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Los últimos españoles de Dnipró

La mayoría de los descendientes de los exiliados republicanos que quedaban en Ucrania han huido de la invasión rusa

Españoles en Ucrania
Mercedes Sánchez, la semana pasada en el refugio de su casa, una pequeña bodega de dos metros cuadrados donde espera mientras escucha las constantes alertas de ataque aéreo que suenan en Dnipró.Albert Garcia (EL PAÍS)
Cristian Segura (ENVIADO ESPECIAL)

Su nombre es Mercedes Sánchez Pavlova, tiene la nacionalidad española pero solo habla unas pocas palabras de castellano. Nació hace 51 años en Dnipró, la cuarta mayor ciudad de Ucrania, y es nieta de republicanos. Su abuela, Concepción Sala Soler, originaria de Barcelona, fue quien eligió su nombre. Toda la familia Sánchez de Dnipró reside actualmente en Valencia, menos Mercedes. Se ha quedado porque ama su ciudad y porque su trabajo como médico, explica, es esencial para hacer frente a la invasión rusa.

Sánchez cree que en Dnipró quedan tres o cuatro descendientes de los españoles que la Guerra Civil llevó a Ucrania cuando era parte de la Unión Soviética. Antes eran muchos, afirma, unas 30 o 40 familias. Lo sabe porque de pequeña celebraban reuniones para mantener el alma de la tierra de origen de los abuelos. A partir de la década de los setenta, cuando el bloque del Este comunista y la España franquista relajaron las restricciones para viajar, empezó un lento retorno a la madre patria. “La mayoría se fue tras la desintegración de la Unión Soviética”, afirma Sánchez: su hermano fue el primero de la familia, en 1998, y su madre, la siguiente, en 2000. También está en España su hija y el último en marcharse fue su hijo de 12 años, evacuado en marzo mientras Rusia bombardeaba Ucrania.

Su abuela, Concepción Sala, conoció a Pedro Sánchez Quintero en 1941 en Rostov, la actual Rusia, a 100 kilómetros de la frontera oriental con Ucrania. Ella tenía 20 años y él, 23. Eran miembros del Partido Comunista de España. Concepción se trasladó a la Unión Soviética tras la caída de la República en España; Pedro era militar, nacido en Don Benito (Extremadura) y había llegado a Rusia en 1938; formaba parte de la segunda promoción de pilotos de caza españoles que tenían que ser formados por los soviéticos. El final de la Guerra Civil lo sorprendió allí y ya no pudo volver a España. Según escribió el historiador Andrey Yelpatievski en su estudio La emigración rusa en la URSS, unos 300 cadetes de vuelo españoles no pudieron retornar al país. Alicia Alted, profesora de Historia Contemporánea de la UNED, establece el número en 200.

Mercedes Sánchez conserva en un álbum unas pocas fotos de sus abuelos. La mayoría de las fotografías y recuerdos se los llevó su madre a Valencia. Por ser hija de españoles, la madre recibió la nacionalidad; buena parte de los nietos de republicanos exiliados, como el caso de Mercedes, pudieron recibir la ciudadanía española a partir de la Ley de Memoria Histórica de 2007. Mercedes recuerda que para su abuelo Pedro fue una gran ilusión ser reconocido en 1985 por el Gobierno de Felipe González como militar retirado con el rango de comandante. A partir de aquel momento recibió una pensión del Estado.

Los abuelos de Mercedes están enterrados en Dnipró. Concepción falleció en 1989 y Pedro, en 2000. Ella reside en una casa unifamiliar, muy cerca del que fue el hogar de sus abuelos, en la periferia de esta ciudad de casi un millón de habitantes. Es el barrio de la fábrica metalúrgica en la que Pedro trabajó durante más de 30 años. Un misil ruso impactó la semana pasada en un almacén de zapatos que hay en las inmediaciones de la fábrica y de la casa de Mercedes. La puerta de su vivienda quedó resquebrajada y desde entonces pasa las noches con sus perros en la despensa, bajo tierra. Junto al colchón tiene una pala y un hacha, por si un misil destruye el edificio y tiene que abrirse una salida entre los escombros.

