Destruir documentos y trasladar ordenadores: así es el plan de huida de los alcaldes del frente más activo en la guerra de Ucrania
Los ediles de Severodonetsk, Lisichansk, Kramatorsk y Bajmut detallan a EL PAÍS las estrategias de resistencia y de salida ante la ofensiva en marcha
El alcalde de Kramatorsk toma un folio en blanco y comienza a pintar un mapa de Donbás, la zona del este de Ucrania donde los combates son más duros y sangrientos. Primero pinta un círculo en grande y alrededor del mismo otros cuatro puntos más, formando un semicírculo defensivo alrededor. El círculo grande que está en el centro es su ciudad, Kramatorsk, una localidad antes de la guerra de 250.000 habitantes, y los cuatro puntos que lo rodean son Severodonetsk, la capital administrativa de Lugansk, y las poblaciones de Lisichansk, Bajmut y Sloviansk. Entre sí forman una línea de contención que supone el frente de batalla más activo del país. Prácticamente, todos sus alcaldes han pedido a los últimos pobladores que abandonen sus casas de forma inmediata ante lo que temen el comienzo de una nueva ofensiva rusa. Y tienen diseñado un plan de huida con detalles muy precisos para evitar que la información sensible que almacenan quede en manos de las tropas invasoras.
Separados entre sí por entre 70 y 100 kilómetros, todos los alcaldes de esta región de Ucrania siguen muy de cerca la batalla calle a calle en el simbólico Severodonesk, por lo que pueda pasar con ellos a continuación. Los cuatro entrevistados coinciden en que hay un protocolo que todos deben cumplir en caso de invasión y que consiste en evacuar en tiempo récord al alcalde, llevarse los ordenadores del ayuntamiento, destruir archivos y deshacerse de los documentos que aporten información sensible tanto de la población civil como sobre las posiciones defensivas de la ciudad con el objetivo de que caigan en manos rusas.
Según el alcalde de Kramatorsk, Olexander Goncharenko (58), encargado de defender el punto más grande del improvisado mapa, “si cualquiera de estas ciudades cae, los rusos estarán aquí en unas pocas semanas”, dice a EL PAÍS en su despacho, un lugar decorado con las banderas amarilla y azul de Ucrania y una enorme pecera que parece lo único tranquilo en un contexto de fichas militares de dominó donde la caída de una población puede desencadenar la de otras muchas más.
“Estamos preparados para el peor escenario”, dice Goncharenko. “Ya sabemos cómo funcionan los rusos: primero atacan con misiles, luego la artillería y por último los tanques y la infantería. Ellos destruyen las ciudades por completo porque esa es su estrategia”, continua. En ese caso, añade, “en el ayuntamiento todos sabemos lo que hay que hacer. Hay instrucciones sobre los documentos que hay que llevarse, los ordenadores que podemos dejar y los que hay que trasladar o los registros que es necesario destruir”, explica con el boli y la hoja en la mano. Goncharenko y el resto de ediles de Donbás son una especie de héroes motivacionales que trabajan por convencer a su entorno de que cuentan con todo para resistir mientras tienen guardado en el cajón los planes de huida en caso de llegada del ejército ruso. La importancia de lo que pase en las próximas semanas en esta zona del país radica en que podría suponer la consolidación del poder ruso en el este de Ucrania, lo que permitiría a Putin consumar un mordisco del 20% del territorio ucranio.
A pesar de ser uno de los alcaldes más amenazados, el edil de Lisichansk, Olexandr Zaika (41), no lleva chaleco antibalas porque “atrae a las balas”, dice bromeando durante una entrevista con este periódico en una gasolinera. El problema más grave, señala, es que la ciudad que dirige, con unos 130.000 habitantes antes de la guerra, “recibe ataques aéreos y de misiles a diario y cada vez son más caóticos y no responden a ninguna lógica: hospitales, escuelas, casas… son bombardeadas”, explica. “Lisichansk está destruida al 65% y no hay agua, gas ni electricidad y apenas quedan unas 20.000 personas, pero la vecina ciudad de Popasna, por ejemplo, ya no existe; ha sido aniquilada al 100%”, añade.
