El caos político en el Reino Unido dispara el apoyo a los laboristas, que piden un adelanto electoral
Keir Starmer, líder de la oposición, se presenta ante los británicos como la opción de la estabilidad frente a la debacle conservadora tras la dimisión de Liz Truss
Puede que Keir Starmer no sea el líder laborista más carismático, pero si mañana se celebraran elecciones en el Reino Unido ganaría de calle, según coinciden las encuestas. Con la dimisión de Liz Truss ha llegado su momento y el mérito lo tiene en buena medida el propio Partido Conservador. Su empeño por autodestruirse junto a la habilidad política de Starmer han catapultado a los laboristas, desalojados del poder hace 12 años. Las encuestas son meridianas. Una de YouGov de la semana pasada otorgaba una ventaja de 28 puntos porcentuales a los laboristas frente a los conservadores. Hace un año estaban prácticamente igualados y ahora el partido de Starmer lograría un 51% de los votos de enfrentarse mañana a los tories en las urnas.
Pero las elecciones no se van a celebrar ni mañana ni la semana que viene. De no haber un adelanto, está previsto que se celebren en enero de 2025. Mientras el primer ministro del Reino Unido tenga la mayoría de apoyos en el Parlamento, no hay obligación de convocarlas. Para adelantarlas, los tories tendrían que presentar una moción de confianza y votar en contra de mantenerse, algo que a estas alturas equivaldría a un suicidio político. “Es imposible negar que los conservadores tienen problemas serios y precisamente por ese motivo harán todo lo posible para evitar unas elecciones anticipadas”, indica Vernon Borgdanor, catedrático del King’s College, en el periódico conservador The Daily Telegraph.
Solo si la presión de la oposición y la calle se vuelve insoportable o si las profundas divisiones en el bando conservador acaban por propiciar la implosión, aceptarían pasar a la oposición. En la prensa, las llamadas al adelanto electoral ante el desfile de primeros ministros exculpados de pasar por las urnas son cada vez más sonoras. El Daily Mirror pide este viernes en portada y a toda página: “Elecciones generales ya”. El Financial Times también se decanta por esa opción en un editorial. “La idea de otro primer ministro conservador elegido sin una elección ignora no solo el creciente déficit democrático del Reino Unido, sino también la falta de competencia demostrada por este Gobierno lamentable”.
El jueves, tras conocerse la dimisión de Truss, Starmer pidió elecciones anticipadas. Lo hizo como es él, sin grandes aspavientos y mesurado. “El Partido Conservador ha demostrado que ya no tiene un mandato para gobernar”, dijo. Y añadió: “Son las puertas giratorias del caos”. Por la noche, en televisión, estimó: “Esto no solo es un culebrón en la cúspide del partido tory. Está causando un enorme daño a nuestra economía y a la reputación de nuestro país”. La estrategia de Starmer está funcionando. No hace excesiva leña del árbol caído, sino que deja que los conservadores se autoaniquilen, algo para lo que están demostrando tener una capacidad extraordinaria. Tras años de luchas internas, el laborismo se presenta ahora como el partido de la estabilidad frente a los desvaríos conservadores. O nosotros, o el caos, vino a decir ayer la número dos laborista, Angela Rayner.
Lo cierto es que el terreno está muy abonado para un gobierno laborista. La realidad se ha encargado de demostrar a los conservadores que su agenda ultraliberal de bajada de impuestos y recorte de los servicios públicos es impracticable y descabellada. Frente a la austeridad conservadora, Starmer habla de la redistribución de recursos, de fortalecer la sanidad pública e incluso de crear una agencia pública de la energía. En un contexto de inflación disparada ―por encima del 10%―, y en el que los bancos de alimentos no dan abasto, sus palabras resuenan con especial fuerza entre cierto sector del electorado. Casi ocho millones de personas tienen dificultades para llegar a fin de mes, según un informe publicado este viernes por la FCA, el regulador financiero en la City de Londres. Eso supone un aumento de 2,5 millones de personas respecto a 2020.
Viaje al centro
Los tories, además, han abierto un enorme hueco al vaciar sin miramientos el centro político y escorarse hacia la derecha, sobre todo en el terreno económico. La agenda ultraliberal de Truss y su pareja ideológica, el exministro Kwasi Kwarteng, ha resultado indigerible incluso para muchos votantes conservadores, como muestran los sondeos. Por eso, el viaje al centro de Starmer puede resultar clave en una próxima cita electoral.
En el congreso laborista celebrado hace tres semanas en Liverpool, Starmer, ex fiscal general del Estado, dejó claro que su liderazgo es moderado y se presentó como dirigente del partido de la estabilidad y la responsabilidad presupuestaria frente al descalabro de la economía británica precipitado por los planes fiscales de Truss. Apeló también a un patriotismo progresista e incluso abrió el congreso con el himno nacional, una decisión que desconcertó a no pocos miembros del partido. Starmer hablaba al centro político, también ese electorado de los antiguos bastiones laboristas del norte, que en 2019 se dejaron seducir por Boris Johnson y que ahora se sienten defraudados.
Pero las particularidades del sistema electoral británico y las enormes diferencias regionales suponen un reto añadido. Uno de los grandes escollos será avanzar en Escocia, donde el partido independentista en el Gobierno (SNP) sigue eclipsando a un laborismo que no ha vuelto a ser lo que fue en tierras escocesas. El SNP tiene 48 de los 59 escaños escoceses en Westminster. Los laboristas, uno.
En el frente interno, Keir Starmer ha logrado unificar al partido, que no es poco. La reconciliación ha resultado ser una tarea hercúlea tras el desgarro que produjo el liderazgo de su predecesor, Jeremy Corbyn. El pasado congreso de Liverpool fue una muestra de esa unidad, determinante con vistas a una posible campaña electoral. El carácter templado de Starmer ha contribuido a coser las heridas y a la vez se ha convertido en el envés de las excentricidades y temeridades de Boris Johnson primero y Liz Truss después. El ala populista y más extremista de los conservadores británicos se ha hecho fuerte al calor del Brexit. Frente a ellos, Starmer representa la vuelta a un cierto sentido común y al respeto a las instituciones.
Aun así, por muy favorables que soplen los vientos para el laborismo, quien llegue al gobierno en el Reino Unido tendrá que lidiar con un caramelo muy envenenado. Fue David Cameron, un primer ministro conservador, el que convocó y perdió el referéndum del Brexit en 2016. Desde entonces, sus sucesores han sido incapaces de explicar qué modelo de país aspiran a construir fuera de la Unión Europea. Más allá de la retórica más o menos nacionalista, lo cierto es que han gobernado a golpe de bandazos y ensoñaciones en torno a la imagen de un país autosuficiente, próspero e idílico que no se materializa. Al contrario, los estragos del Brexit sumados a la guerra de Ucrania y la pospandemia han sumido al país en una crisis de suministro, de falta de mano de obra y una subida del coste de la vida imposible de ignorar para el ciudadano de a pie.
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