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Joe Manchin, el senador demócrata rebelde que resucitó la moribunda agenda de Biden

El cambio de idea a última hora del político centrista abre la puerta un acuerdo sobre energías limpias que da un balón de oxígeno a los suyos a tiempo para las elecciones de noviembre

Joe Manchin
Joe Manchin, el pasado 19 de Julio en Washington, en una audiencia del Congreso sobre energía.AL DRAGO (Bloomberg)
Iker Seisdedos

El Capitolio de Estados Unidos es un auténtico laberinto con 540 habitaciones, así que uno de los cuartos sin ventanas del sótano parece el lugar idóneo para conspirar. En ese escenario empezaron hace algo más de 10 días las negociaciones entre el líder de la mayoría demócrata en el Senado, Chuck Schumer, y el senador rebelde Joe Manchin III, un centrista en el territorio trumpista de Virginia Occidental, donde el expresidente ganó en las últimas elecciones por 70 puntos. Ambos anunciaron el pasado miércoles por sorpresa un acuerdo que despertó a Washington del sofocante duermevela de julio, tras meses de tira y afloja entre el partido y su más conspicuo quintacolumnista. Su intención fue mantener el pacto en secreto durante la negociación. Y lo lograron, precisamente en el Congreso, con sus más de 6.000 periodistas acreditados. También se lo ocultaron a los suyos: “Mierda”, escribió ese día en Twitter la senadora Tina Smith (Minnesota). “[Estoy] Aturdida, aunque en el buen sentido”.

La Ley de Reducción de la Inflación (las palabras más cuidadosamente escogidas de la temporada en Washington) incorpora medidas para bajar el costo de los medicamentos con receta y el precio de los seguros de salud, grava con nuevos impuestos a las grandes empresas y a las mayores fortunas e incentiva la energía verde y la compra de vehículos eléctricos con la promesa de reducir un 40% las emisiones de carbono para 2030. También ha supuesto ―a falta, eso sí, de su sanción por ambas Cámaras, donde aún podría morir― una inesperada infusión de sangre a la agonizante agenda política y económica de Joe Biden, a quien las buenas noticias rehúyen últimamente.

Tuvo otra ese mismo día, con la aprobación de una norma en el Senado para alentar frente a China la producción nacional de microchips, pero, ay, el alivio fue pasajero: el jueves salieron los datos que hablaban de una contracción del PIB por segundo trimestre consecutivo y el debate sobre si eso supone o no la entrada de Estados Unidos en recesión se convirtió, como casi todo últimamente, en otro frente de la guerra cultural.

Chuck Schumer, líder de la mayoría en el Senado, ofrece una conferencia de prensa en el Capitolio, el 28 de Julio.
Chuck Schumer, líder de la mayoría en el Senado, ofrece una conferencia de prensa en el Capitolio, el 28 de Julio.MICHAEL REYNOLDS (EFE)

Biden lleva más de un año tratando de sacar adelante su plan estrella, el Build Back Better, grandilocuente promesa de gasto social (”la más grande desde Lyndon B. Johnson”) e infatigable eslogan (reconstruir mejor) de la campaña que lo llevó a la Casa Blanca. También han pasado casi dos semanas desde que Manchin se negó por última vez a apoyarlo, basándose en sus temores habituales de que dispararía aún más la inflación. Y eso que ya no era ni una sombra de lo que fue: de los 3,5 billones de dólares (3,42 billones de euros) de la versión original (que luego quedaron en 2,2, cantidad que Manchin rechazó en diciembre) ha acabado, con otro nombre, en un gasto de 369.000 millones.

El liberal The New York Times lo ha definido, con todo, como “histórico” y como “el plan más ambicioso nunca emprendido por Estados Unidos para prevenir el trágico calentamiento del planeta”, mientras que el conservador The Wall Street Journal sondeó a varios economistas para concluir que el acuerdo “reduce el déficit federal en alrededor de 300.000 millones durante una década”, pero su “efecto será relativamente pequeño y no se dejará notar hasta dentro de varios años”.

Y la verdad es que la economía estadounidense, una pesadilla para el ciudadano medio en el surtidor de gasolina y en el carro de la compra, no está para grandes esperas. La inflación galopa desde hace meses de un récord al siguiente, hasta marcar en julio un 9,1%, máximo en cuatro décadas. A ese dato se ha agarrado Manchin durante este tiempo para negarse a dar a Biden su voto, crucial en un Senado dividido exactamente por la mitad. La última vez que dijo que preferiría no hacerlo, arguyó que necesitaba ver la cifra de inflación de agosto para convencerse y disponer de argumentos con los que defender el apoyo ante sus votantes.

Aunque el dato de agosto obviamente no ha salido aún, Manchin cedió finalmente a las presiones de Schumer, para quien era crucial que el Congreso no se fuera de vacaciones (el próximo viernes) sin este asunto resuelto. En su decisión no ha influido tanto que el resto de sus compañeros de bancada lleven tiempo atacando públicamente su indecisión, como el consejo de expertos como el economista Lawrence Summers, secretario del Tesoro con Bill Clinton, y algunas concesiones que ha logrado arrancar para Virginia Occidental.