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Mercedes Sánchez es médico en el Hospital número 4 de Dnipró. Su principal dedicación durante la guerra es atender a soldados heridos en el frente. La dirección del hospital denegó a EL PAÍS la autorización para entrevistarla y fotografiarla en su lugar de trabajo. Alegan que este centro sanitario puede ser considerado un objetivo militar ruso, y cuantos menos detalles se difundan de las instalaciones, mejor. Las autoridades ucranias aplican, amparadas por la ley marcial, multitud de limitaciones al trabajo de los medios de comunicación, algunas de difícil interpretación.

En el álbum de fotos de los abuelos hay imágenes de excursiones familiares o con amigos, también un retrato de Sánchez Quintero con dos militares cubanos de visita en Dnipró; cuando el Partido se lo reclamaba, ejercía de traductor del español y ruso para las delegaciones de los países aliados de la Unión Soviética en América Latina. Sánchez y Sala conservaron la esperanza de regresar a España, pero cuando llegó la oportunidad, las raíces en Dnipró eran demasiado profundas. “Volvieron a visitar su país, eso sí, y gracias a ello, mi abuelo pudo reencontrarse con su madre 30 años después”, comenta la nieta.

David Ballester, profesor de Historia Moderna y Contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona, subraya que muchos de los exiliados republicanos en la Unión Soviética se quedaron de forma definitiva en Rusia y en el resto de ex repúblicas soviéticas porque les fue imposible salir de allí cuando todavía eran lo suficientemente jóvenes para reiniciar su vida. El aislamiento y la represión del estalinismo les cerró las puertas, aunque el franquismo tampoco los iba a recibir con los brazos abiertos. De los pilotos españoles a los que el final de la Guerra Civil sorprendió en tierras comunistas, solo 25 quisieron permanecer voluntariamente en la Unión Soviética; al resto les fue denegado el permiso de proseguir su exilio en otros países.

Ballester añade que otra razón para permanecer en su país de acogida es que las pensiones que el Estado les garantizó a partir de la consolidación democrática podían ser una cantidad humilde en España, pero en sus países de adopción suponían un ingreso significativo. Entre los pilotos que la Guerra Civil dejó varados en la Unión Soviética hay casos como el de Rafael Estrela, de quien el Congreso de Hispanistas de Ucrania de 2015 publicó un perfil. Estrela llegó a Leningrado —la actual San Petersburgo— en enero de 1939, poco antes de la victoria franquista. A diferencia de Sánchez, sí combatió durante la Segunda Guerra Mundial. Mercedes recuerda que su abuelo quiso alistarse en las fuerzas aéreas del Ejército Rojo, pero la arbitrariedad del estalinismo con los extranjeros se lo impidió y fue destinado a trabajar en una fábrica. Tras la guerra, Estrela fue ubicado en Járkov, en Ucrania, y posteriormente en Kiev, donde impartió clases de idiomas. Él y su mujer volvieron a España en 1992, tras la desintegración de la Unión Soviética; aunque después regresaron a Kiev en 2005 para morir allí en 2008.

Ballester resume en cuatro los grupos de españoles que emigraron a la Unión Soviética: los cuadros del Partido Comunista, los marineros de mercantes a los que el final de la guerra sorprendió en los puertos soviéticos, los pilotos y el principal, los 3.200 niños que fueron evacuados de España. El total de españoles que vivían en la Unión Soviética tras la Guerra Civil se estima en 5.000.

Mercedes estudia castellano desde septiembre de 2021. Hoy todavía recibe clases, pero a distancia por causa de la guerra. Estudia el idioma porque no cierra la puerta a mudarse un día a España, donde ahora tiene a sus dos hijos, a su madre y a su hermano, militar en el Ejército español. En el álbum familiar, junto a una foto de su hermano como casco azul de Naciones Unidas, tiene plastificado un retrato de su bisabuela Raimunda en tiempos de la República. Raimunda posa frente a las fuentes de Montjuic, en Barcelona, con otro familiar que Mercedes no puede identificar. No los conoció, dice la bisnieta ucrania, aunque siente que hay algo que la une a ellos.

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Sobre la firma

Cristian Segura (ENVIADO ESPECIAL)
Escribe en EL PAÍS desde 2014. Licenciado en Periodismo y diplomado en Filosofía, ha ejercido su profesión desde 1998. Fue corresponsal del diario 'Avui' en Berlín y en Pekín. Desde 2022 cubre la guerra en Ucrania como enviado especial. Es autor de tres libros de no ficción y de dos novelas. En 2011 recibió el premio Josep Pla de narrativa.

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