La pugna por el poder se desata en Sri Lanka tras la renuncia del presidente
“Queremos elecciones y que se dé el poder al pueblo”, reclaman los manifestantes
Cuando hay un vacío de poder, nadie sabe exactamente quién manda ni qué es lo que se debe hacer, de modo que se acaban dando situaciones inverosímiles. Tras ser ocupada unas horas por los manifestantes que piden cambios políticos profundos en Sri Lanka y una solución a la aguda crisis económica del país, la oficina del primer ministro, Ranil Wickremesinghe, permanecía este jueves custodiada por medio centenar de militares armados con rifles. En el interior, algunos de los jóvenes líderes de la protesta deambulaban como por su casa y se tomaban fotografías en la mesa noble del mandatario, simulando la firma de algún importante decreto. En la sala anexa, también de estilo colonial, un hombre miraba cómodamente por televisión un episodio de Los Picapiedra, y los folios enganchados por los ocupantes en las escaleras de madera del edificio seguían ahí: “Esto es una propiedad pública, debemos protegerla”.
La incertidumbre se apoderó el jueves de las calles de Sri Lanka a la espera de la renuncia del presidente, Gotabaya Rajapaksa, que finalmente se concretó a última hora de la tarde. Desde Singapur (previo paso por Maldivas), Rajapaksa envió una carta al Parlamento con los pasos que debe seguir para apaciguar el conflicto, pero que no despeja las incógnitas sobre el futuro inmediato de Sri Lanka. Rajapaksa tuvo que abandonar la isla tras el asalto multitudinario, el pasado sábado, al palacio presidencial.
“Gota go home” (Gota, por Gotabaya, vete a casa) se leía el jueves en multitud de mensajes en el paseo marítimo, algunos hechos hasta con culos de botellas de plástico. La huida del presidente había sido una victoria parcial: esperaban su renuncia y también la del primer ministro Ranil Wickremesinghe, a quien consideran cómplice de este y responsables ambos de haber conducido a Sri Lanka a su peor crisis desde la independencia del Reino Unido en 1948.
El presidente y el primer ministro se habían comprometido a renunciar a sus cargos el miércoles 13. Su resistencia hizo que en la calle subieran las pulsaciones. Rajapaksa nombró además presidente de manera interina a Wickremesinghe y este declaró el estado de emergencia. Los manifestantes quisieron emular la gesta del sábado y trataron de ocupar la oficina del primer ministro (lo lograron durante unas horas) y el Parlamento (sin éxito). Los enfrentamientos entre policía y manifestantes frente a la cámara dejaron 45 hospitalizados, según Reuters.
Entre llamadas de los militares a mantener el orden público —los soldados fueron autorizados a usar “la fuerza necesaria” para evitar ataques a la propiedad—, Sri Lanka ha vivido un compás de espera en el que todo podía suceder. La calle está tranquila, o eso parece, sobre todo porque los manifestantes decidieron retirarse de los edificios oficiales ocupados a la espera de que se hiciera efectiva la renuncia del presidente. El toque de queda —decretado para la capital de la medianoche hasta las 5.00— enrarece el ambiente.
El panorama sigue siendo incierto. El Parlamento debe nombrar un nuevo presidente la próxima semana. Pero la pugna por el poder ya está abierta. Los jóvenes —la mayoría, estudiantes, protagonistas de las protestas— creen que es el momento de cambiarlo todo y los políticos tradicionales tratan de usar la fuerza de la calle para ganar posiciones.
“Pedimos que no jueguen con nosotros y que no subestimen el poder de la gente”, explica Chathura Bandara, trabajador de la sanidad pública de 29 años y uno de los portavoces de los manifestantes. La propuesta oficial es nombrar nuevo presidente del país el próximo 20 de julio. Los manifestantes están a la expectativa. “Vamos a mantener nuestras protestas pacíficas. Lo que queremos es que se adelanten las elecciones y que haya un nuevo plan. Hay que darle el poder a la gente. Es la primera vez en Sri Lanka que, sin armas, sin sangre y sin conflictos étnicos, el Gobierno ha cambiado y el presidente ha tenido que irse”, añade desde la oficina del primer ministro Bandara, que tilda a los Rajapaksa, la dinastía familiar del ya expresidente, de “corruptos”.
Aires del 15-M
Junto al jardín del edificio colonial —por donde pasean igual de relajados militares y militantes— hay una gasolinera precintada. La falta de productos básicos (alimentación, medicinas, combustible) y la inflación galopante son las raíces económicas de las protestas. Lo sabe Veenus R., un taxista de 52 años que lo demuestra mientras conduce su tuk-tuk rojo Ferrari rumbo al malecón de Colombo. A la mínima que tiene ocasión, apaga el motor y aprovecha la pendiente para dejarse caer. Hay que ahorrar como sea. “El precio de la gasolina es el triple que hace un tiempo. En el mercado negro la puedes encontrar por el doble”, explica Veenus, que lamenta la situación política del país y pide a los políticos que dejen paso para que otras personas busquen una salida.
En el paseo junto al mar, las tiendas de campaña resisten desde abril en una estampa que recuerda a la del 15-M que vivió España en 2011. En un tramo de unos 500 metros de paseo se han instalado todo tipo de construcciones improvisadas con bidones de agua y comida que se comparte para pasar los días y las noches. El espíritu de los indignados se respira un poco aquí, con mensajes que muestran la lejanía entre los políticos y sus votantes (“no nos representan”). “Hemos cogido lo mejor de las protestas que hemos visto en el mundo, y la del 15-M también nos inspiró”, dice Bandara.
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