El silencio reina en torno a la casa de Kabul donde murió Al Zawahiri: “Váyanse de aquí y dejen de indagar”
Los talibanes acusan a EE UU de romper el acuerdo de Doha por matar al líder de Al Qaeda mientras que Washington insinúa que es Kabul quien vulnera el pacto al dar cobijo a terroristas
¿Podía el líder de Al Qaeda, uno de los terroristas más buscados del mundo, vivir en pleno centro de Kabul sin el beneplácito de sus aliados del Emirato talibán? La pregunta flota retórica a primera hora de la mañana del martes en Kabul. La tensión se masca alrededor del edificio de Sherpur, un barrio acomodado de la capital afgana, en el que Estados Unidos asegura haber matado el domingo con un dron a Ayman al Zawahiri, sucesor en 2011 de Osama Bin Laden al frente de Al Qaeda. Hombres armados con uniforme militar amenazan a los reporteros que rondan alrededor de la sede del banco Ghazanfer, cerca del lugar de los hechos. Pero no hay un gran despliegue de seguridad. “¡Váyanse ya de aquí y dejen de indagar!”, exige minutos después en una vía aledaña un hombre vestido de civil con un transmisor-receptor, mientras intenta despejar la cancela de metal que da acceso a la parcela en la que supuestamente se levanta la casa atacada.
Este no es un martes cualquiera en Kabul. La muerte del terrorista anda en boca de muchos, pero apenas nadie se atreve a hablar delante de un reportero. Y menos extranjero. A primera hora de la mañana, antes de que los comercios abrieran y de que el tráfico se intensificara, un grupo de hombres se arremolinaba junto a algunos periodistas delante de un complejo de casas rodeadas por un muro. Es el punto bombardeado el domingo, ese lugar en el que, según medios locales, no vivía nadie. Es de lo poco que comenta un joven llamado Noor Ahmad, originario de la provincia de Kandahar, pero que ahora trabaja en Kabul. Otros hombres, como él, salen y entran en el recinto, pero callan. Instantes después, el hombre del transmisor-receptor llega y pone fin al corrillo.
Las autoridades del Emirato Islámico de Afganistán, como los talibanes denominan al país, han condenado el ataque, pero sin citar víctimas —no se menciona la supuesta muerte de Al Zawahiri— ni objetivos concretos. Eso sí, el bombardeo, llevado a cabo con un dron, según Washington, supone una “flagrante violación de los principios internacionales y del acuerdo de Doha”, afirma el portavoz talibán, Zabihullah Mujahid, en un comunicado hecho público en la noche del lunes al martes a través de su cuenta de la red social Twitter. E insiste en ese mismo texto: la acción del domingo confirma la “repetición de la experiencia fallida de los últimos 20 años”, en referencia a la presencia en Afganistán de tropas internacionales encabezadas por Estados Unidos desde 2001 hasta 2021.
El acuerdo al que se refiere Mujahid, firmado en febrero de 2020 en la capital de Qatar entre la Administración que presidía el estadounidense Donald Trump y los talibanes, recoge, entre otros puntos, que Afganistán no va a ser base de terroristas que amenacen a Estados Unidos. Washington da a entender por su parte que son los talibanes los que incumplen ese acuerdo dando cobijo a Al Zawahiri.
Aquella firma de Doha iba a abrir, supuestamente, el camino de la paz con el fin de la presencia de dos décadas de tropas internacionales en Afganistán, un país que sigue sumido en la violencia y el subdesarrollo. Pero todo se precipitó hace ahora un año, cuando ante la pasividad de las tropas locales y en plena desbandada del ejército de Estados Unidos, los talibanes empezaron a ganar poder. Cual fichas de dominó, las 34 provincias afganas fueron cayendo sin demasiados combates y el domingo 15 de agosto de 2021 los rebeldes de las barbas y los kaláshnikov tomaron Kabul e instauraron el actual Emirato.
Varios medios de comunicación afganos habían informado el domingo de explosiones en el barrio de Sherpur. También del movimiento de ambulancias. Circularon imágenes del humo negro sobre el cielo de la capital. Se trataba, dijeron, de un edificio que estaba vacío. Nada extraordinario en una ciudad de unos cuatro millones de habitantes acostumbrada a la violencia de todo tipo desde que hace más de cuatro décadas el país entrara en guerra con la invasión rusa. Pero nadie se imaginaba que el objetivo era, nada más y nada menos, que el jefe de Al Qaeda, el sucesor de Osama Bin Laden, al que Estados Unidos mató en mayo de 2011 en Pakistán. Al Zawahiri, un egipcio acusado de ser uno de los responsables intelectuales de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos, era uno de los terroristas más buscados del mundo. Sobre su cabeza pesaba una recompensa de 25 millones de dólares.
Afganistán sigue soportando la pesada losa del apoyo que los talibanes ofrecieron a Osama Bin Laden, líder de Al Qaeda y principal señalado por los ataques del 11-S. Lo recuerda Washington sin pizca de olvido con la muerte de Al Zawahiri. Sus tropas ya no pisan Afganistán pero, de una u otra forma, siguen en el país. Esa estrecha vigilancia no impide que, al mismo tiempo, con su salida hace un año, dejaran al país casi aislado internacionalmente, anclado todavía en la guerra y la pobreza y bajo una feroz dictadura.
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