Antonio Scurati: “Un Gobierno de Meloni puede ser tan dañino para Italia como para Europa”
El escritor italiano, autor de una trilogía sobre Benito Mussolini, advierte de que el populismo de la candidata de la ultraderecha entronca con el del dictador
Antonio Scurati (Nápoles, 53 años) es autor de M, una trilogía de novelas sobre Benito Mussolini y su época que se ha traducido ya a más de 40 idiomas. La tercera parte acaba de publicarse en Italia. En una entrevista realizada en su estudio milanés, Scurati señala que la candidata de la ultraderecha, Giorgia Meloni, entronca directamente con el populismo de Mussolini y teme que si llega al poder sea “tan dañina para Europa como para Italia”.
Pregunta. ¿Cómo se le ocurrió sumergirse durante tanto tiempo en la vida y la época de Benito Mussolini?
Respuesta. Nunca sentí fascinación por Mussolini. Al contrario. De niño soñaba con escribir una novela sobre los partisanos. Pertenezco quizá a la última generación que fue educada en los valores del antifascismo. Ya escribí mi novela sobre los partisanos, El tiempo mejor de nuestra vida. Mientras me documentaba para esa novela me di cuenta de que el antifascismo del siglo XX estaba agotándose. Líderes políticos como Matteo Salvini, de la Liga, empezaban a utilizar frases de Mussolini para ganar consensos, cosa que poco antes habría sido impensable. Pensé que era el momento de escribir una novela sobre Mussolini: hasta entonces existía una especie de prohibición cultural. Me pareció que esa novela podía contribuir a refundar el antifascismo sobre nuevas bases.
P. Mientras el antifascismo perdía fuerza, el neofascismo la ganaba.
R. Hasta hace poco, en Italia, cualquiera que quisiera participar en la vida política, social o cultural debía asumir la condena al fascismo, sobre la que se basa nuestra Constitución. En Italia siempre hubo un partido, a menudo el cuarto en importancia, el Movimiento Social Italiano, claramente neofascista. Pero era marginado por las demás fuerzas. Cuando decayó el “prejuicio antifascista” me pareció que podía ser el momento de pasar cuentas con el fascismo, de superar por fin el pasado. Los italianos, a diferencia de los alemanes, nunca asumieron que habían sido fascistas. La historia de aquellos años se ha contado desde la óptica de los antifascistas, que fueron relativamente muy pocos. No tuvimos que reflexionar sobre el hecho de que la mayoría de los italianos habían sido fascistas, verdugos, no víctimas. Y la poca militancia política que hay ahora en las escuelas es de matriz neofascista. Los jóvenes de CasaPound, por ejemplo.
P. El fascismo reaparece como si fuera novedoso y contestatario.
R. Justo. El primero que tendió puentes hacia ese mundo juvenil del neofascismo militante fue Matteo Salvini, en las elecciones de 2018. Incluyó en sus listas a personas que procedían de ese ambiente. Y quien organizó eso fue su portavoz, Gianluca Savoini, la misma persona que estableció contactos con los emisarios de Vladímir Putin y llegó a acuerdos con ellos. Uno de los puntos de contacto entre la nueva ultraderecha y Putin es la visión de Rusia como defensora de algo que puede definirse como “supremacismo blanco”: el cristianismo, la raza, el rechazo a eso que llaman “la gran sustitución” de los blancos europeos por inmigrantes. La caída del tabú sobre el fascismo no ha comportado una reflexión acerca de aquello, sino una forma de olvido.
P. Silvio Berlusconi, en 1994, ya introdujo a los neofascistas en su Gobierno. ¿No comenzó ahí la “normalización”?
R. Sí, pero la entrada en el Gobierno de la Alianza Nacional de Gianfranco Fini podía interpretarse como un paso hacia la revisión histórica. Fini fue a Israel, se arrodilló, definió el fascismo como “mal absoluto”. El caso es que finalmente fracasó el proyecto de Fini, el de los herederos del fascismo que se alejaban de su propio pasado. Y ahora el neofascismo vuelve en su forma más pura. Fíjese en los símbolos: Meloni ha recuperado la llama tricolor fascista. Y lemas como “Dios, patria, familia”, que viene del siglo XIX, pero fue profusamente usado en la época fascista.
P. Hay diferencias con el fascismo de Mussolini. Ya no hay uniformes, ni militarismo.
R. Hay diferencias muy grandes. La primera, la violencia. En los años setenta del siglo pasado, la violencia era algo esencial en los grupos neofascistas. Ahora la violencia es solamente verbal. Fijar la atención en esos grupúsculos de ultraderecha que siguen usando la violencia resulta engañoso porque son marginales. El corazón del problema está en una continuidad menos evidente, que quizá no entronque tanto con el fascismo como con el populismo soberanista. Mussolini no solo fue el inventor del fascismo. Fue el inventor de lo que hoy llamamos populismo.
P. Hablamos entonces más de populismo que de fascismo clásico.
R. De un populismo que se parece mucho al de Mussolini. El primer principio del populismo es la identificación total del líder con el pueblo. El segundo consiste en que el líder no precede a las masas, sino que va tras ellas. Mussolini carecía de ideas y principios, se limitaba a olfatear el humor popular (que siempre es malo: miedo, resentimiento, etcétera) y lo alimentaba, para luego decir a los atemorizados que no tuvieran miedo, un sentimiento pasivo, sino odio, un sentimiento activo. En tercer lugar, el populista reduce la insoportable complejidad de la vida moderna a un único problema: el enemigo. El enemigo se presenta siempre como un invasor, alguien que debe ser expulsado. Con Mussolini fueron los socialistas (de cuyas filas procedía él mismo), a los que definía como extranjeros, “gente de Moscú, portadores de la peste asiática”. Hoy, ese papel lo asumen los inmigrantes.
P. La sociedad italiana de hace un siglo había sufrido el impacto de la I Guerra Mundial y de la revolución soviética. Pero hoy en Italia se vive bien.
R. Los europeos occidentales somos hoy la gente más privilegiada que ha pisado nunca el planeta. No obstante, nos hemos sumergido en lo que dos psiquiatras franceses definieron, brillantemente, como la época de las pasiones tristes. El miedo, el sentimiento de traición… Es un proceso histórico que coincide con un cierto declive. Y con las migraciones, que generan grandes problemas. Una grave responsabilidad de lo que queda de la izquierda ha sido ignorar el asunto porque es un arma electoral de la derecha. “Los inmigrantes son necesarios”, dicen. Lo son. Pero también crean problemas de seguridad, de presión sobre el Estado del bienestar, de conflicto cultural. Eso deja el campo libre a quien, simplificando brutalmente la realidad, señala a los inmigrantes como el gran problema y, en resumen, como el enemigo.
P. ¿Qué espera del probable Gobierno de Giorgia Meloni?
R. No temo que supriman la democracia. Temo que frenen largos procesos históricos, como el reconocimiento de los derechos de la mujer, y sobre todo temo que impidan la unidad política europea cuando es más necesaria que nunca, tanto para frenar a Putin como para lograr una cierta independencia frente al aliado estadounidense. Un Gobierno de Meloni puede ser tan dañino para Italia como para Europa.
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