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El panadero defensor de los migrantes que quiere ser diputado por la alianza de Mélenchon

Stéphane Ravacley, que hace un año se hizo famoso por protagonizar una huelga de hambre para evitar que su aprendiz guineano fuera expulsado de Francia, concurre este domingo como candidato a la Asamblea Nacional por la coalición de izquierdas NUPES

Elecciones legislativas Francia
El candidato a diputado en Francia Stéphane Ravacley, un panadero de Besançon, se hizo famoso hace un año por una huelga de hambre para lograr papeles para su aprendiz inmigrante, amenazado de expulsión.SEBASTIEN BOZON (AFP)
Marc Bassets

Aún es de noche en Besançon, el candidato Stéphane Ravacley ha dormido poco más de tres horas después de dar un mitin ante centenares de personas y le espera una jornada dura, la última antes de la segunda vuelta de las elecciones legislativas francesas del domingo. Primero, un debate radiofónico con su rival. Después, reparto de folletos por toda su circunscripción de esta ciudad de 115.000 habitantes en el oeste de Francia, cerca de Suiza.

Pero ahora son las 4.45 de la madrugada y el candidato Ravacley practica su oficio de siempre: amasa los bollos y las baguettes y los mete en el horno de su panadería en el casco antiguo de Besançon. Aunque esté concentrado en la tarea, en su cabeza no puede dejar de darle vueltas y vueltas a lo que ha hecho hasta ahora —la fulgurante carrera desde el anonimato en Besançon al estrellato nacional— y a lo que le espera cuando en breve amanezca.

“No dejo de pensar en el debate de la radio”, confiesa en una pausa. “No he tenido mucho tiempo para estudiar”.

La Hûche à Pain, que es el nombre de la panadería, es el cuartel general oficial de la campaña, el lugar donde, como dice él, diseña en su mente la estrategia mientras fabrica el pan. Y es el sitio donde Ravacley forjó una reputación que puede llevarle a la Asamblea Nacional en nombre de la Nueva Unión Popular Ecológica y Social (NUPES), la alianza del populista de izquierdas Jean-Luc Mélenchon.

Fue en esta panadería donde, en enero de 2021, se declaró en huelga de hambre para evitar que el Gobierno francés expulsase a Laye Fodé Traoré, su aprendiz guineano. Traoré había llegado a Francia como inmigrante sin papeles menor de edad después de un periplo por África y el Mediterráneo. A finales de 2010, tras cumplir 18 años, se le notificó que debía abandonar el país.

La huelga de hambre convirtió a Ravacley en una pequeña celebridad. Las autoridades, después de resistirse durante varios días, regularizaron al aprendiz. Ahora trabaja en otra panadería a 90 kilómetros de Besançon, en Dijon, tiene novia y está a punto de obtener un diploma de estudios profesionales.

“Hicieron falta 11 días de huelga de hambre para que la Administración francesa me llamase y me dijese que se ocuparía del chaval”, se queja Ravacley. “Esto me indicó que había un problema”. Y así fue como le picó el gusanillo de la política. El rechazo en el Senado de una ley, que proponía facilitar la regularización de los menores una vez habían cumplido la mayoría de edad, acabó por convencerle para dar el paso.

“Al escuchar todas las mentiras que se dijeron en el Senado sobre el aprendizaje y sobre la inmigración, me dije que tenía que entrar en política”, recuerda “Pensé que, si no entrábamos en las instituciones, no llegaríamos a nada”.

Ahora Ravacley forma parte del puñado de candidatos en las legislativas que no son profesionales de la política y que proceden de oficios que no suelen asociarse con el Gobierno o el Parlamento. Otra candidata, también de la NUPES, es Rachel Keké, limpiadora de habitaciones de hotel. Hace un año, tras 22 meses de huelga y protestas, Keké obtuvo, junto a otras empleadas de un Ibis en las afueras de París, una mejora en las condiciones laborales y los salarios.

“Cuantas más personas haya como la señora Keké en la Asamblea Nacional, o como yo, más se parecerán las leyes a nosotros, porque seremos nosotros quienes las habremos votado”, argumenta Ravacley. “Si tienes un oficio, vives la vida de verdad”.

Ningún obrero

Tras la II Guerra Mundial, uno de cada cinco diputados en Francia eran empleados u obreros; ahora hay un 4,6% de empleados y ningún obrero, según la organización no gubernamental Observatorio de las desigualdades.

No es atípico que haya en el Parlamento representantes de la sociedad civil. Pero sí lo es ver a empleados precarios como Kéké o pequeños empresarios como Ravacley, un panadero que no piensa dejar su oficio en caso de salir elegido.

“He conocido la pobreza y el hambre, he vivido en casas mal calentadas, sé de las dificultades de llevar una empresa”, enumera Ravacley para señalar la experiencia que le distinguiría en la Asamblea Nacional. ¿Y qué pueden aportar, él o Rachel Keké? “Un poco de humanidad, de bondad, de belleza”.

En las anteriores elecciones legislativas, en 2017, los candidatos más visibles de la sociedad civil pertenecían al partido de Emmanuel Macron. Acababa de ser elegido presidente y ofrecía una imagen renovadora y juvenil: una ruptura con la vieja política. Ahora Macron representa al sistema y muchos de sus candidatos son figuras del establishment. Es Mélenchon quien, pese a ser el más veterano de todos los políticos en activo, presenta con la NUPES a los candidatos más visibles de la sociedad civil.

El 12 de junio, en la primera vuelta de las legislativas, Ravacley sacó en su circunscripción de Besançon un 32,5% de votos. El candidato de Ensemble —la coalición macronista— sacó un 31,4%. Ambos se disputarán un escaño este domingo.

Ravacley no pertenece a ningún partido. Pero ha sido simpatizante socialista durante años y, dentro de la coalición NUPES, concurre como ecologista. Hijo de un campesino y huérfano de madre desde los cuatro años, dejó la escuela a los 15 y entró en una panadería como aprendiz. “Mi padre me dijo: ‘Si te dedicas a esto, nunca pasarás hambre”. Fue pastelero en el Ejército francés en Yibuti y regenta La Hûche à Pain desde hace 25 años.

Jueves, 21.00 horas: la sala del pabellón Micropolis en un barrio del extrarradio de Besançon se ha llenado para ver a los candidatos de NUPES en la ciudad. La estrella es Ravacley. “Forma parte del show-business”, sonríe al presentarle el maestro de ceremonias del mitin, un dirigente comunista local. “No, no, no”, responde el panadero con la cabeza.

Al micrófono, Ravacley bromea sobre el calor en la sala —”en mi horno se está más fresco”— y recuerda su huelga de hambre y los motivos para entrar en política.

“Queremos trabajar para vivir y no vivir para trabajar”, proclama, aunque no se lo aplica a sí mismo: sus horarios son estajanovistas. “Soy un maratoniano del trabajo”, justifica. “No me canso”.

“Ravacley es un buen candidato”, juzgaba, antes de comenzar el mitin, una candidata llamada Martine Ludi, que salió derrotada en la primera vuelta el pasado domingo en otro distrito. “Pero me incomoda”, dijo dirigiéndose al periodista, “que usted haya venido aquí solamente porque él hizo la huelga de hambre. Es una pena hablar solo de él”.

La huelga de hambre por su aprendiz guineano no ha sido la única acción solidaria de Ravacley. En marzo, tras el ataque de Rusia a Ucrania, acopió alimentos y ropa y organizó una caravana de 23 camiones de Besançon hasta la frontera ucranio-polaca. Cuando se le pregunta si no le incomoda que, hasta el momento de la invasión, su jefe de filas Mélenchon fuese tan complaciente con el presidente ruso, Vladímir Putin, responde: “Es un miembro de mi familia, y no siempre estoy de acuerdo con él”.

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Sobre la firma

Marc Bassets
Es corresponsal de EL PAÍS en París y antes lo fue en Washington. Se incorporó a este diario en 2014 después de haber trabajado para 'La Vanguardia' en Bruselas, Berlín, Nueva York y Washington. Es autor del libro 'Otoño americano' (editorial Elba, 2017).

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