La trinchera espiritual de Kiev
Las sotanas y las armas conviven en el monasterio de San Teodosio, donde se percibe que la invasión rusa de Ucrania ha agravado el cisma dentro de la Iglesia ortodoxa
Las sotanas y los uniformes de camuflaje se alternan estos días en el monasterio de San Teodosio de Kiev, fiel reflejo del cisma que se vive dentro de la Iglesia ortodoxa tras la invasión rusa de Ucrania. Es fácil ver a los religiosos moverse entre barricadas y a uniformados con armas dentro del templo. Algún monje luce incluso bajo el hábito negro botas y pantalones militares, como el encargado de despachar los recuerdos a las pocas visitas que frecuentan el lugar.
¿Puede un cura empuñar un fusil Kaláshnikov en un conflicto como el actual? Son varios los que así lo han afirmado, pero tras la polvareda levantada, las autoridades de la Iglesia ortodoxa de Ucrania les han parado los pies. El padre Makarios, de 42 años, se vanaglorió hace unos días en público de tener listo el chaleco antibalas, el casco y el rifle en su oficina del monasterio de San Teodosio. Aquello no sentó bien y ahora prefiere no recurrir a semejantes alardes al ser preguntado por el reportero. Pero se ríe pícaro mientras realiza diversas tareas por el recinto junto a varios hombres con terno de camuflaje. Pertenecen a los cuerpos de defensa civil instituidos para ayudar al Ejército ucranio frente a las tropas rusas.
Uno de ellos se llama Stas, que se mueve con un cuchillo, unas esposas y diversos cargadores con munición prendidos al chaleco antibalas militar. Nadie diría a primera vista que es un civil. A sus 31 años, este director de colegio aguantó hasta que pudo en Irpin, una localidad a las afueras de Kiev y escenario de intensos combates desde el comienzo de la guerra. Mandó en el primer momento de la invasión rusa a su madre, su mujer y sus tres hijos a Alemania. Él dejó Irpin el 6 de marzo y su casa ahora es el monasterio. “Nuestra misión es proteger a los civiles, ayudar en evacuaciones, colaborar con el Ejército…”, explica. Eso sí, añade que algún que otro escarceo con armas ha habido con los religiosos. No confirma, sin embargo, entrenamientos específicos con disparos. Sí afirma que las armas en manos de los monjes “son solo para defensa personal, no para atacar”. “Si los soldados rusos vienen, sí”, justifica.
Parte de los feligreses de la Iglesia ortodoxa de Ucrania ven como una amenaza no solo la invasión del Ejército ruso iniciada el pasado 24 de febrero. También los postulados que tratan de imponer en Kiev desde Moscú los ortodoxos rusos de la mano del presidente Vladímir Putin, a quien unen de manera indisoluble al patriarca Kiril. El arzobispo Yevstratii Zoria, portavoz de la Iglesia ortodoxa ucrania del patriarcado de Kiev, califica a Putin de “anticristo” y lo compara con Stalin o Hitler, en declaraciones a EL PAÍS en el monasterio de San Miguel de las Cúpulas Doradas, también en la capital.
La gresca viene de lejos y tiene tintes espirituales, pero también políticos (por afinidades al gobierno de uno u otro país), culturales (por vínculos lingüísticos) y patrimoniales (por el control de los lugares sagrados). De hecho, a escasos metros del de San Teodosio se levanta el enorme recinto del monasterio de las Cuevas, el más importante de Ucrania y que se mantiene fiel al patriarca ruso. Por sus calles no se ve a milicianos asentados en las instalaciones y apenas se ve una pareja de policías patrullando en absoluta calma, pero ninguno de los responsables de la institución quiere realizar declaraciones o comentar la actual situación. Solo uno de los religiosos al mando deja claro que no está el horno para bollos: “Nuestros responsables nos tiene prohibido hablar con periodistas en este momento para que no haya provocaciones”.
“Yo creo en Dios y si él quiere que 100 balas no acaben conmigo, así será. Si él decide que una bala sea suficiente, así será también”. De igual nombre que otro de los religiosos citados, el padre Makarios, de 60 años y apoyado en un bastón, reconoce en San Teodosio que desde enero ha asistido a varias sesiones de entrenamiento los sábados como parte de los grupos de defensa civil. Incluían asistencia médica de emergencia, cómo sellar las ventanas ante las explosiones, ponerse a cubierto de los bombardeos y algunas técnicas más, pero no el empleo de armas de fuego.
“No estamos ante una guerra religiosa, pero Rusia y el propio Putin intentan usar excusas religiosas en su agresión”, señala el arzobispo Yevstratii Zoria, portavoz de la Iglesia ortodoxa ucrania. Dice que en su última alocución ante sus seguidores, el presidente ruso aludió cuatro o cinco veces a ideas religiosas. “Lo que hace es diabólico, demoniaco, satánico”, asegura. “Putin es el anticristo de nuestros días, como lo fueron Stalin o Hitler”, zanja.
Mientras, el papa Francisco, que en los últimos días ha conversado con el presidente ucranio, Volodímir Zelenski, y con el patriarca ortodoxo ruso, Kiril, trató el viernes desde el Vaticano de frenar lo que califica de “guerra odiosa”.
El patriarca de Constantinopla, Bartolomé I, coordinador de todas las iglesias ortodoxas del mundo, rubricó en 2019, cuando Petro Poroshenko era presidente de Ucrania, el decreto de la independencia de la iglesia de Kiev de la de Moscú. Desde el siglo XVII hasta entonces, el culto se regía en la antigua república soviética por las reglas de la Iglesia ortodoxa de Ucrania del patriarcado de Moscú, la confesión más numerosa, con 12.000 parroquias; seguida de Iglesia ortodoxa de Ucrania del patriarcado de Kiev, con 6.000 parroquias, y por una iglesia independiente minoritaria, con 1.000.
“El principal problema” fue el intervencionismo ejercido por Poroshenko, denuncia el analista Ruslan Bortnik, que considera que no era necesaria la escisión religiosa entre Kiev y Moscú. Cree que hasta entonces no había tantos problemas entre la gente, sino que las tensiones entre ambas iglesias se han producido por la intervención política. Insiste Bortnik en que también el patriarcado de Moscú se ha posicionado claramente en contra de la “intervención de Rusia”.
Apoyado sobre su bastón y acariciándose la abundante barba gris mientras habla, el padre Makarios trata de vivir todo lo ajeno que puede al clima bélico que casi todo lo embriaga en Kiev. Prefiere ante el reportero español nombrar a Miguel de Cervantes o a Federico García Lorca y expresar su simpatía por el flamenco. Pero las lágrimas le caen mejilla abajo al recordar que hace 16 años que llegó a Kiev desde su tierra, el Donbás, la región del este de Ucrania donde el Ejército está en guerra con separatistas prorrusos desde 2014.
Esa guerra no es ajena a la independencia de la Iglesia ortodoxa de Ucrania. En una escalera del monasterio de San Teodosio, varias pinturas recientes resumen la historia del país. Uno de los frescos ilustra entre el humo de las bombas junto a un religioso al conocido cantante de ópera Vasil Slipak, que murió de un disparo en 2016 mientras combatía en Donbás. Está considerado un héroe nacional. A unos metros, varios hombres pertrechados para el combate se mueven de un sitio para otro dentro del recinto del monasterio, que más parece estos días un cuartel.
Sigue toda la información internacional en Facebook y Twitter, o en nuestra newsletter semanal.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.