“Tres hurras por la reina”: el Reino Unido descubre que el mundo sigue prestándole atención
Los cuatro días de celebraciones del Jubileo de Platino, como los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, recuerdan a los británicos que todavía retienen un “poder suave” con su cultura y sus tradiciones
Uno de los puntos más atractivos de un Londres que no se cansa de reinventarse a sí mismo es Battersea Power Station. La descomunal central eléctrica a orillas del Támesis —con sus seis millones de ladrillos rojos, sus cuatro chimeneas y su futurista estilo art déco— llegó a ser la portada del disco Animals del grupo Pink Floyd, en 1976, además de generar durante muchos años la quinta parte de la energía para abastecer la metrópoli. Después de una década de abandono, hoy es un complejo de comercios y viviendas de lujo que ha generado a su alrededor un nuevo barrio cosmopolita y emprendedor. A los pies de la central, centenares de personas bebían, comían y bailaban este fin de semana en las celebraciones del Jubileo de Platino de Isabel II. Tan solo un lugar más de los miles que, por todo el país, han convertido en una fiesta callejera el largo puente de cuatro días para celebrar los 70 años de reinado.
Isabel II también estuvo allí. Dos enormes pantallas recordaban, con un antiguo fragmento de una película en blanco y negro, la visita de la entonces princesa, con su abuela la reina María, a la sala de control del edificio, en 1946. De repente, Paul, John, George y Ringo —o, al menos, los dobles de los integrantes de los Beatles— aparecieron en el escenario preparado ante la fachada de la central con las correspondientes pelucas de la primera época de la banda. Durante toda su actuación —con canciones como Help!, Twist and Shout, Get Back, Hey Jude...— la bandera del Reino Unido, la Union Jack, permanecía fija en las dos pantallas. Y los presentes, muchos de ellos españoles, italianos, franceses o de Oriente Próximo, cantaban a grito pelado, con su mejor o peor inglés, unas canciones que conocían de memoria. “¡Tres hurras por la reina!”, pedía el doble de Paul McCartney a un público completamente entregado a la causa.
El poder de la Commonwealth
“Los más cínicos podrán decir que hemos perdido nuestra influencia, que todo el poder que teníamos al principio del reinado de Isabel II ha desaparecido, y ahora habitamos en la periferia de Europa”, explicaba en la BBC el historiador y experto en la familia real británica Robert Lacey. “Pero a través de ese instrumento llamado la Commonwealth [Comunidad de Naciones], que ha sido la gran obra de la reina durante estos 70 años, 45 naciones se han independizado bajo su enorme influencia. Eso nos ha dado un enorme poder suave que nunca habríamos tenido”, señalaba el académico.
Fue el profesor estadounidense Joseph Nye quien introdujo por primera vez ese concepto, el del “poder suave” (soft power), para definir la capacidad de algunas naciones de influir en la esfera internacional a través de la seducción de su cultura (también de su cultura popular) y del prestigio de sus instituciones políticas. En momentos de bajón, los habitantes del Reino Unido necesitan recordarse a sí mismos y al mundo que siempre permanecerán los Beatles, los Rolling Stones, The Police, The Cure o las Spice Girls; que James Bond, el agente 007, es tan británico como los deportivos Aston Martin que destroza en cada una de sus películas; que el Servicio Nacional de Salud (NHS, en sus siglas en inglés) es un orgullo nacional surgido de la reconstrucción posterior a la II Guerra Mundial e imitado en todo el mundo; o que su reina, Isabel II, es una de las figuras más respetadas y admiradas en decenas de países, junto con Winston Churchill.
Como en la ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de Londres de 2012, o en el desfile que recorrerá este domingo la capital británica, con espectáculos y representaciones para conmemorar los principales hitos de 70 años de reinado, el Reino Unido se inyecta una dosis de patriotismo amable y comprueba cómo el mundo sigue prestando atención a lo que ocurre en esa isla tan excéntrica, tan admirada o tan detestada, pero que nunca deja de generar interés. Ya sea por el Brexit, por Boris Johnson, por las alegrías, desventuras y enredos de su amplia familia real o por su contribución a la cultura.
Las calles de Londres siguen siendo el escenario más codiciado para las nuevas películas, The Crown permanece como uno de los éxitos más internacionales de la plataforma Netflix, y la trama de Downton Abbey, donde las clases sociales se detestan o admiran sin cuestionar su posición, sigue fascinando del mismo modo en que lo hizo en los años ochenta el Retorno a Brideshead con Jeremy Irons.
Isabel II forma parte fundamental de una iconografía británica que no presta alegremente su amparo. Que se lo digan a Boris Johnson, abucheado este viernes —él, y su esposa Carrie Symonds— cuando acudía al servicio religioso en homenaje a la reina en la Catedral de San Pablo. Johnson es solo uno más de los 14 primeros ministros con los que ha convivido la monarca. Y es posible que a él también lo vea pasar. “Toda carrera política conduce inevitablemente al fracaso”. Fue la célebre máxima de un político tan infame por su racismo como popular por su oratoria como fue Enoch Powell.
Del mismo modo que ha despachado políticos, Isabel II también ha logrado seducir a los más reacios a rendirle pleitesía. Es muy probable que el sentimiento republicano en el Reino Unido, reducido a un tímido 18%, resucite cuando ella ya no esté y reine su hijo Carlos de Inglaterra. Pero durante este Jubileo de Platino apenas se ha dejado oír. “Cada generación de activistas de izquierda ha tenido que aprender a la fuerza la lección de que, al denigrar los símbolos patrióticos, se infligían a sí mismos una derrota. Una derrota equivalente a rendirse en la batalla por contar la historia, cediendo de ese modo el control a los nacionalistas”, ha escrito estos días Rafael Behr, analista político de The Guardian. Isabel II se ha convertido ya, a sus 96 años, en patrimonio de todos los británicos, después de comprobar que gustar al resto del mundo es el primer paso para volver a gustarse a sí mismos.
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