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A contracorriente, algunos ucranios vuelven a sus casas bajo dominio ruso

Ciudadanos resignados del país invadido deciden retornar a sus hogares en el sur del territorio, convencidos de que la guerra de Putin va a alargarse

Varios vehículos, algunos con lazos blancos, antes de cruzar hacia la zona de control de las tropas rusas, el jueves en Novooleksandrivka, en el este de Ucrania. Foto: ALBERT GARCIA (EL PAÍS) | Vídeo: EPV
María R. Sahuquillo
Zaporiyia (Ucrania) -

En una agujereada carretera que se dirige al sur de Ucrania, a pocos kilómetros del frente de la guerra y a través de los verdes campos de Zaporiyia, una procesión de coches parece ir a contracorriente. Están llenos hasta los topes de bolsas de plástico, maletas, mantas. Y de personas apretujadas. Son personas que huyeron de la ofensiva rusa en un punto de la guerra y que vuelven a casa. Regresan a sus ciudades y pueblos, ahora bajo control del Kremlin, mientras muchos hacen el camino inverso, de huida.

En el asiento de atrás de un viejo Renault gris oscuro, viajan Raisa y su esposo, Anatoli. Con la mirada tristísima, el octogenario cuenta que ambos trabajaron casi toda su vida en una fábrica del sur de Ucrania. Todo lo que tienen está en una localidad cercana a la portuaria Berdiansk, ocupada por las fuerzas de Vladímir Putin. Anatoli llora en silencio. Al principio de la invasión rusa, se marcharon deprisa y corriendo al apartamento de una prima, en el centro del país. Desde entonces, se sienten desubicados. Solo quieren llegar a su casa. A su cocina. A su cama. Esperan que todo esté tal cual lo dejaron. No saben cómo será la vida bajo mando de las fuerzas del Kremlin, pero están cansados. Resignados.

La guerra lanzada por Putin hace ya nueve semanas parece encallada. Moscú está consolidando el control de las áreas ocupadas del sur —como el pueblo de Raisa y Anatoli— y busca integrar los territorios de alguna forma en el sistema ruso. Ha nombrado administradores y autoridades títere. Y está tratando de implantar allí los planes de estudio rusos, la burocracia y la moneda.

Todo esto ocurre mientras trata de reforzar su ofensiva en la región de Donbás, donde el Kremlin se enfrenta a las tropas ucranias, bien posicionadas, cada vez mejor equipadas y entrenadas. Tras el fracaso de la ofensiva sobre Kiev y con avances más lentos y menores de los esperados en esta segunda fase de la batalla para conquistar el este de Ucrania, los analistas temen un encarnizamiento sobre los territorios bajo el fuego. Moscú ha movilizado a más soldados, según los informes del Ministerio de Defensa del Reino Unido; tropas que se desplazan al frente desde puntos tan dispares como el Lejano Oriente ruso.

Las conversaciones de paz están estancadas, con el Kremlin sin apearse de su objetivo de socavar la soberanía de Ucrania. La guerra ha entrado en un nuevo capítulo: el del desgaste. Rusia ha intensificado los ataques a las líneas de transporte del país atacado, las vías de suministro y depósitos de combustibles, lo que ha derivado en la escasez de gasolina y enormes colas en todo el país.

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Sin un final de la contienda a la vista, Liudmila ha decidido empacar de nuevo los bártulos y volver a Novodanylivka, una pequeña localidad cercana a Melitopol, bajo mando de Moscú desde los primeros días de la invasión, cuando las tropas enviadas por el Kremlin utilizaron como lanzadera militar la península ucrania de Crimea —anexionada ilegalmente en 2014— y avanzaron por el flanco sur. Confiesa que pensó que la ofensiva rusa duraría apenas unos días y que después, las tropas de Moscú se retirarían de la zona. Pero no ha sido así.

Liudmila está preocupada por el dinero, pero sobre todo por su madre, enferma. Dice que no tiene más opción que volver. “En la zona faltan medicinas o son carísimas. Hace 10 días, además, mi madre tuvo un infarto y no hay nadie más para atenderla. Cumple esta semana 81 años”, explica. Espera llegar a tiempo para pasar el aniversario con ella. No sabe cuánto le llevará el viaje, que antes de la guerra habría hecho en unas cuatro horas. Para cruzar al territorio controlado por el Kremlin, a bordo de un coche que comparte con otros retornados y conduce un voluntario —que espera traer de regreso a la región de Zaporiyia a personas evacuadas—, tiene que pasar por un buen número de puntos de control. Primero, ucranios; y después, rusos.

