Irán y la piel del oso
El régimen de los ayatolás ha demostrado ser un astuto —y a veces tramposo— negociador dispuesto a arriesgar para salvar su imagen, que quiere ser a la vez revolucionaria y de potencia regional imprescindible
La sabiduría popular recomienda no vender la piel del oso antes de cazarlo. Conviene recordarlo ante cualquier trato con Irán. El régimen iraní ha demostrado ser un astuto —y a veces tramposo— negociador dispuesto a arriesgar los logros alcanzados para salvar su imagen, que quiere ser a la vez revolucionaria y de potencia regional imprescindible. Hecha la advertencia, es una buena noticia que la Unión Europea vea “razonable” la respuesta de Teherán a su última proposición para reactivar el acuerdo nuclear de 2015, convertido en agua de borrajas a raíz de su abandono por Estados Unidos tres años más tarde.
A falta de conocerse el contenido de la carta que Irán entregó en la noche del lunes a los mediadores europeos, tampoco hay que olvidar que la valoración última de sus peticiones está en manos de Estados Unidos. Ese mismo día, el ministro de Exteriores iraní, Hossein Amir-Abdollahian, declaró que había tres asuntos pendientes de resolver para poder alcanzar un acuerdo en los próximos días. Con su habitual habilidad retórica iraní, Amir-Abdollahian puso la pelota en el tejado de sus interlocutores (“hemos mostrado suficiente flexibilidad”) a la vez que rebajaba las expectativas con un “no será el fin del mundo si no demuestran cierto grado de adaptabilidad”. En ese caso, dijo: “necesitaremos más esfuerzos y conversaciones”.
Pero el tiempo es clave. Y el ministro lo sabe. En 2020, dos años después de que la Administración Trump abandonara el acuerdo nuclear, Teherán anunció que dejaba de sentirse obligado por los límites “en el número de centrifugadoras” y desde el año pasado enriquece uranio al 60%, un grado de pureza que carece de sentido en un programa atómico civil y se acerca al necesario para el uso militar. Ambos pasos, además de las crecientes trabas al trabajo de los inspectores del Organismo Internacional de la Energía Atómica (OIEA), hacen temer que en poco tiempo más el pacto de 2015 (por el que Irán acepto reducir su programa nuclear a cambio del levantamiento de las sanciones económicas internacionales que lo castigaban) carezca de sentido.
Para volver a respetar aquel compromiso laboriosamente alcanzado en varios años de negociaciones secretas, Teherán ha venido exigiendo que se cierre la investigación del OIEA sobre los rastros de material nuclear no explicados, que Washington saque de su lista de organizaciones terroristas a la Guardia Revolucionaria y garantías de que un futuro presidente no volverá a sacar a EE UU del acuerdo. Desde la Administración Biden, se estima que los dos primeros no tienen nada que ver con el acuerdo (las sanciones a la Guardia Revolucionaria se vincularon a sus operaciones en los países vecinos y el trabajo del OIEA es independiente). Pero respecto al último, la cuestión giraría en cómo compensar a Irán de volver a producirse una espantada estadounidense.
Dada la grave crisis económica desatada por el encarecimiento de la energía, el regreso a los mercados del petróleo iraní es música celestial para Europa y más allá. Teherán, que lleva desde la revolución de 1979 toreando sanciones, lo sabe y trata de explotar a su favor la situación. De ahí, la prudencia ante la venta de la piel del oso. O en lenguaje diplomático, nada estará cerrado hasta que todo esté cerrado.
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