Para Manchin, que fue gobernador antes de resultar elegido por primera vez para la Cámara alta en 2010 en un lugar decididamente republicano, su Estado está siempre entre sus prioridades. Y no solo por razones electorales. Según Open Secrets, organización independiente que sigue el dinero en las relaciones entre los poderes económicos y legislativos, fue el congresista que mayores donaciones recibió en este ciclo electoral de los sectores del gas natural, la minería de carbón, el petróleo, el tabaco y los concesionarios de coches.

Se le supone un patrimonio de ocho millones de dólares que no ha podido amasar con su salario de funcionario público de 184.500 dólares al año, sino, entre otras fuentes de ingresos, gracias al sueldo que recibe de Enersystems, empresa fundada por él y que da trabajo a su hijo; la firma le pagó hasta casi 1,5 millones de dólares en 2020. Virginia Occidental es uno de los territorios más pobres y con peores infraestructuras de la Unión, y depende en buena medida de la industria de los combustibles fósiles, para la que Manchin ha logrado en el acuerdo varias concesiones importantes, entre otras, vía libre para la construcción de una tubería de gas esquisto (el que se obtiene por la técnica del fracking).

Como muchos senadores, lleva a gala, tal vez para congraciarse con sus compatriotas, que no le gusta la vida washingtoniana (“Mi peor día como gobernador fue mejor que mi mejor día como senador”, dijo a la revista GQ en 2018), y pasa su tiempo en la capital federal en un yate bautizado Almost Heaven (casi el cielo, como en el inicio de la oda country a West Virginia de John Denver). Matriculado en Charleston, está atracado en el reluciente muelle de la capital, penúltimo desarrollo urbanístico de la ciudad.

Tan pronto se hizo público el acuerdo, Manchin recurrió para explicarse al lugar en el que más cómodo se halla: Talkline, el programa de la estrella local Hoppy Kercheval en la radio Metro News, “la voz de Virginia Occidental”. Su locutor le preguntó hasta en tres ocasiones qué lo había hecho cambiar de idea, sin conocer aún el último dato de inflación. Manchin, que se conectó desde su refugio en las montañas, donde se recupera del coronavirus (curiosamente, Schumer, como Biden, también lo acaban de pasar), evitó responder, trató de dejar bien claro que lo acordado no es un “Build Back Better disminuido”, sino otra cosa muy distinta, desveló que el presidente quedó fuera de la negociación (”fue cosa de Schumer y mía”) y terminó diciendo que, dados los desencuentros, “era perfectamente posible que no hubiera salido adelante”.

Kyrsten Sinema, senadora demócrata por Arizona, este jueves en el Capitolio, en Washington.
Kyrsten Sinema, senadora demócrata por Arizona, este jueves en el Capitolio, en Washington.MICHAEL REYNOLDS (EFE)

Y ese descarrilamiento aún podría llegar: el pacto se tramitará por la vía rápida de la reconciliación presupuestaria, que se salta la exigencia del filibusterismo, así que no son precisos 60 votos en el Senado. Pero ni siquiera así su aprobación está garantizada. “Necesitaremos mantenernos unidos y trabajar largas jornadas con sus noches durante los próximos 10 días”, ha dicho Schumer a los suyos. “Será difícil”. Los demócratas tienen 50 escaños, la mitad exactamente de la Cámara alta, así que cuando se vote, previsiblemente la semana próxima, no puede faltar ninguno, y eso, en tiempos de la contagiosa subvariante del coronavirus BA.5, que campa a sus anchas por Estados Unidos, no se puede dar por descontado (el último en caer ha sido, este jueves, Richard J. Durbin, de Illinois).

Pero además conviene no olvidarse de otro personaje crucial en esta trama, la senadora de Arizona Kyrsten Sinema, que ha ido y venido con Manchin en su oposición a las medidas estrella de la Administración de Biden. Sinema, que ha cultivado su imagen de política impredecible, lo que le permitió ganar en 2019 para los demócratas un escaño que fue republicano durante los 24 años anteriores, ha declinado pronunciarse públicamente sobre lo que le parece el acuerdo, y sus colaboradores aseguran que aún lo está estudiando.

Los republicanos, por su parte, han aclarado que no apoyarán la iniciativa, y su líder en el Senado, Mitch McConnell, no ha podido disimular su enfado esta semana. En un meme que hizo fortuna poco después de que el Tribunal Supremo derogara a finales de junio la protección federal del aborto, se veía a dos personajes (uno lo representaba a él y otro a Schumer) echar una carrera en una piscina. Mientras Schumer se zambullía en la alberca y cumplía con las normas, McConnell hacía trampas para ganar, corría por el bordillo y se tiraba al agua a tiempo para aparentar una victoria justa. Los comentaristas de Fox News le han dado estos días la vuelta a ese meme, y han lamentado la inesperada sagacidad demostrada por los demócratas al final de este curso político: además de la Ley de la Reducción de la Inflación y la de los microchips, están a punto de aprobar la primera norma importante sobre medicamentos en casi 20 años, así como otra para blindar el matrimonio entre personas del mismo sexo.

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Sobre la firma

Iker Seisdedos
Es corresponsal de EL PAÍS en Washington. Licenciado en Derecho Económico por la Universidad de Deusto y máster de Periodismo UAM / EL PAÍS, trabaja en el diario desde 2004, casi siempre vinculado al área cultural. Tras su paso por las secciones El Viajero, Tentaciones y El País Semanal, ha sido redactor jefe de Domingo, Ideas, Cultura y Babelia.

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