Un lazo blanco, en uno de los vehículos que el jueves estaba en la cola para cruzar a territorio ocupado por las fuerzas del Kremlin.
Un lazo blanco, en uno de los vehículos que el jueves estaba en la cola para cruzar a territorio ocupado por las fuerzas del Kremlin.Albert Garcia

Liudmila reconoce que tiene miedo. Como Anatoli y Raisa, no quieren dar su apellido. Teme críticas por la decisión de volver. Además, ha escuchado demasiadas cosas sobre la vida en las zonas ocupadas por los soldados rusos, y no quiere represalias. Organizaciones de derechos civiles y la defensora del pueblo de Ucrania informan de arrestos a funcionarios, activistas y periodistas, de secuestros de alcaldes y otros cargos electos de las zonas bajo ocupación, que son sustituidos por mandos afines al Kremlin. Hay informes de detenciones aleatorias y torturas.

Cierres de medios y difusión de canales rusos

En gran parte del sur de la Ucrania ocupada, las autoridades colaboracionistas han cerrado los medios de comunicación independientes, han promocionado la difusión de los canales estatales rusos, la mayoría transmitiendo desde Crimea, y están torpedeando los sistemas de telecomunicaciones. El fin de semana, los mandos rusos cortaron el servicio de telefonía móvil e internet de gran parte de la región meridional ocupada. Se trata de una maniobra, dijo el Gobierno ucranio, para evitar el acceso de “información veraz sobre el transcurso de la guerra”.

El Gobierno de Volodímir Zelenski lleva semanas advirtiendo de que el Kremlin está preparando un pseudorreferéndum para declarar la “república popular” de Jersón, la única capital regional que tiene bajo su mando; siguiendo la receta aplicada en Crimea y en las provincias de Donetsk y Lugansk en 2014, que ha servido al Kremlin para alimentar su retórica sobre la “defensa” de esos territorios como justificación para la guerra.

Las protestas contra la invasión se van apagando en las zonas ocupadas, aunque si se rasca en la superficie, la angustia y la ira están “en el estómago de muchos”, explica Andréi. Puede jurar en ucranio, ruso, rumano e italiano. “Habilidad”, dice con una pequeña sonrisa, que conserva de su época como transportista por toda Europa. Ha salido de la zona ocupada para comprar. “Allí todo es como mínimo el doble de caro y empieza a haber escasez”, asegura. La grivna ucrania sigue siendo la moneda de curso legal, explica, pero la “administración civil-militar” rusa que encabeza su ciudad ya ha anunciado que pronto se empezará a utilizar el rublo ruso.

Andréi ha llenado su coche hasta los topes de productos de todo tipo. Tiene varios encargos de sus vecinos, pero también quiere vender algunas cosas. Es la primera vez que lo intenta y no sabe si conseguirá pasar con todo. Dice que por ahora se quedará en casa porque no ve claro a qué otro lugar ir. Sin embargo, está preocupado. Tiene 58 años y teme las informaciones que circulan sobre los reclutamientos forzosos de hombres de hasta 65 años, como se hizo en las provincias de Donetsk y Lugansk, parte de las cuales Moscú controla a través de los separatistas prorrusos desde hace ocho años.

Si eso sucede, hará a toda prisa el viaje contrario, afirma. El mismo que han hecho los cientos de personas que en precarios vehículos y autobuses siguen llegando a la Zaporiyia desde el flanco sur. Este domingo, según Zelenski y Naciones Unidas, tras semanas de intentos, un centenar de personas ha logrado salir hacia esa ciudad industrial desde la acería Azovstal, en la devastada Mariupol, el último reducto de resistencia ucrania en la localidad portuaria del mar de Azov.

En la carretera llena de baches que conecta Zaporiyia con el sur ocupado, entre los puntos de guardia militares, se encuentran costado a costado ambas procesiones de vehículos. Los que huyen y los que retornan. Irina salió con tres de sus hijos de la localidad de Energodar cuando las fuerzas rusas tomaron la central nuclear cercana. La mayor, de 14 años, se quedó con los abuelos. Ahora, va camino de la ciudad tomada por las fuerzas rusas para recogerles. Ha alquilado un apartamento en el centro del país y cree que encontrará también un trabajo. “Todo es temporal”, dice convencida, “sé que tarde o temprano volveremos a casa para quedarnos”.

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Sobre la firma

María R. Sahuquillo
Es jefa de la delegación de Bruselas. Antes, en Moscú, desde donde se ocupó de Rusia, Ucrania, Bielorrusia y el resto del espacio post-soviético. Sigue pendiente de la guerra en Ucrania, que ha cubierto desde el inicio. Ha desarrollado casi toda su carrera en EL PAÍS. Además de temas internacionales está especializada en igualdad y sanidad.

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