Sobre el plan de huida, el alcalde revela: “En Lisichansk ya hemos sacado la mayoría de material sensible del ayuntamiento después del primer mes de la guerra”. Y añade: “Quedan algunas cosas para seguir trabajando pero está todo preparado para que solo se mantenga el personal imprescindible”.
Zaika duerme cada día en un búnker rodeado de militares, pero es uno de los pocos funcionarios públicos que resiste viviendo en la ciudad. “Todos los alcaldes somos objetivo militar para los rusos”, dice en referencia a que son un buen botín para intercambiar después por soldados rusos. “Desde los primeros días de la guerra recibía mensajes anónimos con propuestas para colaborar, y con amenazas, pero ahora ya no funciona. La estrategia rusa suele ser siempre igual: primero intentan comprarte y si no, intentan destruir”, explica.
Sobre las casi 20.000 personas que aún viven en una ciudad a la que le resta muy poco para convertirse en un montón de escombros, Zaika dice que la mayoría de los vecinos son ancianos, enfermos y gente sin dinero para salir. “Algunos también son los que esperan con los brazos abiertos la llegada del mundo ruso”, lo que aquí consideran separatistas pacíficos. A pesar de todo, cree que la ciudad resistirá el ataque masivo que ya ha comenzado: “Lisichanks es una fortaleza que está en una colina y está mejor defendida que Severodonetsk”.
A oídos de todos los alcaldes ha llegado la metodología aplicada en lugares como Jersón o Mariupol cuando las ciudades caen en manos de Rusia. En pocas semanas tratan de borrar cualquier cosa que huela a Ucrania: imponen su alcalde, distribuyen nuevos periódicos, prohíben los medios de comunicación ucranios, aterrizan con nuevos funcionarios, distribuyen pasaportes y obligan a usar el rublo de forma inmediata.
A ninguno se le escapa que hay algunas carreteras como las que unen Kramatorsk con Soledar, Liman o Izum que penden de un hilo y que por el momento están controladas por Ucrania, pero que son bombardeadas cada día y en caso de pasar a manos rusas la situación se complicaría para todos ellos en poco tiempo. Aunque estas vías sirven para reforzar el frente con nuevas armas llegadas de países europeos y una mayor cantidad de soldados, la proporción, según reconoció el presidente Volodímir Zelenski, es de un soldado ucranio por cada 10 rusos. Mientras tanto, la factoría de muerte del frente no perdona y entierra cada día a entre 100 y 200 ucranios, reconoció el mandatario.
Para el vicealcalde de Bajmut, Maksim Sutkovi, en la ciudad que regenta, con unas 100.000 personas antes de la invasión rusa, que incluía a miles de familias de refugiados de la guerra de 2014, ya solo viven menos de 30.000. “Los que se quedaron no tienen donde ir. Su casa y su pequeño terreno son lo único que tienen. La mayoría de gente se fue a Kiev, Zaporiyia o Dnipró”, explica. Sutkovi también tiene un plan de evacuación del personal de Ayuntamiento ante el incremento de ataque a la ciudad, que este viernes recibió cuatro misiles, pero rechaza dar detallas por razones de seguridad. Cuando se le pregunta si se siente un objetivo militar, solo responde vía telefónica: “Solo me siento responsable de las 30.000 personas que aún viven en Bajmut”. “El problema más grave en Donetsk y Lugansk es la falta de gas, pero es imposible reparar los ductos destrozados porque somos atacados por Rusia”, señala. Ciudades como la suya fueron recientemente visitadas por Zelenski durante una visita sorpresa, “que fue muy importante para los soldados y para reafirmar la idea de que Donbás es una parte integral de Ucrania”, dice contundente.
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