Europa continental llega hasta el 45% y hasta el 52%. Nos hemos quedado atrapados entre la revolución thatcheriana de la desregulación y el deseo de ser una economía social de mercado, como la Europa continental. Por eso, con una guerra como la de Ucrania, y el entorno surgido después de la pandemia, con una subida acelerada de los tipos de interés, ha quedado al descubierto la debilidad económica.

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Sobre la firma

Rafa de Miguel
Es el corresponsal de EL PAÍS para el Reino Unido e Irlanda. Fue el primer corresponsal de CNN+ en EE UU, donde cubrió el 11-S. Ha dirigido los Servicios Informativos de la SER, fue redactor Jefe de España y Director Adjunto de EL PAÍS. Licenciado en Derecho y Máster en Periodismo por la Escuela de EL PAÍS/UNAM